La victoria del fascismo
Olavo de Carvalho
O Globo, 26 de julio de 2003
Tom Jobim dec�a que en Brasil el �xito es un insulto personal. Sin querer, estaba explicando de ese modo la amplia aceptaci�n entre nosotros de la ideolog�a socialista. Para el ciudadano normal de una democracia, el �xito, sea de quien sea, es el resultado del talento y de la suerte. Para los frustrados y envidiosos embriagados de la mitolog�a socialista, es el efecto de una planificaci�n perversa de las clases dominantes, el producto diab�lico de una maquinaria de exclusi�n social inventada y controlada por astutos ingenieros sociales burgueses.
Seg�n la imaginaci�n socialista, los capitalistas no hacen m�s que reunirse en el silencio de la noche para planear la ruina de los pobres. Para eso, crean todo un aparato ideol�gico de �reproducci�n� de los modelos sociales existentes, contratando a intelectuales y a t�cnicos para estudiar los medios de no permitir que nadie m�s triunfe en la vida.
El capitalismo, en ese sentido, es una sociedad administrada, un mecanismo racional planeado hasta en sus m�s m�nimos detalles para impedir el progreso social.
S�lo que, tras haber descrito y acusado a esa m�quina con el refinamiento de un an�lisis corrosivo, acto seguido, el socialista aparece condenando la �anarqu�a del mercado� y haciendo apolog�a de la econom�a planificada como soluci�n de todos los males...
M�s de una vez me he preguntado c�mo es posible que un individuo cambie su discurso tan radicalmente, sin ni siquiera darse cuenta de que se contradice. �Cinismo o inconsciencia? �Maquiavelismo o estupidez?
Observen la rigidez de la disciplina en el PT o en el MST (Movimiento de los Sin-Tierra), y obtendr�n la respuesta. El militante socialista o comunista lo sacrifica todo por la jerarqu�a partidaria, incluso la moralidad, incluso las exigencias m�s �ntimas de la conciencia personal. Es natural que proyecte esa conducta sobre el perfil del enemigo, concibi�ndolo a su propia imagen y semejanza. Pero toda fantas�a proyectiva es necesariamente parad�jica, es al mismo tiempo directa e inversa. Por un lado, el capitalismo aparecer� a los ojos del socialista como una jerarqu�a mec�nica an�loga a la de su partido, s�lo que de signo ideol�gico opuesto. Por otro, el ambiente partidario, con ese �unanimismo� suyo que da a cada uno de los militantes un sentimiento tan vivo de participaci�n, de mutua protecci�n, de �comunidad solidaria�, es vivido como el embri�n de la sociedad ideal, en contraste con la cual la realidad del capitalismo se presentar� como pura confusi�n y ley de la selva.
Basta mirar directamente al capitalismo, sin el sesgo proyectivo de la disciplina socialista, para ver que no es ni una cosa ni otra, sino s�lo la integraci�n de varias intuiciones parciales � los c�lculos de diversos intereses privados � en un ambiente general moderadamente gobernado por las reglas de la convivencia democr�tica.
Pero la idea misma de �regla� tiene un sentido diferente para los socialistas y para los capitalistas. En un democracia capitalista, las reglas del juego son fijas, mientras que las finalidades generales del esfuerzo social van cambiando seg�n las tendencias de la opini�n p�blica en cada momento. En una sociedad socialista � o en los partidos que luchan por ella � es al rev�s: las finalidades son constantes, plasmadas en el s�mbolo ut�pico del �ideal�, y las reglas del juego son las que cambian seg�n los intereses estrat�gicos y t�cticos vislumbrados por los l�deres en cada etapa de la lucha.
Por eso es tan dif�cil que un socialista comprenda el capitalismo como que un hombre formado en las reglas del capitalismo entienda la mentalidad socialista. Este �ltimo intentar� explicar la conducta socialista en virtud de la racionalidad de los intereses econ�micos, creyendo que tales o cuales beneficios obtenidos en el camino aplacar�n los odios y las ambiciones de la militancia enrag�e. El socialista contemplar� el capitalismo a trav�s de un prisma de fantas�as proyectivas macabras, y acabar� acusando a la clase burguesa de ser al mismo tiempo una masoner�a racionalmente organizada para saquear el mundo y un conglomerado ca�tico de ego�smos incapaces de organizarse.
No es extra�o que todo intento de fusi�n entre capitalismo y socialismo desemboque en una contradicci�n todav�a m�s profunda: cuando los socialistas renuncian a la estatalizaci�n integral de los medios de producci�n y los capitalistas aceptan el principio del control estatal, el resultado, hoy d�a, se llama �tercera v�a�. Pero es, ni m�s ni menos, que la econom�a fascista. De un lado, burgueses cada vez m�s ricos, pero � como dec�a Hitler � �de rodillas ante el Estado�. De otro, un pueblo cada vez m�s asegurado en materia de alimentaci�n, salud, vivienda, etc., pero r�gidamente esclavo del control estatal de la vida privada.
Tampoco es extra�o que los socialistas, al no entender el capitalismo, procuren describirlo con los rasgos hediondos del fascismo, que, por afinidad, entienden perfectamente bien. Y mucho menos extra�o es que, abominando as� al capitalismo como una especie de fascismo, siempre acaben luchando por unas reformas econ�micas y pol�ticas que lo transformar�n exactamente en eso. Como la econom�a socialista en sentido integral es inviable, como nunca consigue nada positivo, y como por otro lado los burgueses raramente tienen agallas como para resistir a la embestida socialista contra el liberal-capitalismo, el resultado es siempre el mismo: la victoria del fascismo.
La �nica diferencia entre las econom�as fascistas de los a�os 30 y la de ahora es que aqu�llas eran de �mbito nacional y, para imponerse, recurrieron con toda l�gica a un discurso cargado de mitolog�a patriotera y racista. La de hoy es mundial, teniendo, por tanto, que usar pretextos simb�licos que sirvan, al contrario, para desvirtuar las identidades nacionales y los valores morales y religiosos a ellas asociados. De ah� el pacifismo, el feminismo, el multiculturalismo, el desarme civil, el matrimonio gay, etc. Una ideolog�a, como ya la defin�a el viejo Karl Marx, es un �ropaje de ideas� en torno a objetivos que no tienen nada que ver con las ideas. Hitler confesaba, en privado, que no cre�a lo m�s m�nimo en las soflamas racistas que utilizaba para infundir en los alemanes un sentimiento de odio disfrazado de amor a la justicia. Los pr�ceres del globalismo progresista tampoco creen en la cantinela pol�ticamente correcta que inculcan en las masas de militantes idiotizados. Lo mismo que el comunismo y el fascismo a la antigua usanza, el �socialismo democr�tico� o �tercera v�a� de hoy es un conglomerado de malos sentimientos con un envoltorio de bellas palabras.