Los inconsecuentes y la consecuencia

Olavo de Carvalho

Zero Hora, 13 de julio de 2003

 

 

Los pol�ticos, empresarios y personajes importantes en general que pregonan alegremente las virtudes del desarme civil tienen su protecci�n garantizada por guardias de seguridad armados. Tanto si los pagan de su bolsillo como con dinero p�blico, tienen ventaja sobre el ciudadano de a pie, que en la mejor de las hip�tesis se compra a plazos una pistola y, a la hora del problema, tiene que empu�arla personalmente.

 

Ahora Sus Excelencias quieren que renuncie a esa modesta garant�a individual, sin que ellas abdiquen concomitantemente de las suyas, mucho m�s grandes y eficientes.

 

�Qu� diferencia hay entre tener un rev�lver en la mesilla y tener media docena de guardas rondando la casa? En ambos casos se trata de posesi�n de armas, pero en el segundo el poder de las armas es duplicado por las habilidades de la tropa entrenada. Si ya esa diferencia es grande, mayor a�n es la que hay entre tener protecci�n doble y no tener ni siquiera una pistola en la mesilla.

 

Una vez aprobado el desarme civil, el derecho a la leg�tima defensa quedar� reservado para quien tenga suficiente dinero para pagarlo.

 

Es la creaci�n de una sociedad de castas, con la posesi�n de los medios de defensa transformada en privilegio de los grandes se�ores.

 

�Que pasa en el coraz�n de un hombre que, flanqueado por guardas con pistolas Glock y ametralladoras Uzi, exige que los ciudadanos de a pie se expongan a los mismos peligros de los que a �l le protege el dinero? O ese individuo tiene la candidez inconsecuente de un perfecto idiota o es un monstruo de cinismo y de amoralidad, un soci�pata, un alma de criminal tras la m�scara de padre de la patria.

 

Uno de los dos es el caso de Sus Excelencias.

 

Personalmente, no tengo arma. Ya la tuve, pero se qued� vieja, se oxid� y fue a parar a la basura. Si tuviese una y, privado de ella por orden del Estado, fuese a continuaci�n v�ctima de un asalto sin poder defenderme, no dudar�a en responsabilizar judicialmente a las Excelencias que, armad�simas, me hubiesen desarmado.

 

Una vez victorioso el desarme civil, la diferencia entre protegidos y desprotegidos ser� tan amplia, chocante y escandalosa, que dif�cilmente se podr� contener el resentimiento popular contra los privilegiados de la seguridad personal.

 

Pero ese peligro es demasiado obvio como para que no se les haya ocurrido a los propios defensores de ese proyecto insano. Si, a pesar de todo, siguen queriendo implantarlo, o es porque son obstinados hasta la locura, o porque tienen con ello una segunda intenci�n.

 

�Cu�l?

 

La campa�a por el desarme civil proviene de las mismas fuentes internacionales -- ONU, Comunidad Europea, fundaciones millonarias -- que apoyan al MST (Movimiento de los Sin-Tierra). La inevitable sublevaci�n contra la nueva estratificaci�n social ser� el pretexto para una segunda campa�a, esta vez por el monopolio estatal de los servicios de seguridad, por la extinci�n de las empresas privadas que hoy protegen tiendas, edificios, casas y haciendas.

 

Si en nombre de la paz y del orden los ciudadanos honestos fuesen entregados inermes en manos de los bandidos, en nombre de la igualdad y de la democracia las grandes propiedades ser�n desprovistas de los medios para protegerse a s� mismas. Principalmente las grandes propiedades rurales, que hoy tienen en los guardas de seguridad armados su �nica protecci�n contra invasores apadrinados por el gobierno.

 

Cuando todas las armas sean del gobierno, las propiedades ser�n de quien el gobierno quiera.

 

Acepten el desarme civil, y aceptar�n esa consecuencia inevitable.

 

Y, si se imaginan que la "opini�n p�blica internacional" vendr� a socorrerles en ese momento, sepan que le tienen totalmente sin cuidado los granjeros de Sud�frica y de Zimbawe, que est�n siendo asesinados a mansalva, como conejos en temporada de caza, por gobiernos contra los que no se oye ni una sola palabra en la ONU, en la CE o en los grandes medios de comunicaci�n.