Los minutos finales de un justo

Olavo de Carvalho

O Globo, 8 de marzo de 2003

 

 

Que las Farc son una organizaci�n terrorista, que viven del narcotr�fico, que son el principal proveedor de coca�na del mercado nacional y muy probablemente tambi�n de know how b�lico para las gangs que dominan Rio de Janeiro, son cosas que ning�n ciudadano brasile�o puede razonablemente ignorar.

 

Si, a pesar de eso, el Sr. presidente de la Rep�blica declara p�blicamente ignorar tales cosas, lo hace con la noble intenci�n de no tomar partido en una contienda para la que se ofrece gentilmente para actuar de �rbitro. Por este motivo, rechazando la petici�n de su colega colombiano �lvaro Uribe, se niega a llamar terrorista a una organizaci�n terrorista. Los arbitrajes requieren neutralidad, y nuestro presidente no quiere manchar la suya. Quiere planear, como Dios en el Juicio Final, au dessus de la m�l�e.

 

Al menos esto es lo que �l alega, imaginando que as� salva las apariencias. Pero no salva nada. Pero no salva nada. S�lo dora las rejas de la trampa en que se ha metido. Pues, si para mantenerse neutral, no puede ni siquiera decir una palabrita contra las Farc, mucho menos puede actuar contra ellas, por mucho que sepa el da�o que est�n haciendo a este pa�s. Para merecer el estatuto de juez id�neo, tiene que abstenerse de optar no s�lo entre Colombia y las Farc, sino entre �stas y Brasil. Y un presidente que hace alardes de neutralidad entre su pueblo y los narcotraficantes que lo destruyen es  nada m�s y nada menos que un traidor. No digo que Lula lo sea efectivamente. En el momento en que estoy escribiendo, todav�a cabe albergar alguna duda sobre lo que le va a decir al presidente Uribe. Pero, si entonces insiste en que es neutral, habr� declarado que no est� del lado de Brasil.

 

De todos modos, bajo esa duda queda una certeza: su presunci�n de neutralidad no es sincera y �l sabe que no lo es. En diciembre del 2001, como presidente del Foro de S�o Paulo, reencarnaci�n latinoamericana del Comintern, firm� un manifiesto en el que tomaba partido por las Farc, promet�a a �stas su solidaridad incondicional y llamaba terrorista no a la organizaci�n guerrillera, sino al gobierno de Colombia.

 

�l nunca ha abjurado de su firma en ese documento obsceno, ni siquiera cuando, en estos art�culos, indiqu� que dicha firma compromet�a irreparablemente la idoneidad de su candidatura y la fiabilidad de sus promesas de combatir el narcotr�fico. La revelaci�n de la existencia de ese manifiesto fat�dico fue amortiguada por los medios de comunicaci�n y la candidatura de S. Excia. sali� ilesa y victoriosa. Pero las promesas murieron desde el comienzo. Est�n tan muertas, que quien las hizo no puede decir, contra los grandes beneficiarios del narcotr�fico en Brasil, ni siquiera una palabrita algo dura. Como he anunciado repetidamente y en vano, nuestro m�ximo gobernante, cuya disposici�n personal de luchar contra el crimen no pongo en duda, est� con las manos atadas y la boca amordazada por la lealtad a un pacto macabro, que la cobard�a c�nica de periodistas y pol�ticos le ha ayudado a mantener pr�cticamente secreto hasta ahora.

 

Pues bien, si �l firm� ese documento y sabe que lo firm�, sabe tambi�n que nadie, en Colombia, cree en su pretendida neutralidad. Si sabe eso, sabe tambi�n que nunca ser� aceptado como �rbitro. Y, si hasta eso sabe, �por qu� la farsa? �Por qu� elude la petici�n colombiana de apoyo con la excusa de ambicionar un papel que no puede ser suyo? �Acaso conf�a en que los medios de comunicaci�n internacionales, incluidos los de Bogot�, encubrir�n la divulgaci�n del manifiesto pro-Farc con la misma solicitud con la que los nuestros se prestaron al papel envilecedor de censores de s� mismos? Semejante delirio de grandeza denotar�a una locura excesiva, y nuestro hombre no tiene nada de loco. No, no es posible ocultarlo: la alegaci�n de neutralidad, la pretendida candidatura a mediador, s�lo son excusas. Para rechazar la petici�n de �lvaro Uribe, tiene motivos m�s s�lidos, que no escapar�an ni siquiera a la percepci�n de los m�s descuidados, si por un instante los medios de comunicaci�n aceptasen juntar las premisas de un sencillo silogismo, en vez de separarlas adrede para que el p�blico no atine con la conclusi�n:

 

Premisa mayor: como ha reconocido el ministro de Defensa, la elite de las Farc est� escondida en Brasil.

 

Premisa menor: en la justicia brasile�a no hay nada contra esos elementos, que s�lo pueden ser expulsados del pa�s si las Farc fuesen reconocidas oficialmente como organizaci�n terrorista.

 

Conclusi�n: Lula no quiere declarar terroristas a las Farc porque eso podr�a obligarle a expulsar del pa�s a los dirigentes de la organizaci�n, si no a tomar medidas m�s dr�sticas a�n contra ella, y esto �l no lo quiere hacer de ninguna manera.

 

Escolio: los mayores proveedores de coca�na a Brasil est�n refugiados en el territorio nacional con la complicidad, al menos pasiva, del Sr. presidente de la Rep�blica.

 

Todo eso est� tan claro, es tan l�gico e irrefutable, que hasta los ni�os tendr�an que captarlo a primera vista. Pero, cuando miro a los brasile�os adultos, s�lo veo en su rostro ese atontamiento obtuso, esa insensibilidad ciega que no nace de la falta natural de inteligencia, sino del rechazo obstinado y torpe a reconocer una verdad que todos, por dentro, ya saben. Todos los pecados, dice la Biblia, pueden ser perdonados, pero �se no. Es el pecado contra el Esp�ritu Santo. Como los condenados del primer c�rculo del infierno de Dante, los brasile�os han rechazado la responsabilidad de saber lo que saben, y han sido castigados con la p�rdida del don de la inteligencia.

 

Quiz� no tiene por qu� estar todo perdido. Para salvar a Brasil, no har�an falta, tal vez, ni cinco justos. Bastar�a uno s�lo: Luiz In�cio Lula da Silva. Bastar�a que �l admitiese la verdad, que hiciese trizas el manifiesto infame y que pusiese por encima de unos compromisos espurios su deber presidencial de proteger a la naci�n del narcotr�fico. No s� cu�ntos minutos vivir�a despu�s de eso. Pero habr�an sido los minutos m�s heroicos de toda nuestra Historia.