El �ltimo de los reaccionarios

Olavo de Carvalho

O Globo, 9 de agosto de 2003

 

 

En un ensayo publicado en 1961 en la �Partisan review�, Lionel Trilling se�al� que el rasgo esencial de la cultura intelectual moderna era �una creencia de que la funci�n primaria del arte y del pensamiento consiste en librar al individuo de la tiran�a de su cultura � en el sentido ambiental del t�rmino � y permitirle superarla con autonom�a de percepci�n y de juicio�. El tema de la cultura intelectual versus cultura ambiental aparece ya en un estudio anterior del cr�tico americano, �The opposing self� (�El yo oponente�), de 1955. La literatura rom�ntica entre los siglos XVIII y XIX se�ala la aparici�n del �escritor� como tipo humano marcado por la capacidad � o la necesidad � de anteponer al imperio del discurso colectivo la autoridad intr�nseca de una visi�n del mundo nacida de la experiencia personal.

 

En una �poca de destrucci�n general de las creencias y de los valores, cuando todo parec�a naufragar en la banalidad compresora de la sociedad de masas, el testimonio directo del artista adquir�a una fuerza moral comparable a la de S�crates ante la asamblea de sus verdugos. La �cultura intelectual� era el refugio del esp�ritu contra la �cultura adversaria� � la cultura de los eslogans y de la demagogia.

 

Pero la era del escritor moderno ya estaba en decadencia en 1961. Desde hac�a alg�n tiempo, indicaba Trilling, era cada vez mayor, en los medios intelectuales, el n�mero de personas que se adher�an a la �cultura adversaria�. Los j�venes que ingresaban en el mundo de las letras ya no quer�an ejercer la aut�ntica, la profunda libertad de conciencia, con toda la importante responsabilidad �ntima que implicaba. En vez de eso, quer�an �pensar por s� mismos�, f�rmula pomposa que solamente significaba: repetir servilmente las beater�as progresistas en lugar de las conservadoras.

 

La situaci�n tom� ese rumbo en el instante en que las universidades se convirtieron en el canal y en el molde predominante de la carrera literaria. Los escritores de la segunda mitad del siglo XX, transformados en un clase profesional acad�mica, cortaron los lazos con la experiencia personal para integrarse en la rebeli�n est�ndar del �intelectual colectivo�. Su rebeli�n ya no era la del esp�ritu contra el mundo: era la �rebeli�n de las masas�.

 

Otros dos factores contribuyeron a ese resultado. Primero, la ense�anza acad�mica se convirti� en proveedora de mano de obra para la �industria cultural�, substituyendo la autenticidad individual por la �novedad� producida en serie. Segundo: las nuevas formulaciones ideol�gicas del progresismo, heredadas sobre todo de la escuela de Frankfurt, dilu�an la marginalidad creadora del �yo oponente�, absorbiendo las posibles individualidades intelectuales en el odio colectivo a toda cultura superior. �Diversidad� y �multiculturalidad� son f�rmulas que hoy desv�an a los j�venes hombres de letras de los anhelos espirituales m�s profundos, substituidos por las satisfacciones morales artificiales del discurso �pol�ticamente correcto�.

 

Esas consideraciones no me vienen a la cabeza as� porque s�, a voleo, sino a prop�sito de un personaje del que se hablado mucho en estos �ltimos d�as: ese hombre extraordinario que ha sido Roberto Marinho. Fue el creador y el due�o de la mayor organizaci�n de la industria cultural del continente. Tuvo la maquinaria en sus manos y no dud� en usarla para orientar al pa�s en la direcci�n que le parec�a la m�s deseable. Pero, por encima de sus creencias, por encima de su propio poder de empresario y de l�der, exist�a para �l un recinto sagrado, intocable: la libertad de conciencia. Combat�a tenazmente por lo que cre�a, pero con id�ntico vigor luchaba para que nadie fuese privado de la posibilidad de creer en lo contrario. Como intelectual y periodista fue, en ese sentido, un hijo t�pico de las letras modernas, un hombre para el que la libertad interior, en s�, val�a m�s que este o aquel contenido de conciencia, que esta o aquella idea, que esta o aquella certeza, por importante y querida que fuese. Siendo due�o de la maquinaria, no s�lo no se dej� engullir por ella, sino que tambi�n impidi� que aplastase, con su peso, a la libertad de sus pr�jimos � incluyendo en esta categor�a a sus m�s rencorosos adversarios y detractores, los mismos que hicieron de �l el brasile�o m�s difamado y calumniado del siglo XX, incluso m�s que Roberto Campos. Roberto Marinho fue, de ese modo, un hombre de otra �poca. Para la casi totalidad de los intelectuales de hoy, la victoria de su causa, de su partido, de su creencia, est� tan por encima de cualquier otro valor o ambici�n que cada uno la identifica con la victoria de la libertad misma, de la libertad general y universal, de la grande y definitiva libertad que debe imperar en la hermosa �sociedad m�s justa� del ma�ana. Y en nombre de tan elevado ideal es leg�timo y v�lido, y hasta moralmente obligatorio, suprimir por el camino la libertad peque�a y provisional, la libertad de conciencia de los individuos.

 

El problema es que �sta es una realidad concreta, de la que toda la literatura moderna da testimonio, mientras que la otra es una hip�tesis abstracta, un t�pico para uso de agitadores y de agentes electorales. Los antiguos totalitarismos hablaban en nombre del orden, de la autoridad, de la jerarqu�a. Ostentaban con orgullo el nombre de dictaduras. El neototalitarismo contempor�neo ahoga a la libertad viva en nombre de un estereotipo de libertad, hecho para el autobombo f�cil de los �movimientos sociales� creados en serie por intelectuales activistas, la prole innumerable, ruidosa y prepotente de la universidad de masas y de la industria cultural.

 

Para la cultura intelectual moderna, la tolerancia era, en esencia, tolerancia para con los adversarios. Los nuevos tiempos la han substituido por la f�rmula de la �tolerancia libertadora� propuesta por Herbert Marcuse: �Toda la tolerancia para con la izquierda, ninguna para con la derecha.�

 

Hoy, aquellos que m�s confiesan abominar la autoridad, el orden, la represi�n son los primeros en recurrir a todo eso para eliminar las voces discordantes. Por eso, la defensa de la libertad de conciencia, como advert�a el propio Trilling, es considerada hoy como conservadora, �reaccionaria�. Roberto Marinho ha sido, en ese sentido, el �ltimo de los grandes reaccionarios. Y por eso es m�s f�cil alabarlo, despu�s de muerto, que seguir el ejemplo que dio en vida.