Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 1 de enero de 2004
Cuando digo que el marxismo es una �cultura�, dejo impl�cito que compararlo con una �religi�n� es abusar de una analog�a. Esa analog�a s�lo funciona, en parte, si se entienden por �religi�n� los primitivos conjuntos mitol�gicos en los que creencias, ritos, gobierno y sociedad se fund�an en una totalidad inseparable. Las religiones universales son por excelencia exportables fuera de su cultura originaria, y lo son, precisamente, porque en ellas el dep�sito inicial de la revelaci�n se transforma en una formulaci�n teol�gico-dogm�tica racional con pretensiones de verdad universal, que se ofrece para ser validada o impugnada en el plano del examen teor�tico. El marxismo, en cambio, no admite en modo alguno ser discutido en ese plano, porque la esencia de su contenido intencional, como ya he explicado, no se expresa con palabras, sino que est� involucrada org�nicamente, como un secreto mudo, en el tejido de la pr�ctica revolucionaria, del que hay que desentra�arla mediante sutiles cambios de significado, procedimiento esot�rico cuya autoridad transciende la de los escritos del propio Marx.
Antonio Negri, escribiendo en 1994 sobre una discusi�n con Norberto Bobbio, afirma: �Para Bobbio, una teor�a marxista del Estado s�lo podr�a ser la que surgiese de una cuidadosa lectura de la obra del propio Marx. Para el autor marxista radical (Negri), en cambio, lo era la cr�tica pr�ctica de las instituciones jur�dicas y estatales desde la perspectiva del movimiento revolucionario -- una pr�ctica que no ten�a mucho que ver con la filolog�a marxista, sino que pertenec�a m�s bien a la hermen�utica marxista de la construcci�n de un substrato revolucionario y a la expresi�n de su poder. Si hab�a algo en com�n entre Bobbio y su interlocutor era que ambos consideraban el socialismo real como un desarrollo ampliamente externo al pensamiento marxista.�
Por un lado, el marxismo no consiste en las formulaciones expresas de Marx, sino que se transforma en la �construcci�n de un substrato revolucionario�. Por otro, tampoco se identifica con el �socialismo real�, es decir, con la situaci�n hist�ricamente objetiva producida por esa misma construcci�n. Pero, si el �verdadero� marxismo no est� ni en el proyecto ni en el edificio, ni en las intenciones de la teor�a ni en los resultados de la pr�ctica, �d�nde est� entonces? Est� en el recorrido, en el proceso en cuanto tal. Est� en las profundidades ocultas y variables de la praxis, veladas a sus protagonistas y ahora en parte desveladas por el trabajo hermen�utico del Sr. Negri, para gran sorpresa de sus predecesores que se cre�an marxistas. Lejos de ser una religi�n dogm�tica apegada a la letra de la revelaci�n, el marxismo es un flujo esot�rico de s�mbolos en movimiento perpetuo cuyo sentido s�lo se va descubriendo ex post facto, de modo que cada nueva generaci�n comprueba que los �dolos revolucionarios de ayer no eran revolucionarios sino traidores, como en una Iglesia auto-inmunizadora en la que la primera obligaci�n de cada nuevo Papa fuera excomulgar al predecesor. Se comprende as� el peligro terrible de discutir con los marxistas. Cuesta un trabajo tremendo vencerles, y s�lo para que luego aparezca alguien alegando que, de su derrota, el marxismo ha salido no solamente inc�lume, sino engrandecido.
En esa l�nea, el Sr. Negri afirma que �se hab�a desarrollado una cr�tica muy radical del derecho y del Estado en el curso del proceso revolucionario y hab�a sido reprimida en las codificaciones y constituciones de la Uni�n Sovi�tica y del �socialismo real��. En un pesta�ear de ojos, la m�xima realizaci�n hist�rica del movimiento socialista se convierte en su contrario: en la represi�n del socialismo. Pero, con la misma desenvoltura con la que se exime de la responsabilidad de sus acciones, la �pr�ctica revolucionaria� se atribuye a s� misma los m�ritos de sus enemigos: en la perspectiva del Sr. Negri, el �conjunto de luchas por la liberaci�n que los proletarios desarrollaron contra el trabajo capitalista, contra sus leyes y contra su Estado� abarca �desde el alzamiento de Par�s en 1789 hasta... la ca�da del muro de Berl�n�. La lectura esot�rica transforma la ca�da del comunismo en una rebeli�n anticapitalista.
Como raciocinio filos�fico, cient�fico, dogm�tico o incluso ideol�gico, no tiene el menor sentido. Como argumento ret�rico, es rid�culo. Como a�agaza, es demasiado pueril. Pero, como operaci�n de emergencia para la salvaci�n de la unidad cultural amenazada, adquiere todo el sentido del mundo. Las culturas son la base de la construcci�n de la personalidad de sus miembros, que se desmorona junto con ellas. La defensa de la cultura es una urgencia psicol�gica absoluta, que justifica el recurso a medidas desesperadas.