Dos notas a pie de p�gina
Olavo de Carvalho
Zero
Hora, 12 de enero de 2003
Si usted a�n se sorprende ante la prisa indecente con la que en este
pa�s los empresarios se echan en brazos de un partido que no esconde
su prop�sito de exterminarlos como clase, es porque est� atrasado dos
siglos por lo menos. Fen�menos semejantes ya fueron observados y bien
explicados desde el tiempo de la Revoluci�n Francesa, y terminan
siempre del mismo modo: con la extinci�n de la clase.
Lea el siguiente p�rrafo:
�Mientras perdura el orden, la propiedad tiene influencia superior a
la de aqu�llos que pueden querer violar la paz p�blica; pero, cuando
la ley y el orden est�n destruidos en gran
parte, los ricos son siempre demasiado propensos a buscar en la
sumisi�n, o en el cambio de partido, los medios para protegerse a s�
mismos y a sus fortunas. La propiedad, que en los tiempos normales
hace valientes a sus detentores, se convierte, en los tiempos de
peligro inminente, en la causa de su cobard�a ego�sta.�
Sir Walter Scott, a quien la mayor�a
conoce s�lo como novelista, pero que fue tambi�n un excelente
historiador, escribi� eso en su monumental
Life
of Napoleon
Buonaparte,
Emperor of
the French,
with A
Preliminary
View of
the French
Revolution
(uso la edici�n americana, Philadelphia,
1827, vol. I, p. 116). Es un libro lleno de defectos, comprensibles en
un primer intento de sintetizar tan gran cantidad de documentos -- tal
vez la mayor examinada hasta entonces por un historiador -- sobre un
pasado todav�a reciente. Pero sigue siendo un cl�sico y, si falla aqu�
y all� en la reconstrucci�n de los acontecimientos (Sainte-Beuve
indic� errores grandes en las
Causeries
du Lundi), su mejor parte estriba precisamente en las observaciones de
psicolog�a.
Observaciones similares se hallan en
Origines de la France
Contemporaine, de Hippolyte
Taine, para mi gusto el mejor libro de
Historia escrito en este mundo. Las ideas revolucionarias no se
extienden entre el pueblo antes de haber conseguido la adhesi�n o al
menos la complicidad de la �clase dominante�. Antonio
Gramsci dio recetas precisas de c�mo
apresurar el suicidio colectivo de los ricos. En ning�n otro lugar han
sido aplicadas con tanto �xito como en Brasil.
Muestra de ese �xito: no hay hoy un rico que no tenga al menos un
vago sentimiento de culpa por ser rico, por haber subido en la vida
mediante la organizaci�n racional de los medios de obtener lucro. En
contrapartida, nadie siente verg�enza por haber subido mediante la
organizaci�n de la militancia
enrag�e, la explotaci�n de la envidia y
del resentimiento colectivos, la ingenier�a
del odio. Est� claro que, objetivamente, ning�n capitalista puede ser,
en cuanto capitalista, tan malo y tan p�rfido como un agitador
revolucionario. Pero la nueva escala de valores, que hace de �ste un
�ngel y de aqu�l un demonio, est� ya tan profundamente impregnada en
la sensibilidad colectiva que funciona como premisa autom�tica de
cualquier juicio moral. Los capitalistas son los primeros en
subscribirla, postr�ndose a los pies del adversario como pecadores en
busca de absoluci�n. Es lo que ya dec�a Sir Walter.
***
Si usted se imagina que el comunismo es una �ideolog�a� y que, una
vez desacreditada, habr� desaparecido de la faz de la Tierra, la
sugerencia que le hago es: -- Despierte. Usted est� so�ando. Est� en
la luna. Est� sacando conclusiones sobre el mundo real sin un m�nimo
conocimiento de causa y en base a fantas�as de su propia invenci�n.
Ideolog�a es un mensaje legitimador, un sistema de pretextos para
justificar alguna acci�n pol�tica. Pero, si bien el pretexto puede
justificar la acci�n, no puede orientarla. Toda acci�n tiene que
seguir un plan l�gicamente concatenado, que el pretexto s�lo encubre y
disfraza mediante mil y un montajes verbales de ocasi�n. Concebir el
comunismo s�lo como ideolog�a, o predominantemente como ideolog�a, es
la misma locura que juzgar un homicidio tan s�lo en base a los
alegatos del asesino a favor de s� mismo.
Para saber lo que es el comunismo, es necesario mirarlo sobre todo
como conjunto de acciones concretas, que van desde la formaci�n de los
primeros grupos militantes hasta la toma del poder y la instauraci�n
de la nueva sociedad.
El comunismo es la l�gica interna de ese conjunto de acciones, del
que la ideolog�a es tan s�lo una pieza auxiliar indefinidamente
substituible. S�, substituible: el comunismo ya ha cambiado de
ideolog�a una buena media docena de veces, sin perder nada de su
unidad en cuanto fuerza hist�ricamente actuante. La palabra
unidad, ah�, es la clave:
el comunismo nunca ha tenido unidad ideol�gica. Ha tenido siempre, en
contrapartida, una vigorosa unidad estrat�gica, incluso en los
momentos en que parec�a m�s dividido, ya que la producci�n y
administraci�n de las divisiones es precisamente una de las fuerzas
que lo mantienen en movimiento. Pues bien, el concepto de una cosa no
es nada m�s que la aprehensi�n intelectiva de ese factor �x� al que
debe su unidad interna. El juego dial�ctico de la
unidad estrat�gica en la diversidad t�ctica
es la clave para la aprehensi�n conceptual del comunismo. La f�rmula,
por cierto, es debida al propio Stalin --
el mayor de los estrategas del comunismo de todos los tiempos, mayor
incluso que Gramsci.
Por tanto, para saber si un sujeto es comunista o no, es in�til
catalogar ideol�gicamente lo que dice. Lo que es necesario preguntar
es: �con qui�n se asocia, por cu�nto tiempo y con qu� fines? �Cu�les
son sus alianzas puntuales y sus pactos duraderos? Dicho de otro modo:
�cu�les son sus v�nculos t�cticos y estrat�gicos? O, de otro modo a�n:
�qu� estrategia a largo plazo da unidad a la variedad de sus
mutaciones t�cticas? Vistas desde ese �ngulo, incluso las variaciones
aparentemente insanas de una �metamorfosis ambulante� pueden revelar
un m�todo por detr�s de la locura.