Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 16 de octubre de 2003
Cualquier individuo que se presenta como �historiador marxista� se delata, ipso facto, como alguien que primero ha adivinado el futuro y despu�s ha tratado de dise�ar la historia de acuerdo con la fantas�a elegida. El propio Karl Marx ten�a veintis�is a�os cuando, en 1844, anunci� que el cap�tulo siguiente de la novela humana ser�a el socialismo. Con esa edad, no pod�a conocer la historia tanto como para saber de qu� estaba hablando, incluso porque, como dan a conocer la correspondencia con su padre y algunos poemas juveniles, hab�a gastado menos tiempo en estudios que en costosas farras y en frecuentar ritos sat�nicos que hab�an llenado su mollera de fantasmas en vez de erudici�n hist�rica. Para suplir esa deficiencia, pas� el resto de su vida intentando fingir que no estaba viendo cosas sino defendiendo una tesis muy cient�fica. Cuando los hechos no le daban la raz�n, los cambiaba. Por ejemplo, una de las tesis esenciales del �socialismo cient�fico� era que el capitalismo empobrecer�a a la clase trabajadora, pero en Inglaterra, entonces el �nico pa�s con estad�sticas fiables, hab�a sucedido exactamente lo contrario. Karl Marx lo sab�a, pues pose�a la colecci�n completa de los informes econ�micos anuales del Parlamento, cuya exactitud alababa �l mismo. Entonces suprimi� fr�amente los datos recientes y puso en su lugar los de treinta a�os antes, para dar la impresi�n de que la situaci�n de los trabajadores ingleses hab�a empeorado.
Pero el marxismo no es charlataner�a s�lo en los detalles. Su estructura b�sica es la de un fraude completo. Si suprimimos de la historia marxista la suposici�n premonitoria de la futura apropiaci�n proletaria de los medios de producci�n, ya no tendr� sentido describir las sociedades anteriores por su diferencia respecto al socialismo, es decir, por la propiedad privada de los medios de producci�n. Otras caracter�sticas y otras diferencias adquirir�n relieve, mostrando un pasado hist�rico muy distinto del que describe Marx. Un estudioso honesto tendr�a la obligaci�n de imaginar esas hip�tesis alternativas y de confrontarlas con la de su querido socialismo. Pero Marx huye de esa precauci�n cient�fica elemental y, dando por conocido a priori el futuro, trata de cambiar el pasado para hacerlo culminar no solamente en la llegada del socialismo sino tambi�n, por una feliz coincidencia, en la persona y la obra de Karl Marx. �Entienden por qu� el psiquiatra Joseph Gabel encontr� una rigurosa relaci�n entre ese modo de razonar y la l�gica interna de un delirio paranoico? La estructura del tiempo en el marxismo es la de un c�rculo cerrado en el que el futuro contingente se convierte en premisa categ�rica y el pasado en una variable incierta que la profec�a se encarga de determinar.
Es verdad que Marx no tiene en eso ninguna originalidad, pues Hegel ya hab�a construido una invenci�n parecida, con la diferencia de que en ella el esquema culminaba en Hegel y no en Marx, as� como el de Comte culmina en Comte y el de Nietzsche en Nietzsche.
El cerebro afectado seriamente por la influencia de cualquiera de esos profetas dif�cilmente recupera la capacidad de ver las cosas como son.
El prof. Boris Fausto, por ejemplo, al denunciar en la Folha de S. Paulo del d�a 14 la maldad de la dictadura cubana, habla como si fuese el primero en descubrirla y no uno de los �ltimos en repetir, sin el m�s m�nimo reconocimiento hacia las fuentes, las verdades duras que la derecha siempre ha afirmado y que la izquierda siempre ha negado.
Critica a la intelectualidad izquierdista por seguir apoyando al r�gimen fidelista hoy en d�a, pero no por haber ayudado a construirlo durante cuatro d�cadas con dosis masivas de aplausos, dinero, mentiras y omisiones -- como si la larga complicidad con el crimen transformase al �ltimo delator de la fila en un tipo humano superior a los opositores que desde el primer momento intentaron detener la acci�n del criminal.
Esa inversi�n de la escala moral no surge por casualidad: refleja la inversi�n marxista del tiempo. Los pioneros de la resistencia, en definitiva, representaban al capitalismo, al pasado, mientras que los desertores oportunistas de un r�gimen moribundo personifican a�n el socialismo, el futuro. Cuando ese futuro llegue, una palabrita tard�a y f�til de Jos� Saramago, de Mercedes Sosa o del propio Boris Fausto habr� tenido m�s importancia que el testimonio de un Armando Valladares avalado por veinte a�os de prisi�n y de torturas. Embarullar el orden de los hechos y de la moral para que esa esperanza se realice es lo que un historiador marxista llama �historia�.