Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 18 de diciembre de 2003
Despu�s de estudiar durante d�cadas la naturaleza del marxismo, he llegado a la conclusi�n de que no es s�lo una teor�a, una �ideolog�a� o un movimiento pol�tico. Es una �cultura�, en el sentido antropol�gico, un universo completo de creencias, s�mbolos, valores, instituciones, poderes formales e informales, normas de conducta, modelos de ret�rica, h�bitos conscientes e inconscientes, etc. Por eso es auto-fundante y auto-referente, incapaz de comprender nada si no es en sus propios t�rminos, ni de admitir una realidad m�s all� de su propio horizonte ni un criterio de veracidad por encima de sus propios fines auto-proclamados. Como toda cultura, el marxismo tiene en su propia subsistencia un valor que debe ser defendido a toda costa, muy por encima de las exigencias de la verdad o de la moralidad, pues constituye una totalidad de la que la verdad y la moralidad son s�lo elementos parciales, motivo por el cual la pretensi�n de exigirle algo en nombre de las mismas suena a sus o�dos como una intolerable y absurda rebeli�n de las partes contra el todo, como una violaci�n insensata de la jerarqu�a ontol�gica.
La constituci�n de su identidad incluye dispositivos de auto-defensa que imponen severos l�mites a la cr�tica racional, recurriendo, cuando es amenazada real o imaginariamente, a excusas mitol�gicas, al auto-enga�o colectivo, a la mentira pura y simple, a mecanismos de exclusi�n y de eliminaci�n de los inconvenientes y al rito sacrificial del chivo expiatorio.
Se enga�an quienes creen posible �refutar� el marxismo mediante un ataque bien fundamentado a sus �principios�. Para el marxista, la unidad y la preservaci�n de su cultura est�n por encima de cualquier consideraci�n de orden intelectual y cognitivo, y por eso los �principios� expresos de la teor�a no son propiamente �el� fundamento de la cultura marxista: son �nicamente la traducci�n verbal, imperfecta y provisional, de un fundamento mucho m�s profundo que no es de orden cognitivo sino existencial, y que se identifica con la propia sacralidad de la cultura que debe permanecer intocable. Ese fundamento puede ser �sentido� y �vivido� por los miembros de la cultura mediante su participaci�n en la atm�sfera colectiva, en las iniciativas comunes, en el recuerdo de las glorias pasadas y en la esperanza de la victoria futura, pero no puede ser reducido a ninguna formulaci�n verbal en particular, por m�s elaborada y prestigiosa que sea. Por eso es posible ser marxista sin aceptar ninguna de las formulaciones anteriores del marxismo, incluida la del propio Marx. Por eso es posible participar en el movimiento marxista sin conocer nada de su teor�a, as� como es posible rechazar cr�ticamente la teor�a sin dejar de colaborar con el movimiento en la pr�ctica. El ataque cr�tico contra las formulaciones te�ricas deja intacto el fundamento existencial, que, cuando es atacado, se cobija en el refugio inexpugnable de las certezas mudas o simplemente inventa nuevas formulaciones substitutivas que, si son incoherentes con las primeras, no probar�n, para el marxista, m�s que la infinita riqueza del fundamento inefable, capaz de conservar su identidad y su fuerza bajo una variedad de formulaciones contradictorias a las que transciende infinitamente. El marxismo no tiene �principios�, sino s�lo impresiones inefables en constante metamorfosis. As� como la realidad de la vida humana no puede ser experimentada m�s que como un nudo de tensiones que se modifican con el tiempo sin que jam�s puedan ser resueltas, las contradicciones entre las diversas formulaciones del marxismo har�n de �l una perfecta imitaci�n microc�smica de la existencia real, dentro de la cual el marxista puede pasar toda su vida inmune a las tensiones externas al sistema, con la ventaja adicional de que las internas est�n de alg�n modo �bajo control�, atenuadas por la solidaridad interna del movimiento y por las esperanzas compartidas. Si el marxismo es una �Segunda Realidad�, en la acepci�n de Robert Musil y de Eric Voegelin, no lo es �nicamente en el sentido cognitivo de las representaciones ideales artificiales, sino tambi�n en el sentido existencial de la falsificaci�n activa, pr�ctica, de la experiencia de la vida. Por eso, todo pueblo sometido al influjo dominante del marxismo empieza a vivir en un espacio mental cerrado, ajeno a la realidad del mundo exterior.
En el pr�ximo art�culo detallar� m�s estas explicaciones, resumen de las que ofrec� en mi reciente debate con un profesor de la Facultad de Derecho de la USP (Universidad de S�o Paulo), a las que mi interlocutor respondi� que yo pensaba as� por tener �problemas emocionales graves� � sin percatarse de que, con eso, daba la mejor ejemplificaci�n de mi teor�a.