Noviazgo con el genocidio

Olavo de Carvalho

Zero Hora, 17 de noviembre de 2002

 

 

En mi art�culo anterior, me olvid� de mencionar, entre las entidades que se opusieron con valent�a al totalitarismo petista en Rio Grande, a la Asociaci�n de Oficiales de la Brigada Militar. Me olvid�, tal vez, porque la menci�n era demasiado obvia. De no haber sido por la tenacidad de sus oficiales, la Brigada quiz� ya ni existir�a a estas alturas y habr�a sido substituida por milicias de agitadores adoctrinados, muy al estilo de aqu�llos que, con la bendici�n del gobernador y de su secretario de Seguridad, destrozaron el reloj conmemorativo de los 500 a�os del Brasil.

 

"Quien ha sufrido bajo tu yugo te conoce", dec�a Nietzsche -- y, evidentemente, s�lo quien conoce puede ense�ar al que no conoce. Por eso, ahora que han exorcizado la pesadilla petista, incumbe a los gauchos la obligaci�n de mostrar al resto de la poblaci�n el verdadero rostro de un partido totalitario, en el que hoy se depositan las m�s insensatas esperanzas de un pa�s que ha dicho adi�s a la realidad.

 

Es cierto que, en el conjunto de la militancia petista, s�lo una fracci�n es revolucionaria, leninista, dictatorial. Pero, a decir verdad, no estoy entre los que se toman muy en serio la distinci�n de "extremistas" y "moderados", elevada hoy a la categor�a de criterio �ltimo para pronosticar los destinos nacionales. Moderaci�n y extremismo, al fin y al cabo, son s�lo nociones cuantitativas, usadas para medir una cualidad que, �sa s�, es esencial, substantiva. En un an�lisis razonable, jam�s la consideraci�n de la mera cantidad puede ponerse por encima del conocimiento de la esencia, del quid, de la naturaleza del objeto en cuesti�n.

 

En primer lugar, el movimiento comunista, que tiene 150 a�os de existencia, experiencia, conocimiento y pr�ctica, siempre ha actuado en un doble sentido, yendo hacia ac� o hacia all�, y a menudo hacia las dos direcciones a la vez, seg�n las conveniencias.

 

La mente entrenada en la dial�ctica de Hegel y Marx (por no hablar de las astucias de Lenin y de las sutilezas de Antonio Gramsci) se habit�a a jugar con las contradicciones no solamente en el plano te�rico, sino tambi�n en el de la acci�n pr�ctica, articulando el s� y el no en un vaiv�n aturdidor, calculado para desorientar al adversario e inducirlo a la rendici�n o al suicidio. Una de las modalidades preferentes de esa t�cnica consiste precisamente en asustar al infeliz con el fantasma del radicalismo para arrojarlo en brazos de la alternativa "moderada", de modo que lo que antes se evitaba como la peste se acabe aceptando como un remedio salvador.

 

Esa trampa es tan antigua y est� tan gastada, que llega a ser conmovedora la ingenuidad pat�tica con la que van cayendo en ella todos los l�deres empresariales y pol�ticos de este pa�s, soi disant list�simos, pero completamente ignorantes de los principios m�s elementales de la estrategia comunista.

 

En segundo lugar, colocar la opci�n entre petismo moderado y petismo radical en el centro del debate nacional es sencillamente dar el �ltimo y decisivo paso hacia la total izquierdizaci�n de la vida pol�tica de Brasil, con la consiguiente supresi�n de todas las oposiciones "de derecha".

