La felicidad general de la naci�n
Olavo de Carvalho
Zero Hora, 9 de febrero de 2003
Unos d�as antes de la elecci�n del Sr. Luiz In�cio a la presidencia, escrib� que, una vez en el cargo, no podr�a combatir el narcotr�fico sin desagradar a sus amigos de las Farc, ni dejar de combatirlo sin desagradar a todo el Brasil.
�Santa ingenuidad! Aquellos d�as ya circulaba entre los intelectuales de izquierda la soluci�n del dilema, s�lo invisible para los taca�os reaccionarios como yo.
Se trataba, simplemente, de liberalizar el consumo de drogas. As� el tr�fico pasar�a a ser un comercio legal, decente, ben�fico para las arcas p�blicas, sea por efectuarse bajo la direcci�n del propio Estado, sea por los impuestos, naturalmente alt�simos, que el empresariado tendr�a que pagar por el refinado privilegio de drogar a la naci�n.
Polvo y hierbas entrar�an con albar�n de importaci�n, en embalajes dorados con un mensaje social en letras azules y una severa advertencia del Ministerio de Sanidad: "Esto enloquece".
Bajo las penas establecidas por la ley, el distribuidor estar�a obligado a pagar puntualmente a sus proveedores, y el miserable dinerillo que hoy pasa bajo manga a las Farc ser�a multiplicado por diez o por cien, saliendo a plena luz del d�a en valijas del Banco do Brasil, bajo la severa vigilancia de Hacienda. El Dr. Palocci, que en su ciudad natal vio frustrados sus intentos de ser el Pap� Noel de las Farc a escala municipal, obtendr�a as� una revancha de proporciones federales.
Una parte substancial de los lucros ser�a destinada al proyecto �Hambre Cero�, pudiendo los beneficiados gastarla a su vez, si as� lo desean, en marihuana y coca, que eliminando unos cuantos hambrientos ayudar�an tambi�n a eliminar el hambre.
Una vez legalizado, el comercio de la insanidad en polvo o en hojas conquistar�a nuevos sectores del mercado, actualmente reticentes por los riesgos que supone subir al Morro Dona Marta en taxi, a las tres de la madrugada, cruz�ndose en cada esquina con un guardia jurado de 12 a�os armado con una ametralladora Uzi.
La red de distribuidores ilegales se habr�a vuelto in�til y, de la noche a la ma�ana, sus organizaciones criminales se desmoronar�an como castillos de naipes. Los Fernandinhos que hoy aterrorizan al pa�s ser�an metidos en chirona y obligados a tricotar ropitas para los ni�os pobres, mientras sus asientos en la jerarqu�a del narcotr�fico ser�an ocupados por bur�cratas inofensivos, seleccionados en concurso p�blico. Las autoridades, triunfantes, proclamar�an en la TV: "Con nosotros las vais a pasar canutas. El sitio del bandido es la c�rcel." Realizado el programa, ir�an a conmemorar la victoria contra el crimen dando una esnifada en el punto de distribuci�n m�s cercano.
Las �nicas drogas prohibidas que quedar�an para el comercio il�cito ser�an el Viagra falsificado, el jarabe para la tos y la cola de zapatero. Sin el dinero de Colombia para repartir, los pocos restos de las gangs extinguidas ya no pegar�an tiros en sus disputas territoriales y volver�an a ocupaciones razonables, como asaltos a mano armada, secuestros de banqueros y prostituci�n de menores.
Por la noche, el silencio en las calles anunciar�a que la paz de la provincia habr�a vuelto a reinar sobre las capitales. Y el Sr. Luiz In�cio ser�a aclamado como el estadista brasile�o m�s sabio de todos los tiempos. Bastar�a, para eso, que aceptase convertirse en el mayor narcotraficante del universo. �No es maravilloso?