La injusticia rebelada

Olavo de Carvalho

O Globo, 10 de mayo de 2003

 

 

Para rebelarse contra la injusticia no hace falta ning�n sentido de la justicia: basta un inter�s pisoteado, una estafa, una envidia, unos celos, la molestia visual del burgu�s que contempla a la muchedumbre harapienta. Nadie se rebela tanto contra la injusticia como el injusto cuando la padece. La indignaci�n del hombre honesto asaltado no puede compararse, en intensidad y en furia, a la del ladr�n ofendido por sus pares. La primera se contenta, la mayor�a de las veces, con el olvido; la segunda no se aplaca ni con la venganza: tras matar al ofensor, a�n se siente acreedora del destino que no le devolvi�, junto con los bienes sustra�dos, el tiempo perdido en humillaci�n y espera.

 

El hombre que clama contra la injusticia no se yergue por encima de ella s�lo por eso: lo �nico que hace es colorear la injusticia general con los tonos de su odio personal, lo que no le hace m�s justo que la media de los dem�s, pero le infunde ese falso sentimiento de dignidad que le inmuniza ante la percepci�n de sus propias injusticias. �Qui�n, en la embriaguez de la indignaci�n, va a tomar distancia de s� mismo para hacer examen de conciencia y arrepentirse? La indignaci�n contra la injusticia es un poderoso narc�tico del sentido moral.

 

Ese odio se vuelve a�n m�s entorpecedor cuando no va dirigido contra una injusticia localizada y concreta, sino contra ese estado de cosas general y difuso que se llama �injusticia social�: atacando un objetivo impersonal y abstracto, nunca tiene que demostrar que es mejor que �l en una confrontaci�n directa. Queda libre para decir de �l lo que le plazca, en un paroxismo de imputaciones superficiales y de vociferaciones hiperb�licas al que no se exige ninguna veracidad y por el que no tendr� que responder nunca, nunca jam�s. El discurso contra la injusticia social es la matriz en la que se engendra la mayor cantidad de mentiras, de calumnias, de taras del sentimiento y de aberraciones del intelecto.

 

Adem�s, es largo, es excesivamente largo el camino que va desde la denuncia inicial hasta la adquisici�n de los medios de hacer justicia, o sea, la conquista del poder. �Cu�ntos revolucionarios y reformadores mesi�nicos, prometiendo la reparaci�n de las injusticias al final, se libraron de responder por las que fueron practicando por su cuenta a lo largo del trayecto, casi siempre mayores y m�s sangrientas que las que denunciaban? Cada palabra de los discursos de Robespierre, Lenin, Stalin, Mussolini, Hitler, Mao y Fidel Castro destella odio a injusticias reales e imaginarias -- y todos sus contempor�neos juntos no produjeron tanta injusticia como ellos.

 

En la historia de la modernidad, el aumento del sentimiento de injusticia, que es la marca de su ethos predominante, haciendo en ella las veces de la equidad romana, de la fidelidad judaica y de la caridad cristiana, viene de la mano de la proliferaci�n de injusticias, crueldades y espantos jam�s imaginados por las �pocas que la precedieron.

 

La indignaci�n contra la injusticia no es la expresi�n, sino la inversi�n exacta del anhelo b�blico de justicia. �ste procura abstenerse de cometer injusticias, incluso al precio de padecerlas. Aqu�l procura evitar padecerlas, incluso al precio de cometerlas peores a�n y en mayor n�mero. S�lo en la mente deformada de un Frei Betto esos dos sentimientos opuestos e irreconciliables pueden aparecer como uno solo.

 

La indignaci�n contra la injusticia es el m�s bajo sentimiento moral humano. Por eso mismo, es lo m�s f�cil de inculcar en las masas para movilizarlas pol�ticamente, y es normal que partidos y l�deres hagan de ella, en beneficio propio, el mandamiento primero o �nico de la moralidad p�blica, el criterio y el emblema que distinguen a los buenos de los malos.

 

Cuando pasa eso, la conciencia moral del pueblo est� en su nivel m�s bajo. Todos se sienten perjudicados y agraviados, todos se hinchan de indignaci�n, todos discursean, vociferan, acusan � y todos, cada vez m�s, se eximen de juzgar sus propios actos. La indignaci�n se alza contra la moralidad que baja, sin darse cuenta de que baja, precisamente, por el peso de los insultos que recibe de la indignaci�n insana.

 

La indignaci�n contra la injusticia paraliza y corrompe el sentido moral, cambiando su compleja ingenier�a de sentimientos y de valores por el mero estereotipo de un rencor estandarizado, repetible hasta la alucinaci�n, que puede ser  puesto en marcha por reflejo condicionado. La indignaci�n contra la injusticia es a los sentimientos morales � al amor, al honor, al deber, a la bondad, a la lealtad � lo que el aullido del lobo es a una coral de Bach. Si, en este pa�s, el ascenso triunfal de una ideolog�a que consagra la indignaci�n contra la injusticia como la piedra de toque de la calidad moral de los seres ha venido de la mano de la expansi�n generalizada de la inmoralidad, de la delincuencia y de la corrupci�n, no ha sido una coincidencia en modo alguno. La degradaci�n del sentido moral en el  discurso ideol�gico es un proceso entr�pico: el paso de lo diferenciado a lo indiferenciado, de lo cultivado a lo rudimentario, de la reflexi�n al reflejo, del argumento al eslogan.

 

Es imposible que la conducta de la sociedad no refleje, en el deterioro general de las normas y de los actos, una ca�da tan vertiginosa del nivel de conciencia de sus l�deres, de sus intelectuales, de sus gu�as y modelos.

 

Cuando, hace a�os, escrib� la serie de art�culos �Bandidos y letrados�, recordando a los intelectuales, periodistas y artistas la parte de culpa que les correspond�a en el fomento de la criminalidad, si hubiese quedado una gota de luz en el fondo de sus almas les habr�a impulsado a hacer examen de conciencia y a cambiar de rumbo. Pero esa gota ya se hab�a secado. Desde entonces, el caos y la violencia han crecido hasta lo insoportable -- y ellos siguen clamando contra la �injusticia social� desde lo alto de su pedestal de ineptitud y vanidad.

 

Por ese camino hemos llegado al completo letargo mental de una sociedad idiotizada que sue�a con poder reprimir el narcotr�fico protegiendo a las Farc, acabar con los secuestros sin tocar la reputaci�n del �Foro de S�o Paulo�, restaurar la autoridad desmantelando las Fuerzas Armadas, imponer el orden diluyendo la moral y la religi�n, instaurar el respeto mediante el libertinaje, la insolencia pueril y la lisonja a las pasiones m�s bajas del alma humana. El pozo de inconsciencia en el que los l�deres intelectuales han sumergido a este pa�s es un pozo sin fondo.