 

�Cu�ntas veces habr� que explicar que no se lleva a un pa�s al comunismo por medio de la propaganda directa, llana y un�voca, sino a trav�s de la inteligente manipulaci�n de los conflictos, mediante lo que Lenin llamaba "estrategia de las tijeras"? No se trata de imponer una doctrina partidaria expl�cita, sino de hacer que un fondo de izquierdismo general y difuso prevalezca en todos los partidos, incluso en los m�s ajenos a cualquier complicidad consciente con la izquierda. Cualquiera que observe la curva de la evoluci�n pol�tica de Brasil en los �ltimos veinte a�os notar� que, gradualmente, la dosis de derechismo permitido ha ido disminuyendo, disminuyendo, hasta el punto de que, en las �ltimas elecciones, las posibilidades de opci�n del ciudadano quedaron restringidas al �mbito de un muestrario de izquierdismos diversos. En realidad, no tan diversos: los partidos de Ciro Gomes y Garotinho son miembros del Foro de S�o Paulo (coordinaci�n general del movimiento comunista en el continente), comprometidos al menos informalmente a colaborar para la elecci�n de Lula, cosa que dicha entidad siempre consider� prioritaria. La presencia de esos se�ores en la disputa -- c�nicamente pregonada como "la m�s transparente de toda nuestra historia" � ha funcionado s�lo como excipiente inocuo de la sustancia petista que se quer�a inyectar en el electorado. No hay que asombrarse de que ambos tengan ya su lugar prometido en el nuevo gobierno. El tercer y principal partido concurrente, el PSDB, apenas terminado el escrutinio anunciaba ya su intenci�n de hacer s�lo una "oposici�n light" al nuevo gobierno, quedando as�, por tanto, todo en familia. Pero, como todas las atenciones nacionales tienden inevitablemente a concentrarse en la alternativa entre dos petismos, el buenecito y el malillo, �qu� otra funci�n tendr� en esa situaci�n el pobre PSDB m�s que la de fuerza auxiliar del petismo moderado, funci�n, por cierto, ya asumida tambi�n, con humildad servil, por todos los dem�s partidos? El PT, por tanto, ocupa ya todo el escenario pol�tico, sin dejar espacio a otra oposici�n que no sea su propia oposici�n interna, vendiendo como democracia el buen y a�ejo "centralismo democr�tico" leninista. Cualquiera que haya estudiado a Lenin reconoce en ese proceso la aplicaci�n literal de la "estrategia de las tijeras", coronada de �xito fulminante gracias a la estupidez pomposa de tantos l�deres ilusoriamente anti-petistas. No hace falta decir que, precisamente en ese punto, los gauchos han sido la excepci�n honrosa, porque s�lo en Rio Grande hubo una oposici�n efectiva, gracias no s�lo al valor de las entidades oponentes sino a la lucidez de tantos estudiosos y analistas pol�ticos, entre los que recuerdo ahora en especial, sin dem�rito de tantos otros, los nombres de Denis Rosenfield, Jos� Giusti Tavares, Adolpho Jo�o de Paula Couto y Percival Puggina.

 

En tercer lugar, es una deplorable insensatez confundir el discurso moderado con la moderaci�n de las acciones. A fin de cuentas Stalin comenz� su carrera de gobernante, precisamente, haciendo a�icos el ala extremista del Partido Comunista ruso. Y quien firm� en diciembre de 2001 el manifiesto de solidaridad con las Farc en la reuni�n del Foro de S�o Paulo en La Habana no fue ning�n "radical del PT", sino Lu�s In�cio da Silva en persona -- la moderaci�n encarnada. Cuando un hombre como el Sr. Antonio Palocci es ensalzado en los medios empresariales gracias al poder encantador de su comedimiento discursivo, todos se olvidan de que es un propagandista de las Farc, c�mplice ideol�gico de la muerte de m�s de 30 mil v�ctimas de la narcoguerrilla colombiana. En un momento en que agentes de las Farc est�n infiltrados, como todos saben, en las bandas nacionales de narcotraficantes, entrenando bandidos para aumentar el grado de violencia en nuestras calles hasta lo absolutamente insoportable, prever la conducta de pol�ticos izquierdistas por la moderaci�n de sus palabras m�s que por la peligrosidad de sus alianzas es m�s que suicidio: es un noviazgo con el genocidio.