Para una antropolog�a filos�fica

Olavo de Carvalho

O Globo, 19 de julio de 2003

 

 

La condici�n humana m�s general y permanente, la estructura fija que est� por debajo de toda variaci�n local e hist�rica, se puede resumir en seis interrogantes b�sicos, articulados en tres ejes de polaridades, cuyos intentos de respuesta, �stos s� temporales y variables, dan las coordenadas de la orientaci�n del hombre en la existencia.

 

El primer eje es �origen-fin�. Nadie ha sabido jam�s d�nde y cu�ndo empez� el conjunto de la realidad ni c�mo o cu�ndo va a terminar. Es posible aventurar una teor�a de la eternidad del mundo, un mito cosmog�nico o la imagen del big-bang, una teolog�a de la creaci�n o un atomismo materialista, cada cual con su respectiva explicaci�n del fin. Ninguna de ellas ha obtenido jam�s una aceptaci�n universal. Lo que no se puede es ignorar el problema, pues de �l depende nuestro sentido de la orientaci�n en el tiempo, la posibilidad de concebir proyectos y de dar forma narrativa a nuestras experiencias.

 

El segundo eje es �naturaleza-sociedad�. Todo hombre vive entre dos campos de la realidad, uno anterior e independiente de la acci�n humana, el otro creado por ella. La diferencia y la articulaci�n de esos campos aparecen en el contraste entre el geometrismo de la aldea circular de los amerindios y la floresta informe, en la oposici�n de L�vi-Strauss entre lo crudo y lo cocido, en el instinto de buscar la protecci�n del grupo contra los animales y la intemperie o, inversamente, en el sue�o rousseauniano de encontrar en la naturaleza un refugio contra los males de la convivencia social. La naturaleza puede presentarse como una pesadilla terrible o como un seno materno acogedor. La sociedad puede ser hogar o prisi�n, fraternidad o guerra. Se puede hacer de la naturaleza una especie de orden social, como en la antigua cosmo-biolog�a, o naturalizar la sociedad, como en la antropolog�a evolucionista. Pero esos intentos s�lo manifiestan la imposibilidad, sea de explicar uno de los t�rminos mediante su contrario, sea de articularlos en una ecuaci�n definitiva, sea de comprender uno de ellos sin referencia al otro.

 

El tercer eje es �inmanencia-transcendencia�. Cada ser humano sabe que existe, que tiene un �mundo� interior de experiencias, recuerdos, deseos, temores. Pero sabe tambi�n que ese pozo no tiene fondo, que nadie puede comprenderse o ignorarse totalmente, que cada alma encuentra dentro de s� misma algo extra�o y asustador, que cada uno se conoce y se desconoce casi tanto como a los dem�s. Buscamos en nuestra intimidad el refugio contra la maldad ajena, as� como buscamos en el otro, en el amigo, en la esposa, la protecci�n contra nuestros fantasmas interiores. Cada uno de nosotros es cercano y extra�o a s� mismo. Por otro lado, m�s all� de todo lo que se puede conocer de la realidad, m�s all� de toda experiencia alcanzable, cada hombre y cada cultura presiente un factor �x�, que, desde arriba o desde el fondo del flujo de los acontecimientos, hace que las cosas sean lo que son y no de otro modo. ��Por qu� existe el ser y no la nada?�: as� formulaba Schelling el interrogante supremo. Podemos intentar darle una respuesta mediante la concepci�n de un absoluto metaf�sico, de una divinidad ordenadora o de una fant�stica auto-regulaci�n de coincidencias. Podemos incluso expulsar de la discusi�n p�blica ese interrogante, dej�ndolo a merced del arbitrio privado, con la abyecta cobard�a intelectual del agnosticismo moderno. Pero tambi�n en ese caso sabemos que no escapamos de �l. Entre la inmanencia y la transcendencia, hay varias articulaciones posibles, pero ninguna satisfactoria. Podemos concebir lo transcendente a imagen de nuestro ser �ntimo, como una divinidad bondadosa que nos comprende y nos ama � pero eso har� resaltar m�s a�n lo que la vida tiene de extra�eza fr�a y de hostilidad demon�aca. Podemos imagin�rnoslo con los rasgos impersonales y mec�nicos de una f�rmula matem�tica � pero eso no nos impedir� maldecir o bendecir al destino, suponiendo que existe en �l una intencionalidad humana cuando nos oprime o nos reconforta.

 

Cada uno de los polos es un interrogante, una mezcla de ignorancia y de conocimiento, un foco de tensiones espirituales. Cada uno se articula con su opuesto, en una mutua aclaraci�n � o multiplicaci�n � de tensiones. Y en el punto de intersecci�n de los tres ejes, como en el de las tres direcciones del espacio, fijado en la estructura de la realidad como Cristo en la cruz, est� el ser humano.

 

Las creencias, cosmovisiones, doctrinas, difieren sobre todo por la jerarqu�a que establecen entre los seis factores mediante asimilaciones y reducciones. Muchas culturas arcaicas primaban el factor �origen�, explicando la sociedad y la naturaleza mediante un mito cosmog�nico, ignorando la transcendencia y la inmanencia. La escol�stica medieval se remiti� a la transcendencia, so�ando poder deducir de ella un orden intelectual completo y definitivo. La modernidad absorbi� todo en la oposici�n naturaleza-sociedad, esperando no menos ut�picamente poder reducir los misterios de la transcendencia y de la inmanencia, del origen y del fin, a cuestiones de part�culas subat�micas, c�digo gen�tico y an�lisis ling��stico. Prepar� as� la llegada de las ideolog�as totalitarias que hicieron de la sociedad la raz�n �ltima del origen y del fin, colocando entre par�ntesis la naturaleza, ahogando la inmanencia y prohibiendo el acceso a la transcendencia. Cada uno de esos arreglos, incluso el m�s limitador, es leg�timo y funcional con car�cter provisional, como un experimento de sondeo en una cierta direcci�n a la que los intereses de un momento determinado dieron mayor importancia. Se vuelve alienante y opresivo cuando se cristaliza en una prohibici�n de mirar m�s all� de la articulaci�n admitida. S�lo la apertura del alma hacia la simultaneidad de los seis polos, con sus luces y tinieblas, da acceso a la experiencia realista de la condici�n humana y, por tanto, a la posibilidad de la sabidur�a. Todas las explicaciones que, para enfatizar una articulaci�n en particular, niegan o suprimen la estructura del conjunto, son falsas o est�riles.

 

Filosof�as como el marxismo, el positivismo, el pragmatismo, la escuela anal�tica, el nietzschianismo, el freudismo, el desconstrucionismo � todas las que, en resumidas cuentas, ocupan el espacio entero de la ense�anza acad�mica en este pa�s � son enfermedades espirituales, obsesiones que nos encierran hipn�ticamente en la fascinaci�n de una respuesta al mismo tiempo que borran el marco de referencias que da sentido a la pregunta.