M�s sobre el golpe de Estado en el mundo

Olavo de Carvalho

O Globo, 12 de julio de 2003

 

 

Desde la d�cada de los 20, la flor y nata de la intelectualidad comunista -- Lukacs, Horkheimer, Adorno, Gramsci � se dio cuenta de que su guerra no era s�lo contra �el capitalismo�, sino contra un objetivo mucho m�s vasto y difuso: la �civilizaci�n judeocristiana�. La ampliaci�n del objetivo implicaba, sin embargo, una difuminaci�n del perfil ideol�gico del propio movimiento comunista, de tal modo que pudiese absorber, sin discusiones paralizantes,  todas las corrientes anti-occidentales por heterog�neas que fuesen.

 

En aquella �poca eso no era viable, porque el comunismo triunfante en Rusia caminaba en la direcci�n contraria, procurando consolidar la ortodoxia doctrinal que sosten�a a la dictadura del Partido. Para que aquella intuici�n se propagase en c�rculos cada vez m�s amplios y se convirtiese en el eje vertebrador de una nueva estrategia mundial, fue necesario llegar a las d�cadas finales del siglo XX, cuando el desmantelamiento del imperio sovi�tico dio la raz�n a aquellos pioneros.

 

Hoy, es imposible no reconocer la alianza mundial de neocomunistas, anarquistas, neonazis, radicales isl�micos y hasta budistas contra EUA e Israel, los �ltimos reductos de la civilizaci�n condenada, contra la que, literalmente, vale todo.

 

Nebulosa, pero no menos activa en ese front, es la colaboraci�n de algunas naciones europeas nominalmente herederas del legado judeocristiano: al estar debilitado su apego a los valores tradicionales por la inmigraci�n en masa y por un largo e incansable sabotaje cultural, se dejan cegar por intereses inmediatos a veces totalmente ilusorios y se prestan a servir de instrumentos de su propia destrucci�n.

 

Tambi�n es esencial la ayuda que la trama recibe de algunos grupos pol�tico-econ�micos americanos que, enloquecidos por la ambici�n de mandar en el mundo por medio del Estado global en ciernes en la ONU, se vuelven contra su propio pa�s. De no ser por el Partido Dem�crata, por las fundaciones Rockefeller y Ford, por el �New York Times� y entidades semejantes, hace mucho tiempo que la santa alianza anti-occidental ya se habr�a deshecho en pedazos.

 

En ese vasto front, la ausencia de una unidad ideol�gica formal es una garant�a contra las pol�micas internas debilitadoras. Al mismo tiempo, sirve para desorientar al adversario, que no sabe a ciencia cierto contra qui�n est� luchando. La l�nea divisoria, en efecto, no puede ser demarcada en t�rminos de comunismo y anticomunismo, porque los comunistas sacrificaron en favor de urgencias m�s importantes la antigua rigidez de su discurso; ni de capitalismo y anticapitalismo, pues existen poderosos intereses capitalistas en ambos lados; ni de Estados en conflicto, porque muchos Estados tienen dentro de ellos mismos enemigos peores que en el exterior; ni de guerra de civilizaciones, como pretende Samuel Huntington, pues ser�a absurdo cargar sobre las espaldas del Islam la responsabilidad de una doctrina tan �occidental� como es el marxismo, un factor intelectual todav�a importante en la lucha por la conquista mundial.

 

El mejor estudio al respecto es �Liberal Democracy vs. Transnational Progressivism�, de John Fonte (http://www.realdemocracy.com/ldvstp4.htm).

 

Pero �progresismo transnacional� no es m�s que un nombre provisional para designar al denso revestimiento ret�rico de odios irracionales y de calumnias contradictorias que adorna a un movimiento cuya unidad estrat�gica, sin embargo, es innegable.

 

Esa unidad se pone de manifiesto del modo m�s patente por la rapidez con la que Estados, partidos, facciones y ONGs de las m�s diversas filiaciones nominales acuden disciplinadamente para apoyar todas las causas, incluso inconexas en apariencia, que sirven para corroer las bases de la civilizaci�n occidental. Esto va desde el antiamericanismo, el antiisraelismo, el anticristianismo expl�citos, hasta las cuotas raciales, el desarme civil, el matrimonio gay, el alarmismo ecol�gico, el abortismo, la imposici�n del vocabulario �pol�ticamente correcto�, la �medicalizaci�n� de la sociedad y la liberalizaci�n de las drogas pesadas � con su complemento dial�ctico infalible, la prohibici�n del tabaco. Todos esos movimientos provienen de una fuente �nica � la intelectualidad activista atrincherada en los organismos internacionales � pero entre ellos el observador lego no ve la menor relaci�n y, colaborando con la parte, no se imagina que est� ayudando al todo. El ataque multilateral, adem�s de borrar las pistas de la unidad estrat�gica que lo inspira, encima se aprovecha de las ventajas de la propaganda contradictoria, psicol�gicamente m�s eficaz que la persuasi�n coherente.

 

Contribuye adem�s a desorientar al observador el hecho de que las acciones programadas por esa estrategia no se ejecutan mediante canales uniformes de f�cil identificaci�n, sino mediante una compleja red de organizaciones diversas, que abarcan partidos, ONGs, peri�dicos, canales de TV, iglesias, escuelas, cl�nicas de psicolog�a, instituciones asistenciales de fachada y hasta entidades sin existencia legal como bandas de traficantes, grupos guerrilleros o nuestro MST (Movimiento de los Sin-Tierra). Sus v�nculos ideol�gicos son tan evanescentes cuanto son s�lidas y evidentes sus conexiones pol�ticas y financieras, hoy bien conocidas. Nada de eso es secreto, ni siquiera disimulado: s�lo es demasiado complicado para el observador �cortito� (lo que incluye a buena parte de las llamadas �elites�), pero sencillo para intelectuales del estilo de Lukacs, Gramsci y sus sucesores.

 

No se trata, pues, de una �conspiraci�n�, sino de una apuesta de grandes estrategas en la cortedad mental de sus enemigos, que, al no ver el conjunto del tablero, pierden sus energ�as en esfuerzos vanos por salvar una parte de la civilizaci�n entregando las dem�s: quieren la democracia pero ceden al desarme civil o a las cuotas raciales, quieren la moralizaci�n de la sociedad pero ceden al abortismo, quieren la libertad de opini�n pero ceden al chantaje pol�ticamente correcto, y as� sucesivamente. �Tendr�a que decir que los �rboles no dejan ver el bosque?

 

No. Los �rboles ocultan el incendio que ya ha consumido la mitad del bosque.