�Qui�n puede contra eso?

Olavo de Carvalho

O Globo, 21 de junio de 2oo3

 

 

El rumbo de las cosas en este pa�s es tan claro, tan evidente, que cualquier dificultad en percibirlo s�lo puede nacer de un rechazo oportunista o de un pavor m�rbido de aceptar la realidad. La ocupaci�n total del espacio de los debates pol�ticos por las discusiones internas de la izquierda es ya un hecho consumado. Consumado y, al parecer, irreversible. De ahora en adelante, toda divergencia profunda y general, toda pol�mica entre concepciones opuestas de la sociedad, est� excluida de las escena p�blica. Quedan las minucias administrativas y fiscales, cuya discusi�n deja intacta la unanimidad socialista, transformada en �marco institucional�.

 

Las dem�s corrientes pol�ticas, humill�ndose en ademanes de adulaci�n servil o dando saltitos alrededor de la mesa para picotear algunas migajas del banquete federal, han quedado reducidas a instrumentos auxiliares de las facciones izquierdistas en disputa. Si durante la campa�a electoral no hubiesen ayudado al candidato petista a ocultar sus v�nculos con el Foro de S�o Paulo y con las Farc, no estar�an hoy en esa situaci�n. Pero quisieron hacerlo porque quer�an so�ar que estaban viviendo en Suiza o en Inglaterra, en una democracia del Primer Mundo, en un jard�n post-comunista con unas instituciones estables e inmunes a la tentaci�n revolucionaria. As� ayudaron al comunismo a hacerse el muerto para asaltar al sepulturero.

 

Ahora es tarde para reaccionar. El totalitarismo camuflado y sonriente que nos domina ya no tolera m�s divergencia que la interna. Al primer y moderad�simo intento de oposici�n frontal, el PFL recibi� una descarga pavloviana suficiente como para disuadirle de atrevimientos semejantes en el futuro: su l�der, acusado de blanqueo de dinero, fue colocado en la inc�moda alternativa de perseverar en la timidez suicida o de mostrarse m�s valiente en la defensa de su propia libertad de lo que lo fue en la de la libertad ajena. El ataque contra �l es s�lo un cap�tulo m�s de la novela que, como ya he anunciado aqu� hace mucho tiempo, acabar� con la detenci�n o la marginaci�n completa de todos los l�deres pol�ticos no izquierdistas de mayor relevancia. El uso de la ley como instrumento de destrucci�n de la clase dominante es un refinamiento de la estrategia revolucionaria brasile�a, que se ha preparado para eso mediante la meticulosa creaci�n de normas fiscales y laborales imposibles de cumplir, que virtualmente incriminan toda actividad capitalista y ponen a la clase empresarial de rodillas ante el gobierno, dej�ndole libre ahora para cortar cabezas o para aceptar que �stas se inclinen en pleites�a de vasallaje.

 

Desde hace m�s de una d�cada vengo escribiendo que la oleada pseudo-moralizadora, encabezada por las izquierdas pero aplaudida con pat�tica ingenuidad por casi toda la opini�n p�blica nacional, es una maniobra falsa y astuta, un instrumento de la estrategia destinada a sustituir a los pol�ticos y a los l�deres empresariales tradicionales por una clase de revolucionarios infinitamente m�s ambiciosos, deshonestos y peligrosos que miles de �enanos de los presupuestos � y jueces Lalaus. El maquiavelismo perverso de la operaci�n se pone de manifiesto en la escala de prioridades del combate a los cr�menes. Es una escala invertida.

 

No hay males m�s graves que la masacre generalizada, el narcotr�fico, los secuestros. Es imposible investigar esos cr�menes en profundidad sin llegar a sus fuentes: las Farc, el MIR chileno y, en la c�pula, Fidel Castro y el Foro de S�o Paulo. Pues bien, esas entidades y personas son intocables. Las Farc son combatientes por la libertad, el MIR es un grupo de idealistas angelicales, Fidel Castro es la voz de Dios en la Tierra, el Foro de S�o Paulo es una inocente asamblea de debates acad�micos. �se es el dogma oficial. Luego hay que desviar la atenci�n hacia delitos menores e incruentos, dando la impresi�n de que el juez Lalau es Fernandinho Beira-Mar, Bornhausen es Lucky Luciano y cada hombre rico es un asesino de mujeres y de ni�os. El pueblo, aterrorizado ante la imposibilidad de contener el narcotr�fico y la violencia, encuentra un falso alivio en la humillaci�n de los ricachones de opereta, �poderosos� que no pueden nada. La maniobra de distracci�n tiene adem�s la ventaja secundaria de introducir en el aparente combate al crimen la tonalidad impl�cita de la lucha de clases, preparando al pueblo para aplaudir, dentro de poco, la destrucci�n general y ostensible de la clase indeseable.

 

Para realizar la operaci�n, los partidos de izquierda ten�an ya, antes del acceso al poder, su propia m�quina investigadora, infiltrada en todos los escalafones de la administraci�n y muy bien articulada con la clase period�stica, ansiosa por superar su condici�n subalterna de proveedora de noticias y de elevarse al papel de �agente de transformaci�n social�. Ahora tiene todo eso y adem�s el aparato fiscal y policial del Estado. �Qui�n puede contra eso? Nunca, en este pa�s, una facci�n pol�tica ha reunido en sus manos un poder tan general, tan incontenible, tan avasallador, frente a oposiciones tan fr�giles y desarmadas, rehenes del consentimiento provisional de un poder revolucionario al que a�n no le conviene declarar su nombre.

 

La izquierda brasile�a es omnipotente. Tan omnipotente que puede permitirse el lujo c�clico de las auto-mutilaciones revitalizantes, rechazando una parte de s� misma como �derechista� para que todo el pa�s se ponga del lado de la parte restante en un movimiento general hacia la izquierda, cada vez m�s hacia la izquierda. La antigua clase dominante est� acorralada y paralizada, gastando sus �ltimas reservas de energ�a en un f�til simulacro de tranquilidad que s�lo demuestra su miedo a reconocer que tiene miedo.

 

El miedo idiotiza. El miedo no reconocido idiotiza por partida doble. Parece que en este pa�s los empresarios ya ni siquiera entienden lo que sucede cuando las empresas pasan a tener metas oficiales que cumplir y sanciones si fallan. Es el fin de la libertad econ�mica, la total reducci�n del empresariado a ser �rgano auxiliar de la administraci�n estatal. Eso a�n no es el comunismo, pero es ya el �socialismo alem�n�, la econom�a nazi-fascista, que, dejando a los burgueses la posesi�n nominal de los medios de producci�n, hac�a de la burgues�a misma una propiedad del Estado. �Pero qui�n quiere saber lo que est� pasando? Es mejor fingir que no est� pasando.