Olavo de Carvalho
O Globo, 27 de septiembre de 2003
Pongo la TV-C�mara y veo a una soci�loga, Maria L�cia de Oliveira, ense�ando a un grupo de atentas universitarias, con el patrocinio del gobierno, que la asociaci�n de lo masculino con lo activo y de lo femenino con lo pasivo fue una estratagema machista concebida por un poder pol�tico para imponer la sujeci�n a las pobres mujeres.
Esas asociaciones simb�licas, dice ella, se propagan mediante una repetici�n generalizada hasta convertirse en fuerzas sociales inconscientes. Imbuidas en el vocabulario, modelan y dirigen la vida ps�quica de las multitudes, como botones de mando invisibles, introducidos por la astucia del poder.
Ella afirma esto como si fuese la verdad cient�fica m�s cierta y probada, y las alumnas reciben el mensaje como si fuese la luz de la raz�n que viene a librarlas, por fin, de las tinieblas antiguas del prejuicio y de la ignorancia.
El esquema se repite, diariamente, en una infinidad de aulas, programas de radio y TV, conferencias, revistas, peri�dicos y, evidentemente, libros.
La orgullosa convicci�n de estar desarrollando una visi�n m�s realista de las cosas, fundada en los progresos de la educaci�n, se propaga as� a millones de almas que, por eso mismo, se sienten liberadas del oscurantismo de las �generaciones pasadas�, una unidad de medida que incluye en una carpeta uniforme, remontando en la l�nea del tiempo, desde pap� y mam� hasta el hombre de Neanderthal.
Sin embargo, la lecci�n absorbida de ese modo es una estupidez descomunal, que s�lo puede ser aceptada por inteligencias deficientes, incapaces de las m�s elementales preguntas cr�ticas.
La asociaci�n masculino-activo, femenino-pasivo, aparece en tantas culturas antiguas, tan separadas en el tiempo y en el espacio como la hind�, la china, la persa y la amerindia, que la posibilidad de que no constituya la traducci�n simb�lica espont�nea de una constante de la experiencia humana, y s� la invenci�n artificiosa de alg�n �poder pol�tico� maquiav�lico, descansa enteramente en la hip�tesis pueril de que exist�a entonces una casta gobernante mundial, capaz de imponer sus decretos y su lenguaje a los cuatro cuadrantes de la Tierra.
La hip�tesis es tan idiota que no merece consideraci�n, pero masas enteras de estudiantes la aceptan porque son incapaces de elevarse desde la idea a la premisa inmediata que la sustenta.
Significativamente, un poder mundial tal como el sobrentendido en esa premisa es algo que s�lo muy recientemente ha podido venir a la existencia, gracias a la red mundial de telecomunicaciones. La invenci�n del tel�grafo fue la primera conquista rudimentaria que inaugur� la expansi�n del poder en una dimensi�n que iba a sobrepasar las m�s delirantes ambiciones de Julio C�sar o de Gengis-Khan. Hasta el siglo XVIII, cualquier orden emanada de un gobernante pod�a tardar semanas o meses en llegar hasta las �ltimas fronteras del territorio bajo su mando. Todo poder, incluso el m�s organizado y eficiente, era debilitado por las distancias y por las dificultades de comunicaci�n. La idea, por ejemplo, de una Iglesia monol�tica, de una red clerical global bajo las �rdenes de Roma, que s�lo habr�a empezado a deshacerse con la llegada de la ciencia y de las Luces, es un mito que la imaginaci�n moderna proyecta sobre el pasado, recre�ndolo a su propia imagen y semejanza. Hasta el Renacimiento, los papas ni siquiera consegu�an nombrar a sus obispos, una prerrogativa que s�lo con mucha dificultad fueron arrancando a una multiplicidad de poderes locales independientes. La idea misma de un control global unificado no empieza a dibujarse en la imaginaci�n humana m�s que con Kant, a comienzos del siglo XIX, ni se traduce en un proyecto sistem�tico antes de Cecil Rhodes, en el paso del siglo XIX al XX, ni en iniciativas concretas antes de la llegada del Comintern, de la Fabian Society y principalmente de la ONU.
No por coincidencia, la reinvenci�n del pasado hist�rico seg�n los c�nones fantasiosos de la soci�loga de la TV-C�mara, con todo el conjunto de emociones y de s�mbolos de protesta feminista asociados, s�lo se propag�, precisamente, en un �poca en la que, por primera vez en la historia, un poder pol�tico, jur�dico y educacional se constituy� a escala planetaria y hoy impone sus creencias y valores a toda la poblaci�n mundial, a trav�s de campa�as publicitarias y de programas educativos pasivamente aceptados por todos los gobiernos nacionales que, en caso de rebeld�a, se ver�an inmediatamente excluidos del cr�dito bancario de las grandes instituciones financieras internacionales, sin el que no sobrevivir�an ni una semana.
El nuevo lenguaje de la rebeld�a feminista, de la protesta gay, de las cuotas raciales, del ecologismo, del abortismo, del desarmamentismo, etc., es producto de intelectuales activistas, ingenieros sociales y planificadores estrat�gicos directamente vinculados, sea al n�cleo del nuevo gobierno global, sea a su red informal de agencias esparcidas por el mundo en forma de ONGs, sea a los grandes medios de comunicaci�n internacionales que se han convertido en una caja de resonancia de la novilingua �pol�ticamente correcta�.
M�s curioso a�n es que, cuando se habla de �poder mundial�, las multitudes asocian ingenuamente la expresi�n a los EUA, como si fuese el gobierno de Washington y no la ONU quien, ante nuestros propios ojos, crea las nuevas leyes laborales y raciales, las nuevas normas educativas y los c�digos de conducta, las nuevas reglas de la diplomacia y de la administraci�n planetaria que se imponen al mundo con la mayor facilidad y encontrando poqu�sima resistencia � que, cuando tiene lugar, proviene precisamente de los EUA.
Millones de portavoces en miles de TVs-C�maras por todo el mundo entrenan diariamente a ej�rcitos de semi-intelectuales para que transmitan a la poblaci�n esos nuevos modelos de lenguaje que, al moldear la imaginaci�n y los sentimientos de las multitudes, a�n har�n el prodigio de ocultar la existencia de su fuente, induci�ndolas a creer que semejante poder sobre las conciencias no existe hoy y no est� siendo ejercido sobre ellas en ese preciso momento, sino que existi� en un pasado remoto y que nos hemos librado de �l por el advenimiento de la gloriosa modernidad.
Es la inversi�n general de la conciencia del tiempo hist�rico, base para la construcci�n imaginaria de un mundo al rev�s.
Es alucinante, pero es exactamente as�.