Olavo de Carvalho
O Globo, 3 de enero de 2004
Si Homero ten�a raz�n al decir que los molinos de los dioses muelen lentamente, el cerebro nacional debe ser divino, pues es infinita la lentitud con la que procesa las informaciones m�s obvias. El fil�sofo Raymond Abellio, que nos conoc�a bien, observaba que en esta parte del universo la germinaci�n de las ideas no sigue el ritmo hist�rico, sino el tiempo geol�gico. Nada lo ilustra mejor que la recalcitrante ignorancia de las elites brasile�as sobre la cuesti�n del gobierno mundial. Nuestros l�deres empresariales y pol�ticos viven aun en la �poca en que toda menci�n a este asunto pod�a ser tranquilamente rechazada, con una sonrisa de desprecio, como �teor�a de la conspiraci�n�. Sin embargo, desde hace diez a�os, por lo menos, la ONU ya ha declarado oficialmente su intenci�n de consolidarse como administraci�n planetaria: �Los problemas de la humanidad ya no pueden ser solucionados por los gobiernos nacionales. Lo que hace falta es un Gobierno Mundial. La mejor manera de realizarlo es fortaleciendo a las Naciones Unidas� (Informe sobre el Desarrollo Humano, 1994).
La autoridad avasalladora de ese proyecto constituye hoy la fuente �nica y central de donde emanan para toda la poblaci�n terr�quea unas legislaciones uniformes en materia de industria, comercio, ecolog�a, salud, educaci�n, cuotas raciales, desarme civil, etc. La docilidad con la que hasta naciones poderosas como Inglaterra se doblegan ante sus exigencias � aunque ninguna con el entusi�stico servilismo brasile�o � se debe en parte a la naturaleza informal, sutil y t�cita del proceso, que se va implantando en dosis homeop�ticas, delicadamente, sin asumir su existencia de conjunto, transfiriendo al recinto cerrado de las comisiones t�cnicas las decisiones consideradas como demasiado complejas para la capacidad de la opini�n p�blica y anticipando, as�, el hecho consumado a la mera posibilidad del debate abierto.
Las �nicas resistencias que ha encontrado provienen de los EUA y de Israel.
Pero los EUA se mantienen en un constante vaiv�n entre el deseo de afirmar su independencia contra las pretensiones del globalismo y la tentaci�n de tomar las riendas del proceso para conducirlo a su manera. Asumir el liderazgo de la uniformizaci�n mundial, con peligro de perder la soberan�a y de desarmarse contra agresiones letales, o bien atrincherarse en una auto-afirmaci�n nacionalista, con peligro de desmantelar el aparente �orden internacional� y de soportar la consiguiente hostilidad, son las opciones que se ofrecen a los EUA. La primera de esas tendencias predomin� en el gobierno Clinton. El resultado fue que los americanos, de concesi�n en concesi�n, aceptaron debilitarse militarmente y doblegarse a la intromisi�n extranjera en campos vitales como la ecolog�a, la educaci�n y la inmigraci�n, al mismo tiempo que, al endosar la m�scara de l�deres y mayores beneficiarios de la globalizaci�n, se convert�an en el chivo expiatorio del propio mal que los debilitaba. Con el gobierno Bush, la orientaci�n ha dado un giro de 180 grados. Ese cambio comenz� en 2001, con el rechazo del Protocolo de Kyoto y la decisi�n de reaccionar al 11 de septiembre sin el benepl�cito de la ONU.
El proyecto del gobierno mundial es originariamente comunista (v�ase Elliot R. Goodman, O Plano Sovi�tico de Estado Mundial, Rio, Presen�a, 1965), y los grupos econ�micos occidentales que se han dejado seducir por la idea, esperando sacar provecho de la misma, siempre han acabado subvencionando movimientos comunistas al mismo tiempo que expand�an globalmente sus propios negocios. Las fundaciones Ford y Rockefeller son los ejemplos m�s notorios. En �sos como en otros casos, la contradicci�n entre el inter�s econ�mico involucrado y las ambiciones pol�ticas a largo plazo es el origen de innumerables ambig�edades que desorientan al observador y, si es perezoso, le inducen a no pensar m�s en el asunto.
Una cosa es cierta: en los a�os 70 y 80, la globalizaci�n parec�a favorecer a los EUA, pero en la d�cada siguiente tom� el rumbo bien definido de una articulaci�n mundial antiamericana y, de rebote, anti-israel�. La elecci�n de George W. Bush y la pol�tica de afirmaci�n nacional que �ste ha mantenido son las reacciones l�gicas a esa nueva situaci�n.
�C�mo le afecta eso a Brasil?
El Sr. Lu�s In�cio da Silva fue colocado en el poder con el apoyo de la red global de partidos y organizaciones tejida en torno a la ONU. Esa red constituye el n�cleo del gobierno mundial en avanzada fase de implantaci�n. La exorbitancia de aplausos internacionales que celebraron la elecci�n del candidato petista no surgi� de la nada: fue la expresi�n natural de j�bilo del creador ante el �xito de su criatura. Si la propia designaci�n del Brasil como sede del �Forum Social Mundial� pocos meses antes de las elecciones no fuese prueba suficiente de la articulaci�n planetaria organizada con ese fin, bastar�a como confirmaci�n ex post facto la prisa obscena con la que la red se moviliz� para intentar darle al ciudadano un Premio Nobel por su �Hambre Cero� antes de que una sola cucharada de alubias estatales llegase a la boca de alg�n hambriento. El primer Nobel-a-cuenta de la Historia no lleg� a ser concedido, pero es significativo.
En ese marco, la movilizaci�n contra el �imperio americano� hoy no es m�s que una amplia operaci�n de distracci�n para camuflar la implantaci�n del verdadero imperio y para poner a su servicio las veleidades nacionalistas de pueblos poco esclarecidos, pero m�s propensos a abofetear a los espantap�jaros convencionales que a identificar y enfrentar las verdaderas fuentes de las limitaciones que los oprimen. Luchando contra la mera posibilidad te�rica de un dominio mundial americano, las naciones de cretinos lo ceden todo ante una dictadura global ya pr�cticamente victoriosa actualmente.