Olavo de Carvalho
O Globo, 27 de diciembre de 2003
�O world, thou choosest not the better part!� (George Santayana)
Lengua, religi�n y cultura elevada son los �nicos componentes de una naci�n que pueden sobrevivir cuando �sta llega al final de su duraci�n hist�rica. Los valores universales, por servir a toda la humanidad y no solamente al pueblo en el que se originaron, son los que justifican que �ste sea recordado y admirado por otros pueblos. La econom�a y las instituciones no son m�s que el soporte, local y temporal, que la naci�n utiliza para seguir viviendo mientras genera los s�mbolos en los que su imagen perdurar� cuando ya no exista.
Pero, si esos elementos pueden servir a la humanidad, es porque sirvieron eminentemente al pueblo que los cre�; y le sirvieron porque no expresaban solamente sus preferencias e idiosincrasias, sino una feliz adaptaci�n al orden de lo real. A esa adaptaci�n la llamamos �veracidad� -- un valor supralocal y trasladable por excelencia. Las creaciones de un pueblo pueden servir a otros pueblos porque entra�an una veracidad, una comprensi�n de la realidad -- sobre todo de la realidad humana -- que sirve por encima de toda condici�n hist�rica y �tnica determinada.
Por ello esos elementos, los m�s alejados de cualquier inter�s econ�mico, son las �nicas garant�as de �xito en el campo material y pr�ctico. Todo pueblo se esfuerza por dominar el ambiente material. Si s�lo algunos alcanzan el �xito, la diferencia, como demostr� Thomas Sowell en Conquests and Cultures, estriba principalmente en el �capital cultural�, en la capacidad intelectual acumulada que la mera lucha por la vida no da, que s�lo se desarrolla con la pr�ctica de la lengua, de la religi�n y de una elevada cultura.
Ning�n pueblo ha ascendido al primado econ�mico y pol�tico para s�lo despu�s dedicarse a intereses superiores. Lo verdadero es lo contrario: la afirmaci�n de las capacidades nacionales en aquellos tres �mbitos precede a las realizaciones pol�tico-econ�micas.
Francia fue el centro cultural de Europa mucho antes de las pompas de Luis XIV. Los ingleses, antes de apoderarse de los siete mares, fueron los mayores proveedores de santos y eruditos de la Iglesia. Alemania fue el foco irradiador de la Reforma y a continuaci�n el centro intelectual del mundo -- con Kant, Hegel y Schelling -- antes incluso de constituirse como naci�n. Los EUA vivieron tres siglos de religi�n devota y de valiosa cultura literaria y filos�fica antes de lanzarse a la aventura industrial que los elev� a la cima de la prosperidad. Los escandinavos tuvieron santos, fil�sofos y poetas antes que carb�n y acero. El poder isl�mico, sin duda, fue de cabo a rabo creaci�n de la religi�n -- religi�n que ser�a inconcebible si no hubiese encontrado, como legado de la tradici�n po�tica, la lengua poderosa y sutil en la que se escribieron los vers�culos del Cor�n. Y no es nada ajeno al destino de espa�oles y portugueses, r�pidamente apartados del centro a la periferia de la Historia, el hecho de haber alcanzado el �xito y la riqueza de la noche a la ma�ana, sin poseer una fuerza de iniciativa intelectual equiparable al poder material conquistado.
La experiencia de los milenios, sin embargo, puede ser obscurecida hasta volverse invisible e inconcebible. Basta que un pueblo de mentalidad estrecha sea confirmado en su ilusi�n materialista por una filosof�a mezquina que lo explique todo por causas econ�micas. Creyendo que necesita resolver sus problemas materiales antes de cuidar del esp�ritu, ese pueblo seguir� siendo espiritualmente rastrero y nunca se volver� lo suficientemente inteligente como para acumular el capital cultural necesario para la soluci�n de aquellos problemas.
El pragmatismo grosero, la superficialidad de la experiencia religiosa, el desprecio por el conocimiento, la reducci�n de las actividades del esp�ritu al m�nimo necesario para la conquista del empleo (inclusive universitario), la subordinaci�n de la inteligencia a los intereses partidarios, son las causas estructurales y constantes del fracaso de ese pueblo. Todas las dem�s explicaciones alegadas -- la explotaci�n extranjera, la composici�n racial de la poblaci�n, el latifundio, la �ndole autoritaria o rebelde de los brasile�os, los impuestos o la evasi�n de los mismos, la corrupci�n y mil y un errores que las oposiciones achacan a los gobiernos presentes y �stos a los gobiernos pasados -- no son m�s que subterfugios con los que una intelectualidad provinciana y acanallada elude enfrentarse con su propia parte de culpa en el estado de cosas y evita decirle a un pueblo infantil la verdad que lo transformar�a en adulto: que la lengua, la religi�n y la alta cultura vienen primero y la prosperidad despu�s.
Las opciones, dec�a L. Szondi, forjan el destino. Escogiendo lo inmediato y lo material por encima de todo, el pueblo brasile�o ha embotado su inteligencia, ha empeque�ecido su horizonte de conciencia y se ha condenado a la ruina perpetua.
La desesperaci�n y la frustraci�n causadas por la larga sucesi�n de derrotas en la lucha contra los males econ�micos refractarios a todo tratamiento han llegado, en los �ltimos a�os, al punto de fusi�n en el que la suma de los est�mulos negativos produce, pavlovianamente, la inversi�n masoquista de los reflejos: la indolencia intelectual de la que nos avergonz�bamos ha sido aceptada como un m�rito excelso, casi religioso, traducci�n del amor evang�lico a los pobres en el cuadro de la lucha de clases. No pudiendo conquistar el �xito, hemos instituido el orgullo del fracaso. Despu�s de eso, �qu� nos queda sino abdicar de existir como naci�n y conformarnos con la condici�n de economato de la ONU?