Guerra e Imperio

Olavo de Carvalho

O Globo, 22 de marzo de 2003

 

 

En 1995, expuse en El jard�n de las aflicciones la teor�a de que el nuevo Imperio mundial que se estaba creando en combinaci�n con la globalizaci�n econ�mica, era un fen�meno muy diferente de todo lo que se conoc�a hasta ese momento como �imperialismo�. A pesar de los elogios recibidos de cr�ticos nacionales y extranjeros, mi libro sigui� quedando al margen, sin ser citado jam�s en las discusiones actuales, tanto medi�ticas como acad�micas.

 

Cinco a�os despu�s, el Sr. Antonio Negri gan� una pasta gansa y aplausos universales vendiendo la misma teor�a en su libro Imperio, escrito en colaboraci�n con Michael Hardt. La concordancia del Sr. Negri conmigo iba desde los or�genes del proceso, que hac�amos remontar al siglo XVIII, hasta la localizaci�n expl�cita de la sede del gobierno imperial, que ambos situ�bamos en el edificio de la ONU y no en la Casa Blanca. Entre esos dos extremos, coincid�amos tambi�n en la definici�n del Imperio como un nuevo paradigma de la civilizaci�n y no s�lo como una variaci�n de los antiguos imperialismos y colonialismos.

 

Jam�s se me ocurri� que el Sr. Negri, que nunca me ha visto ni en pintura, me hubiese plagiado. �l s�lo ten�a un cerebro m�s lento, lo que no era culpa suya, y yo no ten�a un lobby publicitario a mi servicio, lo que no era culpa m�a. Otras diferencias esenciales entre nosotros eran las siguientes:

 

1) Yo no pod�a alegar entre mis m�ritos intelectuales la participaci�n en ning�n homicidio pol�tico, mientras que el Sr. Negri ostentaba en su curr�culum la gentil colaboraci�n con los asesinos de Aldo Moro, la cual, no nos enga�emos, tiene un sex appeal irresistible para la prensa denominada cultural.

 

2) El Sr. Negri describ�a como focos de la reacci�n libertaria al ascenso imperial precisamente algunos movimientos de masa en los que yo ve�a la mano inconfundible del propio Imperio.

 

3) El Sr. Negri, fiel al vicio marxista de explicarlo todo por lo econ�mico, ve�a el Imperio como una superestructura pol�tica del capitalismo globalizado y, de ese modo, no pod�a sino acabar haciendo de la ONU, al menos impl�citamente, una agencia al servicio del capitalismo. Como el grueso del capital est� en EUA, el resultado era que el brillante diagn�stico diferencial entre imperialismo e Imperio acababa disolvi�ndose a s� mismo y desenmascar�ndose nada m�s que como un nuevo pretexto para dar ca�a a los EUA.

 

Nada que discutir en lo concerniente al primer punto, donde la superioridad del Sr. Negri es imbatible. En cuanto al segundo, la gigantesca mobilizaci�n mundial �pacifista� en pro de Saddam Hussein ha mostrado con elocuencia global que los movimientos de masa en los que el Sr. Negri ve�a una �alternativa ut�pica� al Imperio de la ONU (y su colaborador Hardt todav�a insiste en ello, con ciega cabezoner�a, en la �Folha de S�o Paulo� del d�a 19) son tent�culos de la propia ONU, empe�ados en estrangular las �ltimas y �nicas soberan�as nacionales capaces de crearle problemas: la americana, la inglesa y la israel�.

 

Finalmente, los acontecimientos de las �ltimas semanas (en realidad de los �ltimos a�os, es decir, desde la conferencia de Durban) han probado claramente de qu� lado est� la ONU. M�s a�n, han demostrado de qu� lado est�n los propios neoglobalistas americanos, incluidos los grandes medios de comunicaci�n: todos al servicio de la ONU y en contra de su propio pa�s.

 

Tal como expliqu� en El jard�n de las aflicciones, hay dentro de los EUA un conflicto de base entre las fuerzas imperiales y las nacionales, o entre los adeptos a la ONU y los adeptos a la naci�n americana, �stos alineados con Israel, aqu�llos alineados con la revoluci�n mundial que hermana a comunistas, neonazis, radicales isl�micos y variopintos intereses antiamericanos coyunturales en un pacto global de apoyo a la tiran�a genocida de Irak y, de modo general, a todo lo que hay de impresentable en el mundo. En definitiva, lo que queda de aprovechable en el libro del Sr. Negri son las partes en que coincide con el m�o. Todo lo dem�s es propaganda imperial camuflada de �utop�a alternativa�.

 

Un punto que no abord� en mi libro y que ser�a demasiado largo discutir aqu� es: �c�mo se ha convertido el Islam revolucionario en el embudo por donde pasan todas las corrientes antiamericanas y antidemocr�ticas? Resumiendo brutalmente, con la promesa de volver un d�a sobre el asunto, digo que:

 

1) El radicalismo isl�mico, obra de intelectuales musulmanes de formaci�n europea, y que se remonta a la d�cada de los 30, es al Islam tradicional lo que la �teolog�a de la liberaci�n� es al cristianismo. Vac�a la tradici�n isl�mica de su contenido espiritual y lo transmuta en la f�rmula ideol�gica de la revoluci�n mundial. (El presidente Bush, a quien nuestros intelectuales semi-analfabetos fingen despreciar como a un pueblerino, comprendi� perfectamente este punto y por eso rechaz� con vehemencia la propuesta indecente de dar a la guerra contra el terrorismo la connotaci�n de una cruzada anti-isl�mica.)

 

2) Esa f�rmula, por su car�cter universalista y su envidiable refinamiento dial�ctico (no es de extra�ar que uno de sus creadores sea Roger Garaudy, fino estudioso de Hegel), engloba y transciende todas las corrientes anticapitalistas y antidemocr�ticas del siglo XX, desde el nazismo puro y duro � pasando por sus versiones m�s refinadas, como el anti-humanismo de Martin Heidegger, el desconstruccionismo de Paul de Man, el nihilismo de Foucault � hasta las diversas versiones del comunismo: estalinista, mao�sta, trotskista, gramsciana, etc. Como ya profetizaba su pionero Said Qutub, el destino de la revoluci�n isl�mica es absorber y superar � hegelianamente � todas las revoluciones. Ah� estriba el aparente milagro de la solidaridad entre izquierdistas y neonazis en las protestas anti-Bush y en las intrigas anti-israel�es de la ONU.

 

Est� claro que, al embarcarse en una lucha a vida o muerte contra la revoluci�n mundial � y, de rebote, contra el neoglobalismo de la ONU �, la propia naci�n americana asume responsabilidades imperiales. Lo que podr� llegar a ser un Imperio americano propiamente dicho, nacido sobre los escombros del proyecto revolucionario y del virtual cad�ver de la ONU, es algo que s�lo empezar� a aclararse de ahora en adelante. Ni yo ni el Sr. Antonio Negri sabemos nada al respecto, y ah� surge la cuarta y �ltima diferencia entre nosotros: �l cree saberlo.