Olavo de Carvalho
O Globo, 17 de enero de 2004
Desde su remoto origen en los c�rculos de discusi�n del siglo XVIII, la comunidad de los revolucionarios y progresistas, alegando siempre hablar en nombre de todos los hombres y romper las barreras sociales que los separan, ha sido una de las m�s excluyentes y discriminatorias, hasta el punto de profesar abiertamente la doble moral: una para �nosotros�, otra para �ellos�.
Lenin expone este principio, con su cinismo habitual, en este p�rrafo de las Selected Works (Vol. III, pp. 486 ss.):
�Es un error escribir sobre los compa�eros de Partido en un lenguaje que sistem�ticamente difunda entre las masas trabajadoras el odio, la aversi�n y el desprecio hacia los que defienden opiniones divergentes. Pero se puede y se debe escribir en ese tono sobre las organizaciones disidentes...�. En este caso, prosigue Lenin, hay que hablar en un lenguaje �calculado para despertar contra el oponente los peores pensamientos, las peores sospechas; no para corregir sus errores, sino para destruirlo, para barrer su organizaci�n de la faz de la Tierra�.
O sea: el derecho a una discusi�n honesta es un privilegio de los fieles. Contra los enemigos y los infieles, vale todo: no solamente el militante tiene que descargar sobre ellos todo el arsenal de falacias er�sticas que en el debate interno han de ser cuidadosamente evitadas, sino que adem�s tiene que recurrir a la calumnia, a la difamaci�n, a la intimidaci�n, al boicot y al chantaje, con la buena conciencia de quien est� siendo hasta demasiado justo y bondadoso con sus adversarios a quienes, en mejores circunstancias, tendr�a la obligaci�n de matar.
Fuera de los c�rculos de los elegidos, la pol�mica de la izquierda no es m�s que homicidio aplazado o, en la hip�tesis m�s suave, sublimado.
Es realmente fant�stico que, en los medios cristianos, tanta gente en los a�os 60 confesase creer en la posibilidad de un di�logo franco con los marxistas, cuando el mismo Karl Marx ya hab�a anunciado que las �armas de la cr�tica� solo est�n destinadas a allanar el camino a la �cr�tica por las armas�. Ese �di�logo� s�lo sirvi� para desarmar a los cristianos ante los genocidios que tuvieron lugar acto seguido en China, en Camboya y en Corea del Norte, contra los que la jerarqu�a cat�lica, por miedo de herir las susceptibilidades comunistas, no hizo nada.
El principio leninista de la doble moral fue repetido, de diferentes formas, por una infinidad de intelectuales activistas, de entre los cuales me vienen ahora a la memoria Paulo Freire (�debemos ser tolerantes, pero no con nuestros enemigos�) y Herbert Marcuse (�tolerancia liberadora significa: total tolerancia con la izquierda, ninguna con la derecha�).
Ese principio todav�a est� vigente no s�lo en reg�menes como el de Cuba o el de Corea del Norte, sino tambi�n en cualquier grupo activista que haya recibido el influjo del marxismo y, de manera general, en todo el universo de la �izquierda�. Los procedimientos represivos creados a comienzos del siglo XX como t�cnicas partidarias para el dominio del Estado se fueron propagando por ese c�rculo m�s amplio hasta convertirse en h�bitos culturales interiorizados, que incluyen la defensa autom�tica contra su propio desenmascaramiento. Bajo la inspiraci�n de Antonio Gramsci, su aplicaci�n, antes restringida al �mbito de la lucha pol�tica expl�cita, se extendi� a todos los �mbitos de la existencia, para hacer as� de la guerra cultural una guerra total, en la que hasta los sentimientos personales y los giros del lenguaje sirven para identificar a los amigos y a los enemigos y para facilitar la demarcaci�n del territorio permitido a estos �ltimos. Pero recientemente, la disoluci�n del monolitismo partidario y la adopci�n de la organizaci�n m�s flexible en �redes� han permitido que esos mecanismos se hayan vuelto m�s opresivos y eficientes a�n, ya que no son aplicados por iniciativa de una c�pula partidaria identificable, sino que se difunden entre los activistas mediante la presi�n an�nima y �democr�tica� de sus iguales y adquieren con ello esa invisibilidad que los inmuniza de toda cr�tica.
El efecto psicol�gico de todo esto en la conducta de los activistas es asustador: pueden sentirse, con total sinceridad, una minor�a perseguida, tratada injustamente y amenazada precisamente en el momento en que lo est�n dominando todo y tienen a sus adversarios subyugados bajo sus pies. La doble moral se hincha entonces en una inversi�n psic�tica de la realidad, produciendo declaraciones como la del actor Antonio Abujamra a la revista Top Magazine : �Prefiero la censura de la polic�a a la censura de los intelectuales. Los intelectuales de derecha son p�simos.� La realidad es que en tiempos de la dictadura los intelectuales de derecha -- un Adonias Filho, un Gilberto Freyre, un Ant�nio Olinto, un Roberto Marinho, un J�lio de Mesquita Filho, un Sobral Pinto, un Miguel Reale y tantos otros -- se arriesgaron por defender la libertad de los izquierdistas amenazados, mientras que �stos, pasando del s�tano a la gloria, no s�lo evitan devolver esa amabilidad sino que dan rienda suelta a la urgencia compulsiva de ahogar las voces de sus adversarios. El propio Abujamra, si usase su programa de TV para dar a uno de ellos la oportunidad de explicarse, sentir�a tal vez el dolor en la conciencia de quien, por flaqueza humana, hubiese traicionado un mandamiento sagrado. Al acusar a los intelectuales de derecha de lo que nunca han hecho, de lo que precisamente los intelectuales de izquierda hacen con ellos, Abujamra est� no s�lo ilustrando en persona la doble moral, sino poniendo en pr�ctica otro precepto complementario de la ret�rica leninista, que resume a las mil maravillas el trato que el activista de izquierda debe dar a sus enemigos: �Ac�sales de lo que t� haces, t�ldales de lo que t� eres�.