Olavo de Carvalho
O Globo, 6 de septiembre de 2003
Para borrar la mala impresi�n residual de los atentados del 11 de septiembre, nada mejor que desviar la atenci�n hacia otros acontecimientos relacionados con la misma fecha.
Nuestro gobierno va a celebrar en ese d�a la memoria de Salvador Allende, muerto el 11 de septiembre de 1973. Allende, llorado como v�ctima de un �golpe militar�, fue destituido del poder constitucionalmente, por decisi�n de la C�mara de Diputados y de la Suprema Corte, quienes, ante su resistencia armada, llamaron al Ej�rcito para expulsarlo. Sufri� lo que hubiese sufrido Fernando Collor si, tras la votaci�n de su impeachment, hubiese transformado el Palacio del Planalto en un bunker, en lugar de marcharse a casa (cfr. �A Tale of Two Chileans�, de Robin Harris, www.lakota.clara.net/harris.pdf).
Otro 11 de septiembre, festejado ya anticipadamente, es el centenario de Theodor Adorno, seg�n los medios de comunicaci�n nacionales uno de los mayores fil�sofos del siglo XX. En verdad, no existe filosof�a alguna de Theodor Adorno, sino s�lo aplicaciones ingeniosas que hizo de las ideas de su amigo Max Horkheimer a la est�tica y a la cr�tica cultural. Horkheimer y Adorno son inseparables como el yang y el yin -- siendo Adorno el yin, el lado m�s externo y visible.
La inspiraci�n com�n de los frankfurtianos es muy obvia, aunque siga siendo invisible hasta el d�a de hoy para sus fans. Su marxismo inicial era muy difuso. Estaban vagamente interesados en el juda�smo, y sus primeras cr�ticas al mundo moderno recordaban las de los tradicionalistas rom�nticos. Pero como eran chicos ricos, indignad�simos contra sus familias, que los mimaban, el retorno a la religi�n de sus padres era m�s de lo que su orgullo pod�a soportar. Por eso su destino no fue el de su contempor�neo Franz Rosenzweig, materialista reconvertido: sus estudios judaicos se desviaron, en vez de eso, hacia el lado m�s f�cil -- la herej�a gn�stica. Ah� encontraron la f�rmula para poder seguir siendo marxistas sin abdicar de una cierta aureola de misterio religioso. Los principios de la �teor�a cr�tica� de Horkheimer y de Adorno son pura gnosis traducida al �freudomarx�s�. El gnosticismo jura que la creaci�n fue un error maligno cometido por una divinidad menor, el Demiurgo, contra la voluntad del dios superior, entidad excelsa que jam�s habr�a ca�do en semejante enga�o. Como el universo es completamente malo, el deber del esp�ritu es luchar por la destrucci�n de todo lo que existe. La �teor�a cr�tica� sigue esa receta al pie de la letra, contemplando el horror por todas partes y afirmando incluso que no puede existir ni tan siquiera ser imaginada una sociedad m�s justa, pero creyendo ver en ello un motivo m�s para odiar las injusticias del presente. Abominar el mal sin creer en el bien parece cosa de h�roe tr�gico, y ah� reside el glamour peculiar de los frankfurtianos. Pero, en el fondo, es de un comodismo atroz. Moralmente, permiti� a Max Horkheimer proclamar, con Maquiavelo, que todo poder y riqueza proviene de la opresi�n y de la mentira, y al mismo tiempo encarnar personalmente esa teor�a, ufan�ndose de dominar a sus colaboradores �como un dictador� (sic) y enriqueci�ndose a costa de la vil explotaci�n de su trabajo. Intelectualmente, la broma era a�n m�s c�nica. Al no existir un criterio de justicia, la denuncia de las injusticias quedaba autorizada, sin pecado, a ser ella misma injusta, arbitraria y loca. De ese modo, aunque reconoc�an que el comunismo sovi�tico era �el mal absoluto�, Adorno y Horkheimer prefirieron dejarlo en paz, concentrando su artiller�a en el ataque a la sociedad americana y proporcionando al movimiento comunista el simulacro de autoridad moral que le ha ayudado a sobrevivir tras la ca�da de la URSS. Su colaborador Herbert Marcuse consideraba el libre debate algo b�rbaramente represivo y prefer�a, como m�s democr�tico, el cercenamiento directo de todo discurso anti-izquierdista. A trav�s de Marcuse, la Escuela de Frankfurt inspir� la censura �pol�ticamente correcta�, que hoy, en muchas universidades americanas, condena a per�odos de �reeducaci�n sensitiva� obligatoria, como en los centros sovi�ticos de �reforma de la mentalidad�, a todo aquel que se oponga a la ortodoxia marxista dominante (cfr. www.zetetics.com/mac/articles/reeducation.html, www.newsmax.com/commentarchive.shtml?a=2000/ 10/29/152520 y www.shadowuniv.com/reviews/9901hlr-has-kors.html). Parece extra�o apostar en la Novilingua de �1984� como instrumento de �liberaci�n�, �pero c�mo pod�a ser de otro modo si el punto de partida es la universalidad del mal y, por tanto, la absoluta falta de voluntad -- o capacidad -- de discernirlo del bien? Cuando Marcuse nos intoxica con expresiones tan manifiestamente sarc�sticas como �tolerancia represiva� e �intolerancia liberadora�, lo �nico que hace es adornar con el r�tulo de la �dial�ctica� la t�cnica pavloviana de la estimulaci�n parad�jica que propaga la confusi�n maliciosa de libertad y opresi�n. La teor�a cr�tica entera, en efecto, es una colecci�n de ingeniosos artificios de auto-estupidificaci�n moral, que culminan en la alabanza devota al Marqu�s de Sade como ejemplo de conducta superior y en la apolog�a de la �perversidad polim�rfica� (sic) -- que incluye, evidentemente, el sadismo, el masoquismo y la pedofilia -- como �nica forma de sexualidad saludable. No sorprende que Horkheimer y Adorno, escapados del nazismo, no lograsen ver una diferencia substantiva entre morir en una c�mara de gas en Auschwitz y pontificar libremente desde una bien remunerada c�tedra en Columbia, en medio de los aplausos de la sociedad elegante. �se es el origen del �equivalentismo� moral que, hoy, pretende igualar la democracia americana con los m�s sangrientos totalitarismos, de los que el equivalentista, ya que nadie es de piedra, busca refugio en Nueva York o Miami. Pocos fil�sofos han sido, como los frankfurtianos, tan escrupulosos en denunciar los pecados ajenos como insensibles ante los propios. Pero la �teor�a cr�tica� consiste precisamente en eso, seg�n confesaba Horkheimer: gru�ir sombr�amente contra el universo malo, pero tratando de llevar, mientras tanto, �un alto nivel de vida� (sic). En ese sentido, no se puede juzgar que Theodor Adorno obr� mal cuando, al ver las doctrinas de la Escuela de Frankfurt llevadas a la pr�ctica por estudiantes rebeldes, llam� a la polic�a apenas le invadieron su despacho.
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Me ha gustado la carta de la Unicamp. L�stima que haya eludido la cuesti�n central: �la rector�a, en definitiva, acepta o no promover, simult�neamente o despu�s del �Coloquio Marx-Engels�, un �Coloquio Antimarxista�? Si no lo acepta, el rechazo es ya una respuesta suficiente y son innecesarias las explicaciones enviadas a O Globo.