Nuestros medios de comunicaci�n y su gur�

Olavo de Carvalho

Folha de S�o Paulo, 7 de enero de 2003

 

 

El m�s hermoso espect�culo de los �ltimos tiempos no ha sido la toma de posesi�n de Lula, escoltado por Fidel Castro, Hugo Ch�vez y una ristra de veteranos del terrorismo, en una plaza engalanada con miles de banderas rojas y ninguna de Brasil. El m�s hermoso espect�culo de los �ltimos tiempos es la tranquilidad con que, ante eso, los medios de comunicaci�n nacionales aseguran que ya no hay m�s comunistas en acci�n en el mundo y que el pa�s, con el nuevo gobierno, tiene garantizado el futuro de una genuina democracia.

 

Nunca una mentira tan obvia ha sido respaldada con tan aplastante unanimidad, en un insulto colectivo a la inteligencia popular, que, al no sentirse ofendida por eso, demuestra tener muy poco respeto por s� misma.

 

No encuentro precedentes hist�ricos de tan extra�o fen�meno, pero encuentro paralelos en otros que, al mismo tiempo, tienen lugar en los mismos medios de comunicaci�n. �Quieren ver uno? La ola de indignaci�n general contra Ch�vez es mil veces mayor y las acusaciones que pesan sobre �l son mil veces m�s graves de todo cuanto, en Brasil, bast� para dar motivos sobrados a la destituci�n de Collor. No obstante, �sta es celebrada hasta hoy como una apoteosis de la democracia, mientras que el movimiento de los venezolanos es tildado peyorativamente de "intento de golpe".

 

La duplicidad de criterios es tan patente, tan descarada, que ella sola basta para mostrar que el periodismo nacional est� agonizando, substituido por la propaganda pura y simple. Muchos periodistas lo negar�n, haci�ndose los escandalizados, pero sus muecas de dignidad afectada no me convencer�n. Pues ellos mismos no esconden su orgullo de haber abandonado las antiguas reglas de objetividad e imparcialidad para adoptar una �tica de seguidismo militante. Ya no quieren ser meros portadores de noticias. Quieren ser "agentes de transformaci�n social". Un agente de transformaci�n no se contenta con dar informaciones: las manipula para producir un efecto calculado. Los periodistas brasile�os est�n de tal modo adiestrados para eso que ya lo hacen hasta sin darse cuenta.

 

�C�mo han llegado hasta ese extremo? Una pista estriba en la influencia ejercida sobre ellos, como sobre la totalidad de las clases parlantes, por la lectura de Antonio Gramsci, hoy obligaci�n principal y casi �nica de quien pase, en este pa�s, por los estudios llamados "superiores". �Para qu� tendr�an que empaparse tanto de las ideas de Gramsci, si fuese para abstenerse de ponerlas en pr�ctica? Pero esas ideas tienen una notable propiedad: cuanto m�s un hombre se intoxica de ellas, menos cuenta se da de lo que tienen de inmoral y de perverso.

 

Visto sin las gafas de la devoci�n palurda, el gramcismo no es m�s que una sistematizaci�n de embaucamientos. La hegemon�a, seg�n �l, debe ser conquistada por los partidos de izquierda mediante la "ocupaci�n de espacios" en los medios de comunicaci�n, en la educaci�n, etc. Pues bien, �qu� es la "ocupaci�n de espacios" sino la mutua protecci�n mafiosa entre los militantes, no dando empleo a los adversarios e institucionalizando la discriminaci�n ideol�gica como principio de selecci�n profesional? Treinta a�os de esa pr�ctica y ya no queda en las redacciones ning�n anticomunista. Una vez repartido el espacio entre izquierdistas, simpatizantes e indiferentes, nadie protesta y todos se sienten como si viviesen en la m�s confortable democracia. La conciencia moral de los periodistas de hoy es pura inocencia perversa.

 

Pero Gramsci no era un embaucador s�lo en la estrategia pol�tica. Como buen manipulador, no dudaba en contarle a su hija peque�a antiguos cuentos de hadas vaciados de su simbolismo espiritual y adulterados en burda propaganda comunista. Su propia imagen hist�rica es una farsa. Aunque canonizado como la encarnaci�n del intelectual proletario, s�lo trabaj� en una f�brica durante muy breve tiempo.

 

Llamar a Gramsci maquiav�lico no es un recurso ret�rico. Era hijo de un corrupto y nieto espiritual del mega-corruptor florentino. Se enorgullec�a de ser disc�pulo de Maquiavelo y describ�a al "Partido" como el "Nuevo Pr�ncipe", encarnaci�n colectiva del astuto golpista palaciego que conquistaba el poder pisoteando los cad�veres de quienes le hab�an ayudado a medrar. Cuando el Partido est� todav�a d�bil para el asalto directo el poder, dec�a Gramsci, debe formar un amplio "pacto social" basado en el "consenso", pero conservando para s� la hegemon�a, el primado de las ideas y de los valores que aglutinan la alianza. Los aliados, creyendo actuar en inter�s propio, ser�n llevados a amoldar su pensamiento a las categor�as admitidas por el Partido, el cual, aprovech�ndose de sus energ�as, se librar� de ellos en el momento oportuno.

 

Gramsci no es maquiav�lico s�lo en el sentido vulgar de "El Pr�ncipe", sino tambi�n en �se, m�s sutil y malvado, de los "Discursos". En esta obra poco le�da, Maquiavelo revela su intenci�n de colocar al Estado en el lugar del mismo Dios. Gramsci s�lo a�ade que, para eso, es necesario antes un Partido-dios. Ah� su malicia llega a un refinamiento casi demon�aco. �l consideraba al cristianismo el principal enemigo del socialismo. So�aba con un mundo en el que toda transcendencia fuese abolida en pro de una "terrestrizaci�n absoluta", en la que la simple idea de Dios y de la eternidad se volviese inaccesible.

 

Pero no quer�a destruir a la Iglesia como instituci�n, sino utilizarla como fachada. Para eso, propon�a que los comunistas se infiltrasen en ella, substituyendo la antigua fe por ideas marxistas adornadas con lenguaje teol�gico. As�, la predicaci�n comunista llegar�a a las masas bajo otro nombre, envuelta en una aureola de santidad.

 

El mayor fraude religioso de todos los tiempos est� hoy coronado por el �xito, cosa que no hace menos deformada y monstruosa la mentalidad de su inventor. Ni menos despreciable la de quienes le admiran por eso.