Por qu� celebrar la Navidad

Olavo de Carvalho

www.olavodecarvalho.org, 25 de diciembre de 2003

 

 

S�lo existe un motivo para celebrar la Navidad, pero ese motivo es tan ampliamente ignorado que las fiestas navide�as tienen que ser consideradas como una superstici�n en sentido estricto, como la repetici�n ritualizada de una conducta habitual que ya no tiene ning�n significado y en la que, por tanto, cada uno es libre de proyectar las fantas�as est�pidas que le d� la gana.

 

Jesucristo, encarnaci�n del Verbo Divino, o inteligencia de Dios, vino al mundo para ofrecerse como v�ctima sacrificial �nica y definitiva, clausurando un ciclo hist�rico que duraba desde los or�genes de la humanidad y que era regido esencialmente por la Ley del Sacrificio (v�ase Ananda Coomaraswamy, La ley del Sacrificio, y Ren� Girard, El Chivo Expiatorio).

 

La ley del Sacrificio es inherente a la estructura de la existencia c�smica. S�lo Dios tiene la plenitud del ser, y todo lo que existe sin ser Dios tiene una existencia precaria, fundamentada en una deuda ontol�gica insanable, que al nivel del alma humana se manifiesta como culpa.

 

La ley del Sacrificio no puede ser abolida y nunca lo ha sido.

 

Lo que Nuestro Se�or Jesucristo hizo fue cumplirla por entero y de una vez, instituyendo en lugar del Sacrificio la Eucarist�a, que es el memorial del acto sacrificial definitivo. El memorial adquiere entonces el valor de una repetici�n sin necesidad de nuevas v�ctimas.

 

Antes las v�ctimas se sumaban: 1 + 1 + 1 + 1...

 

Ahora la v�ctima �nica se multiplica por s� misma en el acto de la Eucarist�a: 1 x 1 x 1 x 1...

 

Hagan las cuentas y comprender�n por qu� tiene que ser celebrada la Navidad.

 

El problema es que el final de un ciclo hist�rico no entra�a necesariamente, para las generaciones siguientes, la conciencia del cambio acontecido.

 

Esa conciencia tiene que ser reconquistada y retransmitida de generaci�n en generaci�n, y en la sociedad moderna esa transmisi�n ces� desde hace ya alg�n tiempo. Poqu�simas personas tienen una conciencia clara de lo que ganaron con la Navidad. La mayor�a, incluso cuando recibe regalos, no sabe que �stos �nicamente simbolizan una ganancia mucho mayor que fue obtenida hace ya 2003 a�os.

 

Este beneficio puede ser explicado en pocas palabras:

 

Todo hombre, por el simple hecho de existir, es atormentado por la culpa y vive en un constante di�logo interior de acusaci�n y defensa, que produce miedo, odio, envidia, celos, b�squeda obsesiva de aprobaci�n. Esos sentimientos hacen al hombre vulnerable a las malas palabras, a las acusaciones e insinuaciones que le llegan de sus semejantes, de la cultura ambiental o de su propio interior. El conjunto de esas acusaciones e insinuaciones es el esp�ritu demon�aco, que en virtud de la culpa misma tiene un poder incalculable sobre el ser humano. Buscando protecci�n contra ese poder, el hombre se somete a los malos y a los intrigantes, es decir, a los representantes del propio esp�ritu demon�aco, creyendo que los que pueden herirle deben tambi�n poder ayudarle. De ese modo el hombre se convierte en la v�ctima sacrificial, en el chivo expiatorio en un grotesco ritual simulado.

 

Cristo nos advierte que ese sacrificio es in�til, innecesario y pecaminoso. No existe en el mundo un poder o autoridad con derecho a exigir v�ctimas. Dios Padre s�lo ha exigido una, y �l mismo la ha proporcionado. Todo aquel que, despu�s de eso, se sienta culpable, no tiene que ofrecerse como v�ctima sacrificial en ning�n altar. Tiene �nicamente que acordarse del sacrificio de Cristo y alegrarse. Eso es todo.

 

Muchas personas incluso saben que las cosas son as�, pero s�lo lo entienden desde el punto de vista religioso formal, sin sacar de ese conocimiento las consecuencias pr�cticas de orden psicol�gico, que son portentosas:

 

Aquel que se ofreci� para ser sacrificado en nuestro lugar no es un cobrador de deudas ni un acusador, sino un salvador. No pide nada, s�lo ofrece. Y a cambio acepta una palabrita, una sonrisa, una intenci�n no expresada, cualquier cosa, pues no es susceptible ni orgulloso: es manso y humilde.

 

Si, sabiendo esto, Ud. todav�a es vulnerable a las miradas acusadoras y a las palabras venenosas, si a�n siente ante los intrigantes y los maliciosos un poco de temor reverente y trata de aplacarles con muestras de sumisi�n para que no le expongan a la verg�enza o no le castiguen de alguna otra manera, es porque todav�a no ha comprendido el sentido de la Navidad.

 

Ese sentido es sencillo y directo: los malos e intrigantes ya no tienen ninguna autoridad sobre Ud. No baje la cabeza ante ellos, no permita que sus debilidades sean explotadas por la malicia del mundo.

 

Jesucristo ya pag� su deuda.

 

Y por eso celebramos la Navidad.