Olavo de Carvalho
Zero Hora, 15 de junio de 2003
Como las divergencias del PT con el PT se han convertido en el molde �nico del debate pol�tico nacional, les pido a los lectores que reexaminen mi art�culo �Transici�n revolucionaria�, publicado en este peri�dico el 25 de agosto de 2002 (cfr. http://olavoenespanol.org/a2002/20020825Transicisn%20revolucionar.htm). En �l describ�a yo el mecanismo b�sico de la pol�tica brasile�a en las �ltimas d�cadas: el desplazamiento del eje cada vez m�s hacia la izquierda, de modo que el izquierdismo acabe ocupando todo el espacio, al mismo tiempo que endilga al p�blico la falsa impresi�n de que el escenario sigue estando repartido, normal y democr�ticamente, entre una izquierda y una derecha.
No cito mi propio art�culo para d�rmelas de profeta. Lo cito para mostrar que la l�nea de la evoluci�n de las cosas es demasiado clara, que para verla no hace falta ser ning�n profeta, y que el hecho mismo de que tan pocos la vean es uno de los componentes fundamentales del proceso. �ste, en efecto, se realiza mediante la ofuscaci�n de las conciencias, que culmina en una ceguera general: la derecha incapaz de darse cuenta de su impotencia, la izquierda negando su omnipotencia manifiesta y haci�ndose la v�ctima de adversarios inexistentes para impedir el nacimiento de adversarios futuros.
Desde 1988, cada nuevo gobierno est� un poco m�s a la izquierda, suprimiendo el Servicio Nacional de Inteligencia (SIN), engordando el Movimiento de los Sin-Tierra (MST), premiando a los terroristas con subvenciones oficiales, endosando una a una todas las exigencias �pol�ticamente correctas�, difundiendo propaganda marxista en las escuelas, etc., etc. En vez de alegrarse de eso, los izquierdistas se irritan cada vez m�s y hablan con mayor violencia. La escalada de la brutalidad verbal, con el Sr. Caio C�sar Benjamin mandando al presidente �a que le j�n�, muestra que el izquierdismo, cuanto m�s victorioso, m�s prepotente se vuelve, que nada le puede saciar a no ser la obediencia total e incondicional, que cada concesi�n, en vez de aplacarle, s�lo estimula a�n m�s su hambre de poder absoluto.
Inspirada por la f�rmula leninista de la �estrategia de las tijeras�, la izquierda crece por cisiparidad o esquizog�nesis, dividi�ndose contra s� misma para quitarles el sitio a todos los contrincantes posibles, que hoy se reducen a casi nada.
Quien domina el centro, domina el conjunto. La izquierda se inventa su propia derecha, incriminando y excluyendo del juego a todas las dem�s derechas imaginables. Hace unos a�os, quedaba feo estar a la derecha de Fernando Henrique Cardoso. Ahora es impensable estar a la derecha de Lula. Toda la pol�tica nacional ya no es m�s que un subproducto de la estrategia izquierdista, realizando la f�rmula de Gramsci, de que el Partido tiene que imperar sobre toda la sociedad, no con una autoridad externa que la oprima ostensiblemente, sino con la fuerza invisible y omnipresente de una fatalidad natural, de �un imperativo categ�rico, un mandamiento divino� (sic).
Por eso est�n locos y enga�ados los que, viendo dividido al izquierdismo, celebran su debilitamiento y su cercana derrota. Un partido s�lo puede ser derrotado por otro partido, jam�s por su propia confusi�n interna, que es el fermento de su expansi�n ilimitada. Y el hecho es que no existe ning�n otro partido. Desde hace cuarenta a�os s�lo la izquierda tiene una estrategia global, objetivos a largo plazo y una firme determinaci�n de remodelar la sociedad a su imagen y semejanza. Las dem�s facciones no tienen m�s que ideas sueltas y objetivos parciales temporales, que son f�cilmente absorbidos o neutralizados por la ola triunfante e irreversible del neo-comunismo petista.