Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 18 de septiembre de 2003
No creo haber merecido la cuchufleta que el querido embajador Meira Penna me ha hecho en el Jornal da Tarde del d�a 15, al decir que atribuyo el izquierdismo febril de nuestros medios de comunicaci�n a �una conspiraci�n con el centro directivo en Mosc��.
A partir de ahora, mis detractores podr�n alegar que hasta uno de mis mejores amigos, un intelectual digno de todo respeto, me cataloga entre los te�ricos de la conspiraci�n. Pero est� claro que el embajador no quiso nada de eso: tan s�lo abrevi� en exceso una referencia que, por extenso, ocupar�a todo su art�culo. Reducida hasta el absurdo, se ha convertido en una caricatura, facilitando involuntariamente la negaci�n maliciosa de los hechos que el propio Meira Penna denunciaba.
El recurso habitual de quien no tiene nada que responder a una denuncia irrefutable es deformarla mediante un t�tulo peyorativo -- y la expresi�n �teor�a de la conspiraci�n� es lo suficientemente peyorativa como para poner al acusado bajo sospecha de delirio paranoico. El propio embajador, a pesar de sus precauciones, no escapar� de ese etiquetado.
Es verdad que la mayor�a de los usuarios de dicho t�rmino s�lo lo ha conocido por la pel�cula de Mel Gibson y Julia Roberts, pero eso da mayor fuerza a�n a su uso difamatorio, pues el p�blico tambi�n desconoce el asunto y no hay nada que tenga m�s fuerza persuasiva que la complicidad espont�nea de dos ignorancias. Si quieres ser cre�do sin la m�s m�nima objeci�n, habla sobre cosas de las que no sabes nada a alguien que lo ignora todo sobre las mismas. Es infalible. Careciendo de toda referencia objetiva, la unanimidad bobalicona es una tabla de salvaci�n para los n�ufragos.
Es obvio que nunca he explicado el izquierdismo de los medios de comunicaci�n por alg�n tipo de conspiraci�n, y s� por la hegemon�a de un movimiento de masas que, por su propia magnitud, es lo contrario de una conspiraci�n. El predominio izquierdista es abrumador, descarado y c�nico, hasta el punto de que ni siquiera necesita responder a sus cr�ticos. Una conspiraci�n es, por el contrario, una trama secreta con objetivos puntuales, urdida por el menor n�mero posible de participantes para evitar filtraciones, y ejecutada con los medios m�s discretos a disposici�n de los interesados. Una �teor�a de la conspiraci�n� es exactamente lo opuesto de la explicaci�n fundada en una estrategia amplia y a largo plazo como la de la �revoluci�n cultural� gramsciana.
Pero no importa: en Brasil los t�rminos corrientes del vocabulario pol�tico nunca son usados para designar a los objetos que les corresponden, sino para expresar los sentimientos toscos y confusos de adhesi�n o repulsa que se agitan en el alma del que habla. Por eso mismo, las genuinas teor�as de la conspiraci�n nunca son impugnadas como tales. Al contrario, son aceptadas como verdades de sentido com�n, con la �nica condici�n de que el sospechoso de la trama sea norteamericano. La poblaci�n brasile�a est� masivamente persuadida de que la CIA mat� a Kennedy, de que el Pent�gono mont� el golpe militar de 1964 en Brasil y el de 1973 en Chile, de que un grupo de astutos capitalistas del petr�leo plane� la invasi�n de Irak. Si, no obstante, desafiando a las coherencias estereotipadas, afirmas que Jimmy Carter utiliz� el FMI para estrangular al gobierno Somoza y entregar el poder a los sandinistas, que Bill Clinton cedi� a China secretos nucleares vitales tras haber sido elegido con la financiaci�n de la propaganda china, que Al Gore es accionista de una empresa que hizo blanqueo de dinero para el Comintern, eres tildado inmediatamente de �te�rico de la conspiraci�n�, aunque no est�s hablando ni remotamente de conspiraciones sino de datos oficiales, p�blicos y ampliamente documentados.
�Teor�a de la conspiraci�n� es, igualmente, cualquier menci�n, por leve e indirecta que sea, a la acci�n de la KGB en el mundo, y mucho m�s en Brasil. La KGB, en la fantas�a nacional, es una entidad et�rea e inexistente, creada por la inventiva p�rfida de los conspiradores anticomunistas. Documentos, testimonios, an�lisis, bibliotecas enteras no pueden nada contra la fuerza obstinada de los s�mbolos m�gicos inoculados, desde los pupitres escolares, en el fondo de las almas de millones de brasile�os.
En definitiva, �teor�a de la conspiraci�n� es una de las mil muletas l�xicas al servicio de los locuaces deficientes mentales que orientan y dirigen el pa�s. Si, de paso, un escritor serio se permite usar el t�rmino en el sentido enga�oso consolidado por el uso m�gico, eso s�lo demuestra que el dominio ejercido por los gur�s izquierdistas sobre el ambiente mental del p�blico no es una conspiraci�n, sino el efecto difuso de la lenta y profunda impregnaci�n hegem�nica del vocabulario: en un momento de distracci�n, hasta el hombre honesto acaba hablando en la lengua de aqu�llos.