Sobre la carta de un lector a la Folha de S. Paulo
Olavo de Carvalho
www.olavodecarvalho.org, 29 de diciembre de 2003
Un lector de la Folha se queja de que mi art�culo �La grandeza de Josef Stalin� peca por atribuir la II Guerra Mundial a una causa �nica en lugar de atribuirla a una multiplicidad de causas que �l, lector, como en realidad el p�blico en general, ha aprendido a recitar de carretilla. La objeci�n est� totalmente fuera de lugar y revela �nicamente la falta de experiencia en el tratamiento de esos asuntos.
Es ya un abuso que alguien se arriesgue a responder a una explicaci�n as�, a lo loco, sin antes pensar ni siquiera en analizar la investigaci�n que dicha explicaci�n resume. Pero lo que es vejatorio y sumamente est�pido es oponer a documentos reci�n revelados un estereotipo de explicaci�n causal consagrado en la creencia popular, y encima hacerlo con aires de quien est� dando lecciones de Historia.
La simple confusi�n que hace el lector entre la reconstrucci�n de los hechos y la investigaci�n de las supuestas �causas� es suficiente para mostrar que no sabe nada sobre la ciencia hist�rica excepto lo poco que pueda haber captado en los libros de bachillerato o en las pel�culas de la televisi�n.
Una cosa es reconstruir, con los documentos, la secuencia l�gica de las decisiones y de las acciones de uno de los protagonistas del drama, y otra cosa totalmente distinta es especular sobre las �causas� determinantes del proceso como un todo. La primera de esas operaciones es Historia, en sentido estricto, la segunda es una aventura interpretativa que s�lo de vez en cuando tiene algo que ver con la ciencia hist�rica.
Si en la reconstrucci�n descubrimos que uno de los agentes involucrados tuvo de antemano una visi�n clara del posible curso de los acontecimientos, orient� sus decisiones a cada paso seg�n un diagn�stico objetivo de la situaci�n y lleg� a resultados aproximadamente id�nticos a los que planeaba, decimos que fue el �creador� de esos resultados, pero no su �causa�, puesto que ninguna creaci�n humana, tanto en la pol�tica, como en el arte o en cualquier otro �mbito de actividad, puede producirse ex nihilo, sino que tiene que tomar como materia prima y como ocasi�n ciertos procesos causales preexistentes que el propio agente no podr�a haber creado. Si esa distinci�n, en s� misma clara e inequ�voca, a�n le resulta obscura a mi interlocutor, una comparaci�n con el arte eliminar� sus dificultades: Wolfgang Amadeus Mozart fue el �creador� de la �Flauta M�gica�, pero no fue la �causa� de que en una cierta �poca y en un cierto pa�s, en tales o cuales circunstancias, un individuo, llamado Wolfgang Amadeus Mozart, compusiese precisamente una obra denominada �Flauta M�gica� y no otra cosa, o incluso nada. La creaci�n puede ser documentada, reconstruida en sus fases, comprendida en su l�gica interna y articulada con otras creaciones del mismo autor, todo eso independientemente y antes de cualquier especulaci�n sobre �causas�, que tendr�a que remontarse a etapas muy anteriores y tener en cuenta un marco de referencias pr�cticamente ilimitado, perdiendo en precisi�n lo que ganase en amplitud especulativa. El propio Mozart tendr�a, ciertamente, mucha m�s facilidad para recordar la secuencia de las etapas recorridas en la composici�n de la �pera que para explicar �por qu�, en resumidas cuentas, la cre�, excepto si por �causa� se entiende la mera intenci�n subjetiva del personaje. El �por qu� las cosas sucedieron, en la mayor�a de los casos, s�lo Dios lo sabe. El historiador se contenta, casi siempre, con el �c�mo�, y no se aventura a conjeturar los porqu�s antes de cerciorarse de que todas las secuencias de las acciones de los varios protagonistas son bien conocidas, no s�lo aisladamente sino en su mutua articulaci�n temporal.
La simple revelaci�n de documentos in�ditos que alteran el conocimiento de una de las secuencias es suficiente, por s� misma, para poner entre par�ntesis, hasta un nuevo an�lisis, todas las hip�tesis causales conocidas, y alegar una de �stas contra la autoridad de los documentos es, para decirlo con claridad, cosa de ignorantes.