De la hipocres�a a la estupidez

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 29 de enero de 2004

 

 

La capacidad fundamental de la inteligencia humana, de la que dependen todas las dem�s, es el don de discernir lo esencial de lo accidental, lo importante de lo irrelevante.

 

Ese discernimiento consiste en un acertado ajuste entre el punto de mira y la estructura del objeto considerado, tanto si se trata de una cosa o ente, de un problema, de una afirmaci�n o de un estado de cosas. El hombre inteligente va derecho al nexo central que el objeto, por s� mismo, ofrece a su visi�n, mientras que el bobo o negligente va saltando en vano de una parte a otra, o, lo que es peor, se apega implacablemente a ciertas perspectivas rutinarias, deformando el objeto para que se amolde a sus h�bitos mentales y creyendo aprehender una esencia cuando no capta m�s que una ilusi�n auto-proyectada.

 

Sin el discernimiento de lo esencial, la inteligencia humana no es propiamente inteligencia; es �nicamente un sistema de reacciones adquiridas y de reflejos pavlovianos, no muy diferente del de un pato, gallo o pavo.

 

Hasta el m�s somero examen del comportamiento nacional en los debates p�blicos, a lo largo de los �ltimos a�os, permite afirmar sin gran margen de error que la inteligencia, en sentido estricto, desapareci� del escenario brasile�o visible, siendo substituida por una especie de cambalache verbal: el comercio de tonter�as convencionales y de frivolidades personales.

 

No es que todos los hombres inteligentes se hayan muerto. Pero est�n fuera de los debates p�blicos, sea porque no los soportan, sea porque no es soportada su presencia en ellos. Por verg�enza, miedo o prudencia, se han retirado a las catacumbas.

 

Hemos llegado hasta tal punto de embotamiento senil que los sambas del Sr. Ministro de Cultura o las expresiones de hipocres�a del Sr. Marco Maciel son aceptadas como productos culturales de primera necesidad. Tal vez Uds. no se percaten, pero eso es ya un estado de calamidad.

 

Ese fen�meno tiene m�ltiples or�genes, pero uno de ellos me parece especialmente relevante. Es que un pueblo, como un individuo, puede vivir de la simulaci�n hasta un cierto punto. Una vez superado el l�mite de peligro, la simulaci�n se convierte en una desviaci�n estructural del punto de mira, en una incapacidad adquirida de observar las cosas como son, en un sistema de defensas autom�ticas contra la verdad en cualquiera de sus formas.

 

No es coincidencia que el pin�culo de la estupidez general sea alcanzado al mismo tiempo que la cumbre de la hipocres�a y del fingimiento. Toda la conversaci�n pol�tica nacional se ha transformado en pura ficci�n. Nadie declara lo que ve, todo el mundo se dedica devotamente a atenuar, maquillar y retocar la descripci�n con la esperanza de modificar as� las cosas. Temen que los males, si son nombrados, adquieran fuerza, y esperan exorcizarlos a costa de eufemismos, omisiones, floreos y lisonjas.

 

A esa altura, lo �ltimo que necesita el ciudadano es inteligencia. Necesita, eso s�, el talento para hacerse el tonto con tal verosimilitud, que acabe volvi�ndose tonto de verdad, sin percatarse de esa transformaci�n, creyendo que el estado final al que llega en el proceso no es s�lo su estado natural de toda la vida, sino el estado natural, eterno e inmutable de la especie humana.

 

Entonces el hombre que persiste en el ejercicio de la inteligencia empieza a parecer extra�o, temible, indigno de confianza o, en la mejor de las hip�tesis, chiflado.

 

Desde hace diez a�os, por ejemplo, veo que se repite c�clicamente la oleada de limpiezas en la clase pol�tica, sin que por eso se vuelva ni un poco m�s honesta. El ritual es fijo y repetible hasta la n�usea: primero un pol�tico petista acusa a alguien de algo, sigue a continuaci�n un bombardeo de denuncias en los medios de comunicaci�n y por fin una investigaci�n en toda regla que, si no prueba nada, al menos arruina la reputaci�n del sujeto, de modo que �ste, si quiere sobrevivir pol�ticamente al episodio, tiene que retirarse a su �mbito provinciano de origen o dar pruebas fehacientes de docilidad al partido dominante.

 

Todos los l�deres capaces de significar cierto peligro para el PT han sido de este modo destruidos o reducidos a las m�s abyecta sumisi�n.

 

Ninguno de ellos ha denunciado jam�s ese proceso como lo que es: una dictadura policial informal, creada por la santa alianza de Partido, Estado y Medios de Comunicaci�n. Todos ponen el mayor empe�o en disimular la gravedad de la agresi�n sufrida, de posar ante las c�maras con una sonrisa forzada y de cacarear que la democracia se perfecciona, que el Sr. Lula es un gran presidente y que, pens�ndolo bien, gordo est� m�s guapo.

 

�Qui�n que haya sido sometido a esa masiva raci�n diaria de simulaciones, puede conservar el sentido de la verdad?