La cabeza de la derecha
Olavo de Carvalho
O Globo, 22 de febrero de 2003
Dos colegas a los que tengo en gran aprecio, Merval Pereira y Lu�s Nassif, han publicado recientemente art�culos de importancia vital que no parecen tener nada que ver el uno con el otro, pero que s� que tienen que ver.
Merval, en O Globo del d�a 16, se augura que la �derecha� brasile�a deje de vivir de las limosnas de la izquierda y asuma una postura propia. S�lo con una derecha y una izquierda convencidas y conscientes, dice �l, puede haber democracia de verdad.
Nassif, en la Folha de S�o Paulo del d�a 15, denuncia que el Dr. Roberto Amaral despide de su ministerio a cient�ficos por pura discriminaci�n ideol�gica: �Est�n siendo despedidos profesionales de alto nivel, sospechosos de ser �neoliberales�.�
El an�lisis de Merval es perfecto. En el r�gimen militar, hab�a elecciones, el parlamento funcionaba. �Por qu�, entonces, no hab�a democracia? No hab�a democracia porque la oposici�n no ten�a vida propia, sino que era un ap�ndice del gobierno. Y ah� todo resultaba demasiado c�modo para los de arriba.
Pero la izquierda petista ha logrado crear para s� una situaci�n igualmente confortable incluso antes de llegar al gobierno. Neutralizando uno a uno a los l�deres derechistas mediante denuncias impactantes, que nunca necesitan ser comprobadas para producir su efecto pol�ticamente letal, lleg� a las elecciones sin tener adversarios m�s que de fachada, dos de los cuales son socios suyos en el Foro de S�o Paulo y un tercero s�lo le hac�a la competencia en la ostentaci�n de fervor izquierdista. La farsa grotesca dej� at�nito hasta al l�der comunista italiano, Massimo d�Alema, quien, en visita a Brasil, preguntaba perplejo: ��Aqu� no hay derecha?� La respuesta que un izquierdista sincero le dar�a es: �Existe de hecho, pero no de derecho. Tiene la existencia provisional de un crimen impune, que sobrevive gracias a los despistes de la ley y que intenta desesperadamente conseguir un peque�o espacio en la sociedad decente mediante el chaqueteo y la lisonja.�
Si la derecha no levanta la cabeza hasta emparejarla con la de la izquierda, nuestra democracia s�lo ser� un disfraz de la omnipotencia izquierdista como el bipartismo de 1964 fue un disfraz del poder militar. Merval vislumbra signos de fortalecimiento de la derecha y, sin ser �l mismo un derechista, presiente en ello un buen augurio. La democracia, en efecto, depende esencialmente de hombres que antepongan la integridad del sistema a las ambiciones de sus partidos.
El problema es: �cu�ntos hombres de �sos hay en la elite izquierdista que nos gobierna? Respondo sin vacilaci�n: ninguno. El esp�ritu del partido triunfante fue resumido en la lamentaci�n del gur� presidencial, Frei Betto: �S�lo hemos conquistado el gobierno; no el poder.�
El PT no es, ni nunca lo ha sido, un partido normal, dispuesto a alternarse en el gobierno con los rivales derechistas. Es un partido totalitario, para el que el gobierno es s�lo una etapa hacia el socialismo, del cual, por definici�n, cualquier derecha capitalista quedar� excluida para siempre. �l no concibe la �democracia� m�s que como un absolutismo izquierdista apoyado en la masa de militantes enfurecidos y legitimado por la completa hegemon�a sobre la cultura, la educaci�n y los medios de comunicaci�n.
Y ah� entra Lu�s Nassif. Un gobierno que se las da de democr�tico mientras destruye la elite cient�fica por medio de la persecuci�n ideol�gica es, a todas luces, un gobierno de dos caras -- y no hace falta ser muy listo para darse cuenta de cu�l de ellas es la verdadera. Si los despidos afectasen a gente de la izquierda, los medios de comunicaci�n, la intelectualidad y la universidad en peso se alzar�an para protestar, con justa raz�n, y nadie pondr�a en duda la gravedad de lo ocurrido. Pero si las v�ctimas son �neoliberales�, ni ellas mismas tendr�n la osad�a de reclamar. Har�n como los familiares de las v�ctimas del terrorismo, que prefieren callarse, intimidados, haciendo como si no les hubiese dolido. Y el resto del pa�s se omitir� tambi�n, para no aguar la �fiesta de la democracia�.
La l�gica de la situaci�n no puede ser m�s clara. Como admiti� en off a Le Monde el mismo presidente de la Rep�blica y como el Sr. Marco Aur�lio Garcia proclam� a La Naci�n, cada concesi�n aparente, cada acomodaci�n superficial, cada sonrisa �light� que el actual gobierno eche como migajas a los tontos esperanzados o como anest�sico a los inversores extranjeros es s�lo el repliegue t�ctico de una estrategia destinada a seguir implacablemente el rumbo trazado por el Foro de S�o Paulo. Ese rumbo es id�ntico, en esencia, al de Hugo Ch�vez: pol�tica econ�mica bien comportada para evitar conflictos en el �rea exterior, mientras se ahoga a la oposici�n interior y se organiza la �toma del poder�. El p�blico, hipnotizado por las discusiones econ�micas, ni se da cuenta del detalle, mucho m�s significativo, de la discriminaci�n ideol�gica que subrepticiamente va entrando en la rutina normal del gobierno como ya hab�a entrado en la de los medios de comunicaci�n y en la de las universidades. Y mucho menos se da cuenta de la coincidencia entre el destino de los cient�ficos despedidos y la simult�nea tempestad de acusaciones contra el Sr. Antonio Carlos Magalh�es, echado a los leones por haber cometido media docena de veces el crimen de espionaje pol�tico que la izquierda practica impunemente, todos los d�as, desde hace veinte a�os.
La derecha fisiol�gica se imagin� que, adulando al dominador, ganar�a tiempo para rehacerse y derrotarle alg�n d�a. Craso error. Si fuera del gobierno la izquierda ya logr� reducir a los Magalh�es y a los Malufs al m�s humillante servilismo, en el gobierno no descansar� hasta lanzarlos a la m�s completa impotencia y marginalidad. No doy ni dos a�os para que cada uno de ellos, culpado o inocente, est� en la c�rcel, en el exilio o en el m�s profundo de los olvidos. Para que exista democracia, es necesario que la derecha levante la cabeza. Pero el gobierno, con la ayuda de los medios de comunicaci�n, antes de eso se la va a cortar.
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Dicen que Lula es un s�mbolo de las virtudes del pueblo brasile�o. No lo es. S� lo es Evando dos Santos, el alba�il que aprendi� a leer con la Biblia, que adquiri� una s�lida cultura autodidacta, que reuni� libros, que hoy esparce bibliotecas populares por Brasil y que sigue siendo tan pobre como siempre. Escribir� m�s sobre �l un d�a de �stos.