Colaborando con la tragedia
Olavo
de Carvalho
Jornal da Tarde, 1 de enero de 2003
En un art�culo que escrib� hace meses, advert� que era una locura
valorar la peligrosidad del nuevo gobierno federal s�lo mediante
conjeturas sobre su pol�tica econ�mica, especialmente en lo referente
a las inversiones extranjeras.
Asegur� que Lula no har�a ning�n mal al inversor extranjero, al FMI o
al gobierno americano. La preocupaci�n nacional por los posibles
riesgos para esas respetables personas e instituciones reflejaba tan
solo la total alienaci�n de nuestras elites empresariales, incapaces
de pensar desde
su propia situaci�n existencial e inclinadas
a adoptar el punto de vista del inter�s ajeno, considerado
ingenuamente como molde del suyo.
Muy al contrario, dec�a yo, la primera iniciativa del nuevo
presidente, ser�a la de calmar los temores
extranjeros, para garantizar la continuidad de un flujo de capitales
sin el que la realizaci�n de sus planes de transici�n hacia el
socialismo quedar�a paralizada por falta de prote�nas.
Lula seguir�a, en eso, el ejemplo de
Lenin, quien inmediatamente despu�s de la
toma del poder en Rusia envi� a los pa�ses inversores al embajador
Abraham Yoffe con un mensaje
tranquilizador que funcion� en la �poca y que, traducido al portugu�s
casi
ipsis
litteris, ha funcionado de nuevo en el 2002.
La clase de los idiotas empresariales, con sus consultores pomposos
pagados para enga�arles, no consigue concebir la estrategia comunista
m�s que como una llamativa ruptura manifiesta con el capitalismo
internacional y como la socializaci�n inmediata de los medios de
producci�n. Si no ven en el horizonte
ninguna de esas dos cosas, creen estar a
salvo del peligro. Pues bien, si hay algo que de entrada no ha hecho
jam�s ning�n r�gimen comunista ha sido una de esas dos cosas. En
Rusia, la socializaci�n de los medios de producci�n s�lo lleg� 12 a�os
despu�s de la toma del poder. En China, 9 a�os despu�s. En el �nterin,
los inversores extranjeros y sus socios locales se forraron de dinero,
creyendo que todo hab�a tomado el rumbo de la m�s hermosa prosperidad
capitalista.
Ning�n gobernante comunista, tanto si llega al poder por v�a
revolucionaria como por v�a electoral, est� tan loco como para empezar
haciendo reformas econ�micas radicales que pueden echarlo todo a
perder. La primera fase de la transici�n consiste precisamente en
dejar la econom�a como est�, mientras se consolida la estructura del
partido y se hace de �ste la espina dorsal del Estado. El nuevo
gobierno ya se ha referido a eso, al anunciar que ser� el PT, y no los
ministros nombrados, quien designar� a los ocupantes de las plazas de
la burocracia ministerial. El alcance de esa medida es incalculable,
pues sit�a al PT en el coraz�n mismo del aparato estatal - posici�n
que ning�n partido ocupa en las naciones democr�ticas -, y lo
convierte en el an�logo estructural del Partido Comunista en la
ex-URSS o del Partido Nazi en la Alemania de
Hitler. El partido tendr� as� el poder
absoluto, por encima de la jerarqu�a funcional, instituyendo el
sistema de doble lealtad, en el que un carnet de militante valdr� m�s
que el cargo nominal. La partidizaci�n de
la burocracia es el cap�tulo primero y esencial de las revoluciones,
sean fascistas, nazis o comunistas.
Al mismo tiempo, el nuevo gobierno necesita sosiego en el �rea
econ�mica para consolidar sus lazos con Hugo Ch�vez y Fidel Castro. El
hecho de que, inmediatamente despu�s de su intervenci�n en la crisis
venezolana, el Sr. Marco Aur�lio Garcia
haya ido directamente a Cuba tiene, ciertamente, una importancia m�s
que simb�lica.
Mientras Brasil respalda al presidente venezolano contra la poblaci�n
de su propio pa�s, Ch�vez profundiza su dependencia de Cuba,
entregando a agentes de la DGI (servicio secreto cubano) la direcci�n
de importantes �reas de la seguridad interna. Seg�n la revista
Insight, incluso terroristas isl�micos han sido llamados para ocupar
posiciones en el esquema policial-militar que est� siendo creado para
aplastar la resistencia venezolana. �se es el r�gimen con el que se
solidariza nuestro gobierno, indiferente al hecho de que el clamor
popular contra Ch�vez es mil veces mayor que el que bast� aqu� para
legitimar la destituci�n de Collor (sin
que ning�n Lula, en la �poca, llamase a eso "golpe"). La
inserci�n estrat�gica de Brasil en esa red es una operaci�n demasiado
compleja y delicada para que el nuevo gobierno pueda emprenderla sin
sentirse libre de conflictos en el �rea econ�mica. Pero, ah�, no
tendr� ni siquiera que preocuparse. El
inmediatismo insano de nuestro
empresariado har� de �l un d�cil colaborador de lo que, a medio plazo,
ser� una tragedia de proporciones colosales.