Sat�n Husein y las palomitas
Olavo de Carvalho
O Globo, 12 de abril de 2003
Muy acertadamente el presidente George W. Bush se neg� a hacer de la guerra contra Sat�n Husein una cruzada anti-isl�mica. El Islam es una religi�n grande y sublime, sin la m�s m�nima parte de culpa de lo que los revolucionarios y los tiranos hacen en su nombre. Con toda su ret�rica feroz copiada del pathos religioso, ellos y sus c�mplices ya estaban de antemano condenados en el vers�culo de la sura II del Cor�n, en el que Dios advierte: �Y cuando les decimos: �No hag�is intrigas en la Tierra�, responden: �S�lo somos pacificadores.� Intrigantes es lo que son. Pero no se dan cuenta.�
�C�mo no reconocer ah� a esos gobiernos que, habiendo proporcionado armas at�micas a Irak y preveyendo que las tropas americanas lo iban a descubrir, desencadenaron una campa�a mundial de encubrimiento con el pretexto de la �paz�?
La culpa que cargan es infinita.
S�lo prisioneros pol�ticos, el r�gimen de Sat�n Husein mat� 33 al d�a, sin parar, durante un cuarto de siglo. Calculen el precio, en vidas humanas, de los sucesivos aplazamientos por parte de la ONU. La paz mat� mucho m�s que la guerra, exactamente como en Vietnam. Si no se acuerdan, puedo refrescarles la memoria. Entre militares y civiles, los combates hab�an hecho, m�s o menos, 800 mil v�ctimas, de ambos lados. Tras la retirada de las tropas americanas, los comunistas invadieron Vietnam del Sur, tomaron Camboya y, entre los dos pa�ses, mataron a tres millones de civiles, mientras en Nueva York las palomitas de la paz celebraban la humillaci�n americana.
La situaci�n ahora se ha invertido: las palomitas lloran en las redacciones, mientras el pueblo iraqu� celebra el final de sus sufrimientos, diferido durante tanto tiempo con bellas palabras.
Vean la alegr�a en las calles, las estatuas demolidas, las efusiones de gratitud a las tropas anglo-americanas, y aprendan: no existe, en toda la fauna planetaria, bicho m�s mort�fero que la Paloma de la Paz. No por casualidad, es un invento de Stalin, con la colaboraci�n de Picasso, concebido para utilizar blasfemamente el s�mbolo cristiano del Esp�ritu Santo.
Los Chiracs, los Schroeders, los Putins, los pacifistas a sueldo del Partido Comunista de Corea del Norte, los denunciantes de la �conspiraci�n anglo-sionista�, los pseudo-periodistas que invocaban a los demonios pidiendo una interminable Batalla de Bagdadogrado (que ha acabado siendo la Batalla de Itarar�*) �- todos �sos son la mayor pandilla de genocidas de las �ltimas d�cadas.
Precisamente por saberlo y por desear que nadie lo sepa, la Guardia Republicana de los medios de comunicaci�n brasile�os recurre, a la desesperada, a medidas extremas. Como ya no es posible salvar la reputaci�n de Sat�n Husein, la soluci�n es manchar la de sus enemigos. Un conocido jurista escribe que �el presidente de los Estados Unidos ha logrado demostrar que es m�s eficiente matando civiles que el d�spota iraqu�. Un comentarista intenta difuminar el perfil genocida del dictador ca�do, alegando que nadie sabe si se deben m�s muertes a �l o a las sanciones econ�micas de la ONU. Y en todas partes se da por auto-demostrado que los EUA lo han hecho todo por codicia de petr�leo, con el agravante de que ellos mismos proporcionaron las armas y municiones al tirano que ahora han depuesto.
No piensen, ni en sue�os, que pretendo entablar alguna discusi�n con esas personas. Toda discusi�n presupone un m�nimo de honestidad, exigencia que las clases parlantes de este pa�s consideran que deben sacrificar en favor de no s� qu� ideales m�s altos.
Los brasile�os que escriben y hablan se han transformado en una mezcla de Macuna�ma y de Robespierre, a�adiendo a la completa falta de car�cter la indignaci�n histri�nica del que se imagina incorruptible. En nombre de las perfecciones morales que sue�an encarnar, se permiten de buen grado todas las mentiras, todas las bajezas, todos los ardides y todas las manipulaciones.
Lo peor es que cada uno de esos embustes se yergue por encima de una compleja ingenier�a sof�stica de suposiciones incrustadas, cuyo desmantelamiento requerir�a extensos an�lisis y no puede ser realizado aqu�. Y el p�blico, viciado en esa estupidez pomposa desde el tiempo de los pupitres del colegio, ha perdido incluso hasta ese instinto l�gico elemental, que se echa para atr�s ante un razonamiento falso incluso sin saber en qu� lugar exacto se esconde el error.
Es in�til decir al maravilloso jurista arriba mencionado que la insensibilidad a los n�meros, el embotamiento del sentido de la medida y de la proporci�n, es el s�ntoma m�s n�tido de la completa falta de honestidad intelectual. No ve, ni ver� jam�s, la diferencia entre alcanzar accidentalmente a unos cuantos centenares de inocentes durante los bombardeos, y zurrar hasta la muerte, en los s�tanos de la comisar�a, a 290 mil civiles maniatados. Para �l, todo es lo mismo, e incluso lo segundo un poco m�s humano.
Es in�til recordar a ese comentarista que un homicidio doloso es una acci�n material directa ejercida a prop�sito contra la v�ctima, mientras que asociar tales o cuales muertes al efecto de unas �sanciones econ�micas�, incluso p�simas y devastadoras, es un razonamiento estad�stico indirecto y conjetural, del que s�lo un timador se atrever�a a deducir imputaciones de culpabilidad absoluta. Mucho menos viable es intentar demostrarle que no tiene sentido acusar a la ONU de genocidio y, al mismo tiempo, consagrarla como la autoridad moral sacrosanta que el malvado imperialismo yanqui no tiene derecho a desobedecer.
Es in�til informar a los indignados descubridores de intereses petrol�feros que quien los tiene es Francia y no EUA.
Y es in�til recordar a cualquiera de ellos que, si alg�n proveedor de armas tiene culpa de lo que ha hecho Sat�n Husein, la culpa es proporcional al tama�o de la cantidad entregada: el 57 por ciento rusa, el 13 por ciento francesa, y as� sucesivamente hasta el �ltimo de la fila, EUA, exactamente con el uno por ciento, o sea, la mitad de la cuota de la culpa brasile�a.
Es in�til decir a esa gente sea lo que sea, porque la parte parlante y escribiente de este pa�s ya ha canonizado al antiamericanismo como la suprema y �nica virtud, en cuyo altar tienen que ser quemados hasta los �ltimos resquicios de la escrupulosidad moral.
*N. del T. - Batalla famosa porque nunca tuvo lugar.