La imaginaci�n izquierdista

Olavo de Carvalho

O Globo, 5 de julio de 2003

 

 

�La neurosis es una mentira olvidada en la que uno todav�a cree.� (J. A. C. M�ller)

 

El cr�tico portugu�s Fernando Crist�v�o es autor del mejor estudio que se ha escrito sobre el arte narrativo de Graciliano Ramos. Ahora nos brinda, en �O romance pol�tico brasileiro contempor�neo� (Coimbra, Almedina, 2003), una clave indispensable para discernir el fen�meno del �unanimismo� socialista, que se adue�� de este pa�s precisamente cuando, para toda la humanidad alfabetizada, la falacia del socialismo ya se hab�a convertido en algo evidente. Ese fen�meno manifiesta tal alienaci�n, tal desfase entre la conciencia nacional y la realidad, que no es extra�o que la ayuda para comprenderlo provenga del exterior y no de aqu�.

 

La conclusi�n que saco un poco libremente del estudio de Crist�v�o es que, en proporciones alarmantes, la novela brasile�a desde 1964 dej� de ser expresi�n de la vida nacional para quedar reducida a un dep�sito de las lamentaciones de un grupo pol�tico que, frustrado en sus ambiciones de poder, se encerr� en un solipsismo cargado de rencor y de auto-compasi�n, empezando a considerar el drama del pa�s seg�n la escala raqu�tica de sus sufrimientos gremiales. �A hora dos ruminantes�, de Jos� J. Veiga, expuso en 1964 la terrible visi�n de una sociedad enteramente subyugada, un totalitarismo maquinal que, en aquel momento, se parec�a menos al blando autoritarismo del mariscal Castelo Branco que al Estado cubano, considerado por la propia KGB como el m�s perfecto ingenio de control pol�tico jam�s imaginado, y en el que, con auto-iron�a involuntaria, iban a buscar refugio y ayuda los descontentos del nuevo r�gimen. �A hora dos ruminantes�, poderosa alegor�a del totalitarismo en general, reflejaba muy poco de la realidad brasile�a y todo de la imaginaci�n izquierdista.

 

Con �Quarup�, de Ant�nio Callado, de 1967, la novela se convert�a en un instrumento de intervenci�n en el debate interno de la izquierda a favor de la lucha armada. Pero la lucha armada, como s�lo sus entusiastas no supieron prevenir, produjo el endurecimiento de la represi�n y el descr�dito de la izquierda, en humillante contraste con los �xitos econ�micos del r�gimen, cuya popularidad encerraba a los intelectuales izquierdistas en una aislamiento a�n m�s propicio para las alucinaciones.

 

El que es ya alucinante es el ambiente de �A festa�, de Ivan �ngelo, en el que el resentimiento pol�tico de los vencidos degenera en una anarqu�a �carnavalesca�, vendida por las teor�as de moda como instrumento de �liberaci�n�, pero que s�lo sirvi� para fomentar la anom�a general, culminando con la llegada del imperio del narcotr�fico que, �ste s�, oprime a toda la sociedad y no s�lo a un grupo concreto. En �Zero�, de In�cio de Loyola Brand�o (1976), la anom�a infectaba el orden mismo de la narrativa, haciendo un refrito del experimentalismo vanguardista de los a�os 20 para desde�ar como reaccionarismo opresivo la idea de una realidad inteligible, a la que el autor opon�a el lema de �escribir con el bajo vientre� � un baile funk literario que adelantaba, muy inteligiblemente por cierto, la �funkizaci�n� general de la sociedad.

 

Si la intelectualidad izquierdista fuese capaz de medir las consecuencias de sus palabras, su arrepentimiento no tendr�a fin. Pero es como un ladr�n al que no le da verg�enza robar sino s�lo dejarse coger. La mentira b�sica de su visi�n egoc�ntrica de la sociedad brasile�a jam�s es puesta en discusi�n. Lo �nico que se discute es el fracaso pr�ctico, la dificultad de llegar al poder. En el fondo, el �nico pecado, seg�n esa visi�n del mundo, es no tener poder.

 

En �Bar Don Juan�, de 1971, Ant�nio Callado se convierte de apologista de la guerrilla en pla�idera de su fracaso. Pero la autocr�tica no llega hasta el fondo del problema: se agota lamentando los errores estrat�gicos y t�cticos. Auto-compasi�n grupal confundida con tragedia nacional tampoco falta en �O amor de Pedro por Jo�o�, de Tabajara Ruas, en el que unos guerrilleros exilados, escondidos en una embajada en Santiago, siguen por la radio el bombardeo del Palacio de La Moneda � el fin de su �ltima esperanza de cubanizaci�n del continente.

 

Al fracaso pr�ctico se fue sumando la lenta e irreversible corrosi�n de los ideales. En los a�os 80, ya nadie pod�a creer que alg�n r�gimen socialista del mundo fuese, substancialmente, m�s humano que nuestra tambaleante dictadura. Ni podr�a pensar seriamente que la exaltaci�n de la anarqu�a ir�a a tener otro resultado que no fuese la entrega del pa�s al bandidaje � un resultado que, en el fondo, todos deseaban, pues coincid�a con las especulaciones de Herbert Marcuse sobre el potencial revolucionario de la marginalidad y del crimen. Pero, en un proceso neur�tico muy conocido, cuanto m�s honda es la obstinaci�n en el error, tanto m�s histri�nicamente enf�ticos son los pretextos verbales con los que se camufla su mentira originaria, hasta la total substituci�n del sentido de la realidad por una ret�rica de comicio.

 

La victoria completa del estereotipo llega con �A regi�o submersa�, del mismo Tabajara Ruas, en el que al final se descubre que el general-presidente Humberto I (�cu�nta sutileza!), muerto en accidente a�reo, es un robot teledirigido por los americanos. Llamar a eso �literatura� s� que ser�a hiperb�lico. Brasil estaba maduro para aplaudir la incultura como una forma superior de sabidur�a, ungida por los profetas, consagrada por las urnas y adornada con t�tulos honoris causa . No hace falta decir que un proceso an�logo se dio en el teatro, en el cine y en la poes�a.

 

La reducci�n narcisista de la visi�n de la sociedad brasile�a a las discusiones internas de un grupo, el apego de la intelectualidad izquierdista a sus mitos autocomplacientes, el rechazo de un examen serio de las consecuencias sociales de sus propias acciones condujeron a la autodestrucci�n de la inteligencia, sacrificada en aras de ambiciones pol�ticas apoyadas en una autoridad moral tanto m�s deteriorada cuanto m�s presuntuosa.

 

Hoy, lo que queda de la �cultura brasile�a� es cosa de propagandistas y de pelotas electorales. Los propios intelectuales izquierdistas tal vez se sienten un poco inc�modos en ese ambiente, pero no reconocen en �l lo que indiscutiblemente es: una creaci�n suya. �Y por qu� tendr�an que condenarlo, si fue la condici�n previa para su llegada al poder y a la revancha � �por fin! � despu�s de tantas humillaciones?