Olavo de Carvalho
O Globo, 18 de octubre de 2003
Hace algunas semanas, expuse a los lectores mi pensamiento de que la posici�n del ser humano en la estructura de la realidad se resuelve en seis preguntas l�mite, que no encuentran respuestas satisfactorias ni quedan totalmente sin respuesta, y que por su contenido se ordenan en tres pares de opuestos, formando un sistema de tensiones. Estoy trabajando sobre ese asunto desde hace tiempo, usando, para darle la debida articulaci�n, algunos conceptos bastante profundizados ya por la tradici�n filos�fica. La idea general de las preguntas l�mite es de Eric Voegelin. �Tensi�n� es un t�rmino que utilizo en el sentido definido por M�rio Ferreira dos Santos en su �Teor�a general de las tensiones�, manuscrito in�dito que estoy preparando para su publicaci�n con notas y comentarios. La disposici�n en cruz proviene de Eugen Rosenstock-Huessy y de Raymond Abellio, pero he tenido que modificarla para que sirviese dentro de mi esquema. La formulaci�n de cada una de las seis preguntas tampoco es pura invenci�n m�a: resume un mont�n de expresiones distintas que les fueron dadas por los fil�sofos desde Plat�n.
Finalmente, el esquema no es una bonita idea que se me ocurri� de repente, sino el resultado de un largo trabajo de investigaci�n. En todo el trayecto, as� como en el esquema final obtenido, la pregunta principal, que articula las otras cinco y les da el grado de su significado, es evidentemente la pregunta sobre la trascendencia. Su formulaci�n m�s cl�sica es la de Leibniz: ��Por qu� existe el ser y no la nada?� Albert Einstein dec�a que s�lo la consideraci�n continua de esa pregunta coloca a la inteligencia humana en la perspectiva correcta. Cuando abandonamos la pregunta sobre el fundamento �ltimo del ser (y por tanto del conocimiento), hasta la ciencia misma pierde la sustancia de su racionalidad y se desmorona en preguntas insensatas con respuestas arbitrarias. La p�rdida de la racionalidad de las ciencias fue descrita brillantemente por Edmund Husserl en �La crisis de las ciencias europeas� (1933) y est� en la ra�z de las grandes cat�strofes hist�ricas del siglo XX. Su origen se remonta al matematismo mecanicista del Renacimiento, pero no es impropio decir que ese mal s�lo adquiere proporciones alarmantes con la llegada de las dos grandes ideolog�as mesi�nicas del siglo XIX, el positivismo y el marxismo, esquemas en c�rculo cerrado que prohiben las preguntas sobre todo lo que quede m�s all� de su marco de referencias.
De ah� sacamos una importante inspiraci�n para el diagn�stico de la miseria espiritual brasile�a. El positivismo y el marxismo han sido los influjos predominantes en la formaci�n de nuestra intelectualidad, que les debe el estrechamiento cr�nico de su horizonte de intereses. Durante a�os me he dedicado a leer los principales libros brasile�os y he observado que la pregunta fundamental estaba ausente de casi todos ellos, en contraste con una dedicaci�n obsesiva a problemas epid�rmicos y puntuales de orden sociol�gico, psicol�gico, pol�tico y econ�mico. Con algunas excepciones que eran m�s notables a�n por su rareza (un Machado de Assis, un Jorge de Lima, un M�rio Ferreira, un Bruno Tolentino, por ejemplo), la inteligencia brasile�a se mov�a en un �mbito local ajeno al inter�s espiritual m�s alto de la Humanidad. Incluso nuestra abundante literatura de inspiraci�n religiosa no iba en general m�s all� de las preocupaciones morales y pastorales, f�cilmente degeneradas, a partir de la d�cada de los 60, en una pura predicaci�n pol�tica. Y en los �ltimos a�os ser�a ya una exageraci�n llamar �pol�tica� a lo que se contempla en este pa�s: no quedan m�s que el show business y la propaganda.
En mi �mbito de experiencia directa, puedo garantizar que, a lo largo de mi vida, no he conocido m�s que dos o tres brasile�os para quienes la pregunta sobre el fundamento del ser, o cualquiera de las otras cinco, considerada en la escala de esa pregunta matriz, tuviese la realidad de un inter�s personal decisivo. Incluso en los medios acad�micos de la filosof�a, que deber�an ocuparse de esas preguntas profesionalmente, el inter�s que despiertan es remoto e indirecto: una cosa es el cuerpo a cuerpo con un problema esencial, otra totalmente distinta es la atenci�n escolar a las obras de los fil�sofos de moda que, por acaso, han tratado de �l. Tanto es as� que la pregunta de Leibniz s�lo entra en nuestra literatura acad�mica indirectamente a trav�s de Heidegger, que, al menos en ese punto, es de segunda mano (en realidad de tercera, pues hered� la pregunta de Schelling y no directamente de Leibniz). El inter�s, en este caso, es por �Heidegger�, no por el fundamento del ser. El acercamiento es erudito, libresco, no filos�fico. Al que se llama fil�sofo, en esos medios, no es al hombre que lucha con los enigmas nucleares de la existencia: es al �especialista� en las obras de fulano o zutano, conocidas hasta los �ltimos detalles del an�lisis textual. El �texto� lo es todo; los problemas y la realidad, nada. El culto a la futilidad alcanza, ah�, las proporciones de un pecado contra el esp�ritu. Y encima se oculta bajo el pretexto ennoblecedor de una austeridad disciplinar, que se abstiene de tratar los problemas filos�ficos directamente por el celo de la escrupulosidad filol�gica.
Cuando contemplen la sociedad brasile�a y perciban su panorama de corrupci�n, de caos, de violencia y de desorientaci�n general, por favor, acu�rdense de que ese estado de cosas puede tener causas que van m�s all� de la superficie pol�tica y econ�mica del d�a. Acu�rdense de que una cultura sin inter�s por el fundamento no puede crear, a largo plazo, m�s que una sociedad desprovista de fundamentos, un edificio de frivolidades queridas que, al primer viento un poco fuerte, se cae como un castillo de naipes.
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A prop�sito de la reciente convocaci�n del gobierno para que las �entidades representativas de la sociedad civil� ayuden a la reestructuraci�n de la Abin [Agencia brasile�a de inteligencia], no ser� tan bondadoso como para explicar, con detalle, lo obvio: que la convivencia �ntima entre los servicios secretos y la sociedad civil no tiene nada de democr�tica, sino que es el distintivo esencial de los reg�menes totalitarios. Enga�ados por el atractivo ilusorio de la palabra �participaci�n�, los brasile�os se prestar�n ahora a colaborar con la creaci�n de una polic�a pol�tica omnipresente.
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Sugerencia de lectura: no se pierdan el ensayo de J. O. de Meira Penna, �Nietzsche y la locura�.