Olavo de Carvalho
O Globo, 20 de septiembre de 2003
Hace veinticuatro siglos, S�crates, Plat�n y Arist�teles pusieron las bases del estudio cient�fico de la sociedad y de la pol�tica. Mucho se ha aprendido despu�s de eso, pero los principios que ellos formularon conservan toda su fuerza de exigencias ineludibles. Lo m�s importante es la distinci�n entre el discurso de los agentes y el discurso del cient�fico que lo analiza. Doxa (opini�n) y epistem� (ciencia) son los t�rminos que los designan respectivamente, pero esas palabras se han desgastado tanto por el uso que para hacer que sean �tiles nuevamente es necesario explicar su sentido en t�rminos actualizados. Fue lo que hizo Edmund Husserl con la distinci�n entre el discurso �pre-anal�tico� y el discurso hecho consciente por el an�lisis de los significados incluidos en aqu�l.
�Pre-anal�tico� es el discurso que tiene varios significados confusamente mezclados y que por eso no sirve para describir ninguna realidad objetiva, sino s�lo para expresar el estado de esp�ritu -- �ste tambi�n confuso � de la persona que habla. Pero ese estado de �nimo, esa amalgama de deseos, temores, anhelos y expectativas, es a su vez un componente de la situaci�n objetiva. Por medio del an�lisis, el estudioso descompone los discursos de los diversos agentes en distintos estratos de intenciones y vuelve a dise�ar la situaci�n seg�n un mapa que puede resultar muy diferente del imaginado por los agentes.
Por ejemplo, en el lenguaje corriente podemos oponer el comunismo y el anticomunismo como dos �ideolog�as�. Objetivamente, sin embargo, el comunismo tiene una historia continuada de 150 a�os y, a pesar de todas sus disidencias y variantes, es un movimiento hist�rico identificable, una �tradici�n� que se prolonga precisamente mediante su conflicto interno. El �anticomunismo�, en cambio, abarca movimientos sin ninguna conexi�n o parentesco entre s�, que coinciden en rechazar una misma ideolog�a por motivos heterog�neos e incompatibles. S�lo para poner un ejemplo extremo: el rabino Menachem Mendel Schneerson, c�lebre activista antisovi�tico, era anticomunista por ser jud�o ortodoxo; Joseph Goebbels era anticomunista por creer que el comunismo era una conspiraci�n jud�a.
Comunismo y anticomunismo s�lo constituyen especies del mismo g�nero cuando son considerados como puras intenciones verbales desvinculadas de sus encarnaciones hist�ricas, o sea, de la �nica realidad que poseen. El comunismo es una �ideolog�a�, es decir, un discurso de autojustificaci�n de un movimiento pol�tico identificable. El anticomunismo no es en modo alguno una ideolog�a, sino un mero rechazo cr�tico de una ideolog�a por motivos que, en s� mismos, no tienen por qu� ser ideol�gicos, aunque puedan ser absorbidos en el conjunto de diversas ideolog�as.
Otro ejemplo. El concepto nazi de �jud�o� no correspond�a a ninguna realidad objetiva, sino a un conjunto de proyecciones imaginarias. Pero ese conjunto, a su vez, expresaba muy bien lo que al nazi le gustar�a hacer con las personas en las que la imagen proyectada encajase de alg�n modo. Ese deseo, a su vez, coincid�a con los de sus compa�eros de partido y le daba al nazi un sentido de identidad como participante en una empresa colectiva, cuya unidad se reconoc�a por el odio com�n al s�mbolo de su enemigo ideal.
Los l�deres nazis eran conscientes de eso. Hitler lo reconoci� expresamente en sus confesiones a Hermann Rauschning, y Goebbels, cuando el cineasta Fritz Lang rechaz� un cargo en el gobierno alegando tener madre jud�a, contest�: �El que decide qui�n es o qui�n no es jud�o soy yo.� Pero la masa de los militantes cre�a que descargaba su rencor sobre un enemigo preciso y bien definido.
Ni que decir tiene que los conceptos comunistas de �burgu�s� y de �proletario� son tambi�n fantasmag�ricos -- aunque envueltos en un embalaje intelectualmente m�s elegante. El propio historiador marxista E. P. Thompson reconoci� que es imposible distinguir un �proletario� en virtud de rasgos econ�micos objetivos: es necesario a�adir informaciones culturales e incluso psicol�gicas -- entre las cuales, claro est�, la propia auto-imagen del individuo que se siente integrado en las �fuerzas proletarias� por el odio a la imagen del �burgu�s�.
Los kulaks, que fueron muertos a millones en la URSS, eran nominalmente �campesinos ricos�. Nadie sab�a decir si para ser catalogado como �rico� hab�a que tener un vaca, dos vacas o tal vez una docena de gallinas, pero eso poco importaba: el kulak era un s�mbolo, y la militancia comunista en el campo consist�a en odiarlo. La fuerza de la identidad grupal comunista, reiterada por los constantes discursos de odio, se proyectaba sobre el kulak y le otorgaba una apariencia de realidad social perfectamente n�tida. Por eso el militante no sent�a que se equivocaba de objetivo cuando mataba a un campesino que no ten�a vacas ni gallinas, sino �nicamente un icono de la iglesia rusa en la pared. La creencia religiosa transfer�a a la v�ctima a otra clase econ�mica.
Tambi�n es evidente que el �latifundista�, objeto del odio del MST [Movimiento de los Sin-Tierra], no es ninguna clase objetivamente identificable, sino un s�mbolo del malvado acumulador de bienes agrarios socialmente est�riles, s�mbolo que puede ajustarse, seg�n las circunstancias, hasta a las explotaciones agr�colas m�s �tiles y ben�ficas, ahorrando cualquier censura m�s grave a la inmensidad de tierras improductivas del propio MST.
Analizando y descomponiendo esos compactados verbales y compar�ndolos con los datos disponibles, el estudioso puede llegar a comprender la situaci�n en t�rminos muy diferentes a los del agente pol�tico. Pero tambi�n es cierto que los propios conceptos cient�ficos obtenidos de ah� pueden incorporarse luego al discurso pol�tico, convirti�ndose en expresiones de la doxa. Es eso, precisamente, lo que se denomina una ideolog�a: un discurso de acci�n pol�tica compuesto de conceptos cient�ficos vaciados de su contenido anal�tico y magnetizados con una carga simb�lica. Entonces son necesarios m�s y m�s an�lisis para neutralizar la mutaci�n de la ciencia en ideolog�a.