Todo dominado

Olavo de Carvalho

O Globo, 2 de agosto de 2003

 

 

Algunos adversarios del gobierno ven en la ca�da de la popularidad del presidente de la Rep�blica una se�al esperanzadora de que el electorado se va libertando de la ilusi�n izquierdista. Pero eso s� que es una ilusi�n. La fuerza de una corriente pol�tica no se mide por el prestigio de uno de sus miembros, sino por el conjunto de sus medios de acci�n, en comparaci�n con los de su antagonista. Lo m�s decisivo es la predisposici�n del p�blico a aceptar el discurso de uno de los lados. Hoy en d�a, la credibilidad a priori del mensaje izquierdista es tan hegem�nica que todo argumento en contra, ya no digo para ser aceptado, sino simplemente para ser comprendido, tiene que ser traducido en los t�rminos de dicho mensaje, perdiendo toda su propia fuerza. La izquierda tiene el monopolio del ideario nacional, del lenguaje de los debates p�blicos, de los criterios de juicio del bien y del mal. Eso equivale, en pol�tica, al dominio del espacio a�reo en la estrategia militar. El enemigo puede crear focos de resistencia limitados y puntuales, pero el conjunto, el esquema general, est� bajo control. Como dir�an los evang�licos, est� todo dominado.

 

Una de las se�ales m�s inequ�vocas es el derecho adquirido que todo izquierdista tiene a ser interpretado siempre de la manera m�s ben�vola, mientras que toda palabra que venga de la derecha es, infaliblemente, escuchada con malicia.

 

Imag�nense lo que suceder�a si un l�der de los terratenientes, tras hacer el recuento de los militantes del MST [Movimiento de los Sin-Tierra], dijese: "Vamos a organizarnos y a acabar con todos ellos." �Qui�n, en los medios de comunicaci�n o en la clase pol�tica, dudar�a de ver en ello un llamamiento al genocidio?

 

Pero, cuando el Sr. Stedile anuncia su prop�sito de reunir un ej�rcito de 23 millones de militantes para "acabar con todos los terratenientes", el Dr. Marcio Thomaz Bastos, con la cara m�s ingenua del mundo, pontifica que el movimiento capitaneado por ese individuo "no es un caso para la polic�a". El presidente del PT, Jos� Geno�no, m�s tranquilizador que un Dienpax en la vena, filosofa que la toma de propiedades mediante la fuerza "son cosas de la vida". Y el obispo Casald�liga, llevando su caricatura simiesca de la fe cristiana hasta las �ltimas consecuencias, condena como "satanismo" la resistencia a las invasiones.

 

�Se acuerdan Uds. de lo que hicieron los medios de comunicaci�n con el ex-gobernador Maluf cuando, en una frase desastrosa, dijo "Estupra pero no mata"? La cosa est� clara. Un derechista, o uno cualquiera tildado como tal, ni siquiera tiene derecho a un lapsus linguae, por m�s patente e infeliz que sea. Pero cuando el Sr. Stedile cuenta las cabezas de sus adversarios y promete cortarlas todas, es el ministro de Justicia mismo el que acude presuroso a suavizar el contenido de sus palabras, para que no mancillen la reputaci�n de un "movimiento social", algo inocente y c�ndido por definici�n.

 

�C�mo "acabar" con 27 mil ciudadanos, sino mat�ndolos o aterroriz�ndolos? Si esa amenaza no es un asunto de la polic�a, confieso que ser� incapaz de recurrir a la ayuda policial en el caso de que alguno de mis adversarios, reuniendo a mil socios armados con hoces, machetes, rev�lveres y carabinas, prometa "acabar" conmigo. Mil contra uno, antiguamente, era cobard�a, era masacre. Hoy es "movimiento social". Y "honni soit qui mal y pense". Al fin y al cabo, �no alegaban tambi�n los revisionistas del Holocausto que Hitler jam�s hab�a hecho amenazas de "matar" a los jud�os, sino s�lo de "acabar" con ellos? Fueron los p�rfidos sionistas los que, retrospectivamente, atribuyeron malas intenciones a aquella dulce criatura.

 

La hegemon�a ling��stica es eso: basta cambiar el nombre de un crimen, y deja de ser crimen. Pasan a ser "cosas de la vida", cuando no la expresi�n de la voluntad divina, que s�lo los "satanistas" se atreven a contrariar.

 

�Pero las masas de campesinos bajo el mando de Mao Ts�-tung no eran un "movimiento social"? �No eran "movimientos sociales" las hordas de desarrapados que, con estandartes nazis, se manifestaban por las calles de Berl�n exigiendo "acabar" con los ricos y con los comunistas? �No son "movimientos sociales" las tropas de invasores que, en Zimbawe, ya han "acabado" con m�s de mil granjeros? �No es un "movimiento social" la narcoguerrilla colombiana, que da trabajo a miles de plantadores pobres?

 

Seg�n nuestro gobierno, las Farc son una organizaci�n tan respetable como el gobierno de Colombia. Si, por tanto, con la mejor de las intenciones sociales, las Farc inyectan en el mercado nacional doscientas toneladas de coca�na por a�o, �eso es o no un asunto de la polic�a? �Es un crimen o son "cosas de la vida"? Preg�ntenselo al ministro de Justicia, preg�ntenselo a Jos� Geno�no, preg�ntenselo a Mons. Pedro Casald�liga. La lengua portuguesa de Brasil, envilecida por el abuso sem�ntico institucionalizado, ya no sirve para que uno se explique sobre lo que sea: sirve s�lo para repetir como un loro los t�picos izquierdistas.

 

Por eso se enga�an tr�gicamente los terratenientes cuando piensan que, con guardas armados, van a poder resistir a las invasiones. No se vence, con balas, a la fuerza de la hegemon�a, al poder hipn�tico de las seducciones verbales que, a lo largo de d�cadas de "revoluci�n cultural", han hechizado el alma de la sociedad. No se vence, con resistencias locales y aisladas, a una estrategia de gran alcance y compleja que mucho antes de dominar al Estado dominaba ya todas las conciencias.

 

Por eso tambi�n se enga�an aqu�llos que, escandalizados con la ola creciente de las invasiones y de la violencia en general, exigen al gobierno que "tome una postura", que "cumpla con su obligaci�n". El gobierno ya ha tomado esa iniciativa, ya cumple esa funci�n. Todo partido revolucionario que, por medio del voto, sube al poder en una democracia constitucional, s�lo puede tener una de estas dos funciones: o asume la conducci�n del proceso revolucionario, como hicieron Allende y Jo�o Goulart, corriendo el riesgo de acabar como ellos, o, al contrario, se queda en la retaguardia, calmando a los inversores internacionales, anestesiando a la opini�n p�blica y montando un simulacro de normalidad mientras deja a las organizaciones militantes la incumbencia de, con su discreta ayuda, tomar la delantera y apoderarse de todos los medios de acci�n, aislando y paralizando al adversario. Esta �ltima alternativa es compleja y delicada, pero es indolora: las �nicas armas que necesita un gobierno para tener �xito en ella son anest�sicos, sopor�feros, tranquilizantes, eufemismos, evasivas y desmentidos. Y en el manejo de ese arsenal el gobierno Lula es formidablemente bueno.