Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 8 de enero de 2004
Una vez caracterizado el marxismo como una cultura, es necesario dar una mayor precisi�n a ese diagn�stico mediante algunas diferencias espec�ficas.
El marxismo no es un proceso cultural aut�nomo, sino una transmutaci�n ocurrida en el seno del movimiento revolucionario mundial, que a esas alturas ya ten�a una tradici�n centenaria y una identidad definida, hasta el punto de ser popularmente designado con la simple expresi�n de �el movimiento� o �la causa�, a pesar de la coexistencia, en �l, de una infinidad de corrientes y subcorrientes en disputa.
El Manifiesto Comunista de 1848 se presenta como la superaci�n y absorci�n de ese movimiento desordenado en una totalidad superior. Desde entonces, las relaciones entre el marxismo y las dem�s corrientes revolucionarias fueron las del patr�n con sus empleados, que a su antojo los convoca, despide, expulsa o vuelve a llamar.
De ese modo el marxismo pudo condenar como una rebeli�n peque�o-burguesa las protestas existenciales de orden sexual o impugnar el nacionalismo como el peor enemigo de la revoluci�n proletaria, e inmediatamente despu�s convocar a ambos para servir en su filas. Su capacidad de absorci�n y expulsi�n es ilimitada, ya que s�lo se tiene que preocupar de su prioridad �nica, que es su propia subsistencia y expansi�n, de tal modo que cualquier consideraci�n de veracidad o de moralidad es rebajada, pragm�ticamente, a la condici�n de ancilla revolutionis. Su total desentendimiento de la verdad, que es el oportunismo llevado a sus �ltimas consecuencias, puede ser medido por la constancia con la que el movimiento comunista anuncia su victoria inminente contra las naciones capitalistas y, al mismo tiempo, jura que ni siquiera existe materialmente, denunciando como paranoia y �teor�a de la conspiraci�n� cualquier intento de identificar su red de organizaciones y sus modos de acci�n. Aqu� tambi�n la comparaci�n con las religiones dogm�ticas es inadecuada. Ning�n fanatismo religioso ha producido ese tipo de sociopat�a en masa.
La diferencia fundamental entre el marxismo y las dem�s culturas es que para �stas su prueba decisiva es la adaptaci�n al ambiente natural, la organizaci�n de la econom�a. Cualquier cultura que falle en ese punto est� condenada a desaparecer. El marxismo, por el contrario, cuyo completo fracaso econ�mico en todas las naciones que ha dominado es notorio (baste recordar que jam�s ninguna organizaci�n econ�mica ha conseguido matar de hambre a 10 millones de persona de una sola vez, como el �Gran Salto hacia Adelante� de la agricultura china), parece sacar de ese resultado los beneficios m�s extraordinarios, creciendo en prestigio y en fuerza pol�tica cuanto m�s fr�gil y dependiente de la ayuda de los pa�ses capitalistas se vuelve.
Su incapacidad de explotar eficazmente un territorio, comparada a su brutal eficiencia en expandirse dentro del territorio ajeno, demuestra que el marxismo no existe como cultura en un sentido pleno, capaz de afirmar su valor contra la resistencia del ambiente material, sino �nicamente como subcultura parasitaria incrustada en una sociedad que no ha creado y con la que no puede competir.
El marxismo, subcultura parasitaria de la cultura occidental moderna, no es capaz de substituirla, pero es capaz de debilitarla y de conducirla a la muerte. El par�sito, sin embargo, no puede subsistir fuera del cuerpo que explota, y la debilitaci�n del organismo hospedero da margen al auge de otra cultura rival, la isl�mica -- �sta s� cultura en sentido pleno --, a cuyo combate anti-occidental el marxismo acaba sirviendo como fuerza auxiliar mientras trata de utilizarlo para sus propios fines. La adhesi�n isl�mica de importantes pensadores marxistas como Roger Garaudy y la �alianza anti-imperialista� de comunistas y musulmanes son s�mbolos de un proceso mucho m�s complejo de absorci�n del marxismo, que algunos te�ricos isl�micos describen as�: la lucha por el socialismo es la etapa inicial e inferior de un proceso revolucionario m�s amplio que a�adir� a la �liberaci�n material� de los pueblos su �liberaci�n espiritual� mediante la conversi�n mundial al Islam. Al mismo tiempo, los marxistas creen estar dirigiendo el proceso y sirvi�ndose de la rebeli�n isl�mica como en otra �poca utilizaron diversos movimientos nacionalistas, ahog�ndolos a continuaci�n.
Si los marxistas son la tropa de choque de la revoluci�n isl�mica o bien los musulmanes la punta de lanza del movimiento comunista, es la cuesti�n m�s interesante para quien desee saber hacia d�nde va a ir el mundo en las pr�ximas d�cadas.