La receta de los maestros

Olavo de Carvalho

O Globo, 31 de enero de 2004

 

 

Karl Marx ense�aba que, incluso estando en posesi�n de ese poder absoluto que s�lo la violencia armada garantiza, la izquierda revolucionaria jam�s deber�a apresurarse en estatalizar la propiedad de los medios de producci�n de la noche a la ma�ana, corriendo el peligro de provocar la fuga de capitales y de desmantelar la econom�a. Lo correcto, dec�a �l, era prolongar el proceso durante una o dos generaciones, usando preferentemente el recurso anest�sico de la tasaci�n progresiva. Evidentemente, la izquierda revolucionaria tendr�a que ser mucho m�s prudente y subrepticia en la hip�tesis de haber vencido por v�a electoral, que s�lo garantiza un acceso limitado al poder.

 

Lenin a�ad�a que la propia clase capitalista, atra�da por el cebo de los lucros inmediatos ofrecidos por el Estado socialista y ciega a las corrientes m�s profundas de la transformaci�n revolucionaria, acabar�a colaborando alegremente con la lenta e inexorable expropiaci�n de sus bienes.

 

Antonio Gramsci completaba el silogismo, concluyendo que el Partido no deber�a aventurar ning�n cambio dr�stico en la estructura social antes de haber asegurado tres condiciones: (1) la completa hegemon�a sobre la cultura, el vocabulario p�blico y los criterios morales vigentes; (2) el establecimiento de un unipartidismo informal a trav�s de la supresi�n de toda oposici�n ideol�gica, una vez reducidos los dem�s partidos, casi voluntariamente, a la tarea subalterna de criticar detalles de la administraci�n; (3) la fusi�n de Partido y Estado a trav�s de la �ocupaci�n de espacios�.

 

Siguiendo fielmente la receta de esos maestros, el PT gobernante ha adquirido derechos y privilegios jam�s so�ados por ning�n partido comunista del mundo, como por ejemplo: (1) el de no poder jam�s ser llamado comunista, incluso cuando lleva a cabo a plena luz del d�a la inserci�n del Brasil en la estrategia comunista internacional; (2) el de autofinanciarse con dinero p�blico en dosis crecientes e ilimitadas, a trav�s del embuste del �diezmo� que, de ser utilizado por cualquier otro partido, provocar�a una tormenta de denuncias y procesos; (3) el de actuar en estrecha colaboraci�n estrat�gica con organizaciones terroristas y narcotraficantes, como el ELN colombiano, las Farc, el MIR chileno y los tupamaros, sin poder ser acusado jam�s de complicidad con el terrorismo o con el narcotr�fico; (4) el de crear desde dentro de sus propias filas una oposici�n histri�nica, que le acusa de �derechista� sin que el gran p�blico atine con la acepci�n muy especial, casi la de una contrase�a, que ese t�rmino tiene en los debates internos de la izquierda, y camuflando as� a�n m�s el curso real del proceso pol�tico.

 

Nunca, en cinco siglos, la mentira y la simulaci�n han dominado tan completamente el panorama de los debates p�blicos en este pa�s, otorgando a los conductores del proceso aquella �omnipotencia invisible� a la que se refer�a Gramsci y condenando a todos los dem�s brasile�os a la minor�a de edad mental y pol�tica.

 

Uno de los instrumentos m�s ingeniosos utilizados para eso ha sido la duplicaci�n de las v�as de acci�n partidaria, una nacional y manifiesta, denominada oficialmente �PT� o �gobierno�, y otra internacional y discret�sima llamada �Foro de S�o Paulo�, el m�s importante y poderoso �rgano pol�tico latinoamericano, cuya mera existencia la clase period�stica en bloque sigue ocultando criminalmente -- repito: criminalmente -- al conocimiento de sus lectores. En el �mbito circunspecto del Foro, el PT articula sus acciones con las de otros movimientos continentales de izquierda. Entre ellos, evidentemente, el MST. En el plano nacional, o sea, a la vista de la opini�n p�blica, el PT y el MST se presentan como entidades separadas e inconexas. El partido omnipotente est�, por tanto, habilitado para promover la agitaci�n en el campo a trav�s de su brazo invisible, al mismo tiempo que, con el visible, escenifica gestos de apaciguador de los �nimos y de mantenedor del orden.

 

Dentro del PT hay ciertamente personas que tienen conciencia de todo esto, y es imposible que al menos algunas de ellas no se averg�encen, en secreto, de colaborar con tanta perfidia e ignominia. �Pero cu�ndo se van a atrever a renegar en p�blico de la macabra herencia comunista que convierte a su partido en un aliado y c�mplice de Hugo Ch�vez, de Fidel Castro y de Kim Il Jong?