Cristofobia y carnaval
Olavo de Carvalho
O Globo, 8 de febrero de 2003
Lo que dije la semana pasada sobre la cristofobia nacional no pod�a ser ilustrado mejor: en la misma edici�n, una foto de portada resum�a el tema del desfile de la Escuela de Samba Beija-Flor, en el que Cristo y Satan�s, dispar�ndose tiros por las calles, eran colocados al mismo nivel como igualmente responsables de la violencia carioca.
No hace falta preguntar si ha cambiado el carnaval o hemos cambiado nosotros.
Tiempos atr�s, la apoteosis anual del caos a�n se presentaba como un disparate inocuo, como una mera payasada. Ahora, adoptada por la propaganda ideol�gica, se ha vuelto pretenciosa, arrogante, autoritaria: quiere ser tomada en serio como un alto mensaje moral, portador de la �buena nueva� tra�da por Lenin, Mao y Fidel. El tema del desfile de Beija-Flor es la exteriorizaci�n populachera de la �teolog�a de la liberaci�n�.
Es dif�cil esconder la verdadera �ndole de esa teolog�a. No puede haber una perversi�n m�s obvia del mensaje de Cristo que hacer que el impulso mismo de la bondad cristiana trabaje en favor de la ideolog�a que se propuso barrer el cristianismo de la faz de la tierra junto con los cad�veres de millones de cristianos.
Ser un te�logo de la liberaci�n no es un juego. La dosis de mentira interior que se requiere para que un cristiano bautizado acepte participar en una operaci�n de esa cala�a es tan grande, que la mera ruindad humana no puede explicarla. Quien ha encontrado la respuesta ha sido un estudioso jud�o, David Horowitz: �La teolog�a de la liberaci�n es una secta sat�nica.�
La misma palabra �liberaci�n� sufre en s� misma una deformaci�n sem�ntica que nadie podr�a realizar sin, al menos un poco, de satanismo consciente. Cristo ofrece librarnos del mal y del pecado. �No hago el bien que quiero; hago el mal que no quiero�, gime el Ap�stol. Cristo vino para darnos la gracia iluminante que nos permite discernir el mal del bien y la gracia santificante que nos hace apegarnos al bien incluso cuando deseamos el mal. �se es el sentido de la liberaci�n cristiana, clar�simo e inconcuso en los Evangelios. Los Boffs y los Bettos cambian el sentido del anhelo cristiano, transform�ndolo en un deseo de �libertarse� de los obst�culos morales y religiosos que impiden la llegada del comunismo. Si esos obst�culos adquieren la figura de sacerdotes y fieles refractarios a la doctrina comunista, la liberaci�n puede ser alcanzada por medio de la c�rcel, el fusilamiento o la tortura en masa.
El simple enunciado de esa doctrina es un crimen; su risue�a aceptaci�n mundana, un signo de la p�rdida completa del discernimiento moral por parte de los hombres cultos.
Quien desee probar que la teolog�a de la liberaci�n es una caricatura grotesca, un producto marcado con el sello inconfundible del �mono de Dios�, no podr� hacerlo mejor que Leonardo Boff cuando escribe: �Las ra�ces hist�ricas de la teolog�a de la liberaci�n se hallan en la tradici�n prof�tica de los evangelizadores y misioneros de los primeros tiempos coloniales en Am�rica Latina, que criticaron el tipo de presencia adoptada por la Iglesia.� Boff indica, como fundador de ese linaje, a Fray Bartolom� de las Casas, inventor de la �leyenda negra� que describe la ocupaci�n de M�xico como un crimen de genocidio practicado por la Iglesia contra los indios. Repetida hasta la saciedad por la propaganda anticristiana, esa leyenda ha acabado por convertirse en la verdad oficial.
Pero la historia contada por el fraile es casi exactamente lo contrario de la realidad. Ya no es posible defenderla despu�s de que la historiadora Inga Clendinnen, en Aztecs: an interpretation (Cambridge University Press), cotej� todos los testimonios que han quedado de los testigos oculares. En primer lugar, la matanza a duras penas lleg� a codearse, en cantidad de v�ctimas, con el n�mero de las que antes de ello fueron sacrificadas y tuvieron su coraz�n arrancado en matanzas rituales que, literalmente, te��an de sangre a la poblaci�n de Tenochtitl�n. La extinci�n de la cultura azteca s�lo puede ser considerada un crimen en el caso de que el mismo ep�teto se aplique a la destrucci�n del nazismo. En segundo lugar, la matanza de los vencidos no fue obra de los espa�oles, sino de los indios de las tribus vecinas, ansiosos por vengarse de un cruel dominador que peri�dicamente devastaba sus ciudades en busca de v�ctimas sacrificiales para su culto macabro. Ellos pensaron que s�lo quedar�an libres de esa pesadilla matando hasta el �ltimo azteca � y lo hicieron, contra la voluntad expresa de Hern�n Cort�s. En tercer lugar, aunque lo consider�semos el culpable de todo, Cort�s, un aventurero que lleg� all� por decisi�n personal, en contra de las �rdenes de sus superiores, ni siquiera era representante del gobierno espa�ol. Luego hacer de �l un representante de la Iglesia es el colmo del �asociativismo� forzado.
Pero Fray Bartolom� no se contenta con transformar la posterior reacci�n de las v�ctimas en un acto de opresi�n colonialista. Inventando un tipo de razonamiento que en el siglo XX ser� endilgado a los escolares bajo la id�lica denominaci�n de �diversidad cultural�, justifica moralmente la pr�ctica de los sacrificios humanos en los cultos aztecas, equipar�ndola al rito cristiano de la Eucarist�a. Bien, si mis padres hubiesen sabido que yo corr�a peligro de que me arrancasen el coraz�n, jam�s me habr�an enviado a recibir la primera comuni�n. Pero, desde el punto de vista �bartolomeico�, la diferencia entre morir por los amigos y matarlos a sangre fr�a es un detalle irrelevante.
�sa es la �tradici�n prof�tica� de la que Boff, con orgullo, se considera heredero y representante. �Qui�n soy yo para no estar de acuerdo? Dejando de lado, pues, las teolog�as macabras, vuelvo al carnaval y, en busca de aire puro, voto anticipadamente por Mangueira, que va a salir de �Mois�s y los Diez Mandamientos�.
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Sugerencias de lectura: Viol�ncia sem retoque, de Ib Teixeira, es la m�s s�lida exposici�n de conjunto que se ha hecho jam�s sobre la criminalidad en Brasil. Y la mejor novela brasile�a que he le�do en los �ltimos a�os es Braz, Quincas & Cia., de Ant�nio Fernando Borges.