Zero Hora, 27 de julio de 2003
Primero, la poblaci�n fue inducida a tragarse, contra toda evidencia econ�mica, el camelo de que la distribuci�n de tierras a los peque�os agricultores acabar�a con la miseria en el campo. Evitando el debate abierto, condenando a priori las m�s fundadas y razonables objeciones como pretextos malvados al servicio de intereses viles indignos de tenerse en cuenta, la tesis consigui� imponerse sin dificultad.
Inmediatamente despu�s, mediante los mismos m�todos, se persuadi� al p�blico a aceptar las invasiones de tierras "improductivas".
En una tercera etapa, se intent� legitimar al MST (Movimiento de los Sin-Tierra), jur�dicamente inexistente, como una entidad cualificada para embolsarse miles de millones gracias a las subvenciones federales, con el derecho de usarlas a salvo de cualquier fiscalizaci�n y sin ninguna obligaci�n legal expl�cita.
Despu�s se indujo al pueblo a ver como normales y decentes las invasiones de tierras productivas y la completa destrucci�n de haciendas organizadas y rentables, enalteciendo como una obra de caridad social su transformaci�n en chabolas rurales.
Se procur� entonces justificar el uso de medios violentos por parte de los invasores como acto de "resistencia" -- argumento que, aunque basado en la inversi�n del orden temporal de las acciones y de las reacciones, tambi�n fue aceptado sin mayores discusiones.
M�s adelante, los �rganos de seguridad que observaban discretamente al movimiento fueron condenados por los medios de comunicaci�n como grupos de vigilantes ilegales, mientras que la presencia de los esp�as del MST en todos los niveles de la administraci�n p�blica no suscitaba la indignaci�n de nadie.
Entonces empezaron los bloqueos de carreteras, las ocupaciones de edificios del gobierno, los secuestros de funcionarios p�blicos. Jam�s fueron castigados y se convirtieron en un derecho consuetudinario.
La revelaci�n de que muchas de las tierras apropiadas por el MST no estaban siendo usadas para fines agr�colas y ni siquiera como refugios para desempleados, sino como campos de entrenamiento de guerrillas, ya no suscit� ning�n esc�ndalo, ninguna investigaci�n: Brasil estaba preparado para aceptarlo todo, todo, siempre que viniese con el sello del MST, banderas rojas y posters del Che Guevara.
Ahora, por �ltimo, el l�der del MST confiesa que su objetivo no es s�lo obtener tierras suficientes para los campesinos pobres, sino dominar toda la agricultura brasile�a, suprimiendo por completo los derechos de propiedad actualmente existentes y matando a todos los terratenientes: "La lucha campesina engloba hoy a 23 millones de personas. En el otro bando hay 27 mil terratenientes. Lo que nos falta es unirnos, para que cada mil echen el guante a uno. No vamos a dormir hasta acabar con ellos."
Un plan revolucionario y genocida no pod�a ser expuesto en t�rminos m�s claros, �pero a qui�n le importa? La declaraci�n del Sr. Stedile, prometiendo transformar Brasil en un Zimbawe, es criminal en s� misma, con independencia de que llegue o no a ser traducida en hechos. Pero Brasil ha sido educado para no darse cuenta de nada, para no sentir nada, para no pensar en nada. En vez de eso, prefiere condenar a los que se dan cuenta, piensan y sienten. Todo aqu�l que se atreva a entender las palabras del Sr. Stedile en el sentido que tienen ser� acusado de exageraci�n paranoica. Al fin y al cabo, cuando Hitler anunci� por primera vez su "soluci�n final", toda Alemania consider� sus palabras como una mera figura ret�rica.