El Dalai Lama se adhiere al marxismo
Olavo de Carvalho
�El sistema del marxismo est� fundado en principios morales, mientras que el capitalismo s�lo est� relacionado con la ganancia y la rentabilidad... No considero a la ex-URSS, ni a la China, ni siquiera al Vietnam, verdaderos reg�menes marxistas... Pienso que [su] fallo principal es que pusieron mucho �nfasis en la necesidad de destruir a la clase gobernante, en la lucha de clases, y eso estimula el odio y el abandono de la compasi�n... Pienso en m� como medio marxista, medio budista.�
Tenzin Gyatso, el Dalai Lama, puede imaginarse lo que le d� la gana, o la mitad de lo que le d� la gana, pero, para m�, a partir de esa declaraci�n, es imposible no considerarle medio mentiroso, medio idiota. El sujeto en cuesti�n est� exilado desde hace cincuenta a�os y encima miente a favor de la ideolog�a que lo expuls�, que ha matado a un mill�n de compatriotas suyos y que ha hecho de todo por destruir la tradici�n budista en el T�bet.
En ese breve p�rrafo, que reproduzco de la p�gina budista http://www.geocities.com/sakyabr3/diretorios.html, �S. Santidad� a�ade el disparate l�gico a la mentira hist�rica para poder dar el respaldo de su autoridad espiritual (suponiendo que todav�a le quede alguna despu�s de eso) al mayor fraude ideol�gico de todos los tiempos: la campa�a mundial para limpiar la imagen del marxismo, eximi�ndolo de toda responsabilidad en los reg�menes genocidas que cre� (cfr. Jean-Fran�ois Revel, La grande parade).
Todo el que haya le�do a Karl Marx y a los te�ricos del liberal-capitalismo sabe que, en estos �ltimos, las preocupaciones morales ocupan el primer lugar, mientras que en aqu�l est�n ausentes por completo. De John Locke a Bertrand de Jouvenel, de Adam Smith a Alain Peyrefitte, de Al�xis de Tocqueville a Russel Kirk, la justificaci�n del capitalismo es de orden esencialmente moral. Marx, en cambio, no oculta su desprecio por las leyes morales de cualquier especie, a las que niega toda substancialidad, convirti�ndolas en meras superestructuras de la econom�a, es decir, en discursos de legitimaci�n de los intereses de clase, sean esclavistas, feudales, burgueses o proletarios. Lo �nico que Marx alega en contra del capitalismo es que, a partir de un cierto punto, frena el desarrollo de los medios de producci�n que �l mismo cre�, es decir, se vuelve improductivo. No es un argumento moral sino econ�mico, hist�rico y t�cnico. Y, adem�s, falso: lo que frena el desarrollo de las fuerzas productivas es la burocracia estatal socialista (que lo diga, si no, nuestro 41% de impuestos).
Para m�s inri, el recurso al genocidio como medio razonable de acci�n revolucionaria est� en los propios escritos de Marx y no es de ning�n modo un desv�o posterior. A Marx, entusiasta de la selecci�n darwiniana, le parec�a l�gico y deseable que, en la transici�n revolucionaria, el socialismo eliminase �unos cuantos pueblos inferiores� (sic), especialmente orientales. El destino de los seguidores de �S. Santidad� ya estaba claramente anunciado en esas palabras.
No es que, alej�ndose de Marx, sus seguidores y disc�pulos tard�os adhiriesen a un maquiavelismo cruel, sino que, avergonzados de la ostensible amoralidad del maestro, maquillaron sus palabras para darles un aparente sentido sentimentaloide, humanitario y hasta cristiano (cfr. Erich Fromm, El concepto marxista del hombre; Roger Garaudy, Perspectivas del hombre). A tal fin, desenterraron textos de su juventud que parec�an tener un vago sentido de indignaci�n contra el mal � pero, prudentemente, cambiaron de tema cuando empezaron a aparecer poemas de satanismo expl�cito en los que el joven Marx se mostraba todav�a m�s malicioso y torpe que el Marx adulto (cfr. Richard Wurmbrand, Marx y Sat�n).
�S. Santidad�, en sus ansias locas de hermosear al marxismo, no se limita a eximirlo de su responsabilidad en las consecuencias de su aplicaci�n: lo purifica hasta de su contenido teor�tico expl�cito, haciendo de la lucha de clases un a�adido accidental posterior, cuando en realidad es el n�cleo esencial, el centro mismo de la teor�a marxista. El marxismo sin la lucha de clases es como la geometr�a de Euclides sin puntos, rectas y planos.
Decir que los reg�menes de la URSS, de China y de Vietnam se apartaron del marxismo al concentrarse en la lucha de clases es lo mismo que decir que Fernandinho Beira-Mar se apart� del narcotr�fico al comprar coca�na a las Farc. Es el nonsense completo, que un conocedor de la materia no tiene derecho a proferir ni siquiera en estado de embriaguez.
No faltar� quien explique las palabras de �S. Santidad� por un deseo patri�tico de calmar la sa�a del invasor chino. Pero, en ese caso, sus palabras valen lo mismo que las de los cardenales alemanes que hac�an discursos pro-nazis con la excusa de amansar al F�hrer (cfr. Eric Voegelin, Hitler and the Germans).
Tampoco faltar� quien, tras no haber dicho jam�s ni p�o contra la persecuci�n anti-budista en el T�bet, se haga el escandalizado por la dureza de esta cr�tica m�a al l�der de los budistas � como si recordarle sus deberes a una autoridad espiritual relapsa fuese crimen mayor que matar a un mill�n de sus disc�pulos.
Pero, en el fondo, no es extra�o que hasta el Dalai Lama acabe prostern�ndose a los pies del Gran Sat�n comedor de monjes. Al fin y al cabo, �no ha hecho lo mismo la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB)? �No se han aliado Iglesias evang�licas enteras con el partido que defiende a las Farc? �No han salido a la calle, en masa, cardenales y pastores para proteger al monstruoso r�gimen de Sadam Husein?
El Evangelio no bromeaba cuando anunciaba que el reino de la mentira llegar�a a seducir hasta a los elegidos.
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Cada vez me sorprende m�s la duraci�n sin fin del silencio nacional en torno a la obra de J. O. de Meira Penna. Es un escritor maravilloso, divertido, sabio y lleno de vida. Desde Psicolog�a del subdesarrollo hasta el m�s reciente De la moral en econom�a, nunca he le�do una l�nea suya que no me pareciese merecer la atenci�n de todos los intelectuales del pa�s. Son �stos los que no han sabido merec�rselo.
Es prejuicio izquierdista, dir� el lector. Pero, en Brasil, izquierdismo y prejuicio es lo mismo. El men� de lecturas de la izquierda nacional est� limitado por una dieta rigurosa, programada para excluir toda posibilidad de contaminaci�n por ideas que, de ese modo, cuanto menos conocidas son, tanto m�s f�ciles de odiar se vuelven.