Dominador invisible
Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 24 de abril de 2003
La doctrina marxista de la �ideolog�a� ha penetrado de tal modo en la cultura, que hasta a los individuos m�s ajenos a toda militancia izquierdista les parece natural esperar que toda idea o teor�a se explique, en �ltimo an�lisis, como instrumento de las ambiciones de una clase o grupo y, por tanto, como distorsi�n interesada, como mito auto-justificador o como propaganda.
Desde esa perspectiva ya no existe conocimiento objetivo. El �nico modo que tiene un individuo de poder escapar de la prisi�n ideol�gica es asumirla como una fatalidad ineludible e incorporarla a su visi�n habitual del mundo, como un caballo que se comiese sus propios arreos esperando convertirse as� en caballero. La nueva objetividad del �intelectual org�nico� ya no consiste en ver el mundo como es sino en transformarlo en otra cosa para poder decir luego que es exactamente eso.
Algunas corrientes de pensamiento totalmente ajenas al marxismo han proporcionado a esa doctrina insana algunas legitimaciones accidentales.
Nietzsche abominaba al socialismo. Pero, al rechazar toda pretensi�n de veracidad como un espejismo auto-halagador de contemplativos enfermizos y consagrar la �voluntad de poder� como fundamento �ltimo de la realidad y de la acci�n humana, acab� dando a los dos socialismos, bolchevique y fascista, una coartada magn�fica para mandar a fre�r esp�rragos los escr�pulos de la argumentaci�n racional y para adherirse complacidos a la brutalidad de la �acci�n directa� preconizada por Georges Sorel.
Freud, pol�ticamente un conservador, dio impulso a la destrucci�n de la fe en el conocimiento al reprobar como camuflajes de la represi�n sexual todas las manifestaciones de la inteligencia humana tanto en el arte, como en la ciencia, en la filosof�a o en la religi�n. Y, malgr� lui, acab� poniendo al servicio de la propaganda socialista el poder de la fantas�a sexual, cuando la escuela de Frankfurt crey� haber descubierto en el deseo reprimido el equivalente gen�sico de la fuerza proletaria del trabajo �expoliada� por el super-ego capitalista. Desde ese momento, todos los frustrados sexuales del mundo se convirtieron en militantes izquierdistas en potencia.
Muchas otras modas y escuelas intelectuales, a veces muy anti-marxistas, han colaborado con los fines del socialismo: al roer los bordes de la credibilidad popular de la tradici�n filos�fica y religiosa occidental, sin tener por su parte ninguna expresi�n pol�tica propia, acabaron siendo absorbidas como instrumentos de guerra ideol�gica por la �nica corriente de pensamiento que, adem�s de una doctrina, era una estrategia pol�tica y una militancia organizada. As�, a medida que se desacreditaba intelectualmente, el marxismo se renovaba de modo casi inagotable, llamando en su ayuda nuevos y nuevos pretextos adaptados del pragmatismo, de la filosof�a anal�tica y hasta del mesianismo lis�rgico y an�rquico de la New Age. La adquisici�n m�s reciente ha sido la ret�rica anti-occidental del radicalismo isl�mico. Y ahora hasta el �tradicionalismo� de Gu�non y Evola puede servir para ayudarle un poco...
Ninguna doctrina resiste a tantas incorporaciones sin perder su identidad. Pero a veces eso es �til. A medida que acostumbraba su organismo a tantos alimentos extra�os, el marxismo, ya en versi�n Gramsci, flexibilizaba su estructura organizativa, diluyendo los antiguos partidos monol�ticos en una compleja red de asociaciones y canales con nombres infinitamente variados -- desde agremiaciones pol�ticas hasta entidades asistenciales, �grupos de encuentro� y cl�nicas de aborto, adem�s de cuadrillas de narcotraficantes y secuestradores --, a la que la llegada de los ordenadores y de internet permite hoy seguir unida y preparada, en cualquier momento, para acciones inmediatas de alcance mundial, como se ha visto en las manifestaciones �por la paz� que casi lograron salvar, in extremis, al r�gimen m�s tir�nico y genocida del planeta.
El marxismo, irreconocible como doctrina individualizada, sigue siendo, pol�ticamente, la �nica fuerza organizada a escala planetaria. En la esfera cultural, se ha convertido en la influencia dominante que, sin nombre, casi invisiblemente, mueve las corrientes de opini�n en el mundo.
Cada vez que, frente a una idea, antes de preguntarse si es verdadera o falsa, se pregunta usted a qui�n sirve, es usted quien est� sirviendo a ese se�or invisible. La doctrina marxista de la ideolog�a, la mentira al servicio de la voluntad de poder, ve en todo mentiras al servicio del poder y, como toda profec�a auto-realizable, tiene el don de hacer que los que la siguen, incluso sin saber que la siguen, se transformen exactamente en lo que ella dice que son.