Sobre el mapa divino del mundo
Olavo de Carvalho
O Globo, 26 de abril de 2003
Pido permiso a los lectores para alejarme por unos instantes de la actualidad m�s obvia y dedicar este art�culo a un asunto que quiz� les suene a algunos como un tanto �esot�rico�, pero que a otros les parecer� de una urgencia imperiosa. Es que, ante lo que he dicho y escrito sobre la revoluci�n isl�mica, algunos remitentes, ignorantes del tema, han tenido la insolencia de exigirme alg�n tipo de apoyo a ese movimiento, o por lo menos esa adhesi�n indirecta que se expresa como puro anti-americanismo, y lo hacen ech�ndome en cara el deber de obediencia que seg�n ellos tendr�a que vincularme a la persona y a la obra de Ren� Gu�non, por el hecho de haberlo presentado, en mi site, como uno de �mis gur�s� entre otros muchos de orientaci�n intelectual completamente diferente.
Gu�non es sin duda un sabio, y tengo un profundo respeto por sus ense�anzas, pero, adem�s de no considerarme disc�pulo o seguidor de quien quiera que sea � la palabra �gur�� es usada all� en el sentido el�stico y polis�mico que le da, por cierto, varias veces el propio Ren� Gu�non �, no veo c�mo podr�a someterme a esas ense�anzas cuando se vuelven contra realidades patentes.
En �Oriente y Occidente�, por ejemplo, Gu�non aseguraba que el comunismo nunca se introducir�a en ning�n pa�s oriental, incluida China, porque �en ella el esp�ritu tradicional no est� menos s�lidamente establecido que en todo el resto del Oriente�. Y prosegu�a: �Cuando los bolcheviques se ufanan de conquistar partidarios entre los orientales, no hacen m�s que enga�arse.�
El libro fue publicado en 1924, pero Gu�non mantuvo inalteradas esas afirmaciones en la segunda edici�n, revisada, de 1948 � un a�o antes de la entrada triunfal de Mao Ts�-tung en Pequ�n, comienzo de una tiran�a que durar�a m�s de medio siglo, exterminar�a a 60 millones de chinos y exportar�a la revoluci�n comunista por todas partes.
M�s a�n, lo que pod�a quedar de �esp�ritu tradicional� en China fue destruido de tal modo por la Revoluci�n Cultural de Mao que a los intelectuales chinos de hoy ya no les queda otro camino para recuperar una comprensi�n m�s profunda de su propia tradici�n espiritual m�s que los libros de autores occidentales como Marcel Granet o el propio Ren� Gu�non.
�Debo suponer que eso no pas�, porque Gu�non dijo que no pasar�a? �O tengo que admitir que el maestro, llevado por su confianza absoluta en los m�todos deductivos y por un exagerado desprecio de la Historia, cay� en una pura conjetura equivocada? Y no mejora en nada su performance cuando, en el mismo tono, asegura: �El pan-islamismo, sea cual fuere la forma que revista, no podr� identificarse jam�s con un movimiento como el bolchevismo, como parecen temer las personas mal informadas.� A lo sumo, admit�a Gu�non, los musulmanes pod�an servirse de los comunistas para sus propios fines y luego librarse de ellos.
Cuando leemos en el Wall Street Journal la declaraci�n de Ion Mihai Pacepa, el agente secreto de Ceaucescu que confiesa haber fabricado a Yasser Arafat por orden de la KGB, o cuando vemos que, uno a uno, los pa�ses isl�micos que antes simpatizaban con los EUA van siendo arrastrados a la �rbita del anti-americanismo revolucionario, no podemos evitar la pregunta: �qui�n, en definitiva, est� utilizando a qui�n? Es verdad que el islamismo se propaga por el mundo, pero nada se puede comparar, en vigor y rapidez, a la reorganizaci�n global de una izquierda revolucionaria a la que la ca�da de la URSS, seg�n las vanas expectativas occidentales, deber�a haber desacreditado por completo. �Y hasta qu� punto una tradici�n religiosa, que compite con las dem�s, puede servirse de movimientos ideol�gicos visceralmente anti-espirituales sin ser corrompida y vaciada por el manejo de un instrumento tan inapropiado y sin transformarse en un simulacro de s� misma? El Islam izquierdizante y antiamericano de hoy se parece menos al Islam tradicional que esa especie de post-Islam apocal�ptico anunciado por Mahoma, en el que �las mezquitas estar�n hueras de piedad y los doctores de la religi�n ser�n las peores criaturas bajo el cielo; vivir�n nutriendo intrigas y ciza�a que, al final, recaer�n sobre ellos mismos�.
Es verdad, adem�s, que las agudas cr�ticas a la civilizaci�n moderna que se encuentran en las obras de los tradicionalistas gu�nonianos, como Seyyed Hossein Nasr, Martin Lings o Titus Burckhardt, pueden ser f�cilmente absorbidas por el conjunto de la propaganda anticapitalista y anti-americana que es el aderezo b�sico del men� neo-comunista en el mundo. El ide�logo ruso Alejandro Duguin, te�rico de lo que �l llama �nacional-bolchevismo�, hace exactamente eso. Tendr�a un �xito rabioso en el Forum Social Mundial.
�Pero habr� algo m�s diab�licamente ir�nico que poner el legado de las antiguas espiritualidades al servicio de unas dictaduras socialistas y nacional-socialistas que personifican la rebeli�n anti-espiritual moderna en aspectos mucho m�s brutales y demon�acos que todo lo que cabr�a atribuir a las democracias capitalistas? No puedo olvidar una conversaci�n que tuve, hace a�os, con uno de esos gu�nonianos y antimodernos ilustres, cuyo nombre no hace falta citar aqu�, pero que me confesaba, casi susurrando, que los EUA, donde resid�a, eran en el fondo el pa�s m�s religioso del planeta y en el que los hombres de vocaci�n m�stica y espiritual encontraban mejor ambiente para la realizaci�n de sus aspiraciones interiores, tan extra�as a la agitaci�n epid�rmica de los intelectuales �modernos�.
Sea como fuere, la l�nea divisoria de los bloques pol�ticos y geopol�ticos no coincidir� jam�s perfectamente con la de las diversas tradiciones espirituales. El �choque de las civilizaciones�, si es que hay alguno, se desarrolla en la superficie de la Historia, mientras que en las aguas profundas hay m�s inter-penetraciones y ambig�edades de lo que el mero analista estrat�gico podr�a imaginar, y es muy posible que la germinaci�n del futuro dependa m�s de ellas que de lo que sale en los peri�dicos. Si los caminos del Se�or no son los de los hombres, tampoco el mapa divino del mundo es id�ntico al que los pol�ticos y estrategas tienen colgado en la pared de sus despachos.