Opci�n terrible
Olavo de Carvalho
O Globo, 15 de noviembre de 2002
El Sr. Lu�s In�cio da Silva, investido de la misi�n divina de
conciliar lo inconciliable, no podr� gobernar ni un solo d�a sin tener
que hacer opciones y renuncias que har�n explotar el globo de las
esperanzas mesi�nicas depositadas en �l. La principal de esas opciones
es: combatir el narcotr�fico y entrar en conflicto con la izquierda
armada -- u omitirse y entregar el pa�s al imperio de los
narco-revolucionarios. La primera de esas alternativas es un suicidio
personal, la segunda un suicidio nacional.
El problema es que �l no
s�lo firm� un documento de
apoyo a las Farc, el 7 de diciembre del 2001, en la reuni�n del Foro
de S�o Paulo en La Habana, sino que adem�s ha manifestado
repetidamente su solidaridad con esa organizaci�n criminal, negando
cualquier tipo de implicaci�n de la misma en el narcotr�fico y
neg�ndose incluso a llamarla "terrorista" -- ep�teto que ha
preferido reservar, en dicho documento, para el gobierno
colombiano.
Desde 1990, ha organizado y presidido doce congresos internacionales
del Foro, destinados a articular las acciones de los partidos
izquierdistas legales con las de organizaciones revolucionarias y
criminales, entre ellas la narcoguerrilla colombiana y el MIR chileno,
que es el mayor accionista
de la industria latino-americana de secuestros.
Esas reuniones no han sido simples forum de debate, sino que han
tenido car�cter decisorio, al emitir "Resoluciones" que han
alineado a todas las entidades signatarias en la "unidad de
acci�n" (sic) de la
estrategia comunista en el continente.
Como convocador y principal dirigente del Foro, el Sr. Lu�s In�cio,
queri�ndolo o sin quererlo, sabi�ndolo o sin saberlo, ha terminado por
convertirse en uno de los
mayores responsables de la simbiosis de izquierdismo y criminalidad en
Am�rica Latina. A�n en el caso de que pretenda ahora tomar un rumbo
completamente distinto, ya nada podr� librarle del peso residual de
sus acciones pasadas.
Es evidente que, dentro de su propio partido, organizaci�n tentacular
con innumerables brazos que no se conocen unos a otros, hay mucha
gente, incluso parlamentarios, alcaldes y gobernadores, que no tiene
la menor idea de los lazos internacionales que aprisionan
a su l�der y cree p�amente en su intenci�n de combatir la
criminalidad caiga quien caiga.
Hasta puede quiz� que �l tenga, en su interior, esa intenci�n, pero
sabe que no podr� llevarla a la pr�ctica sin convertirse en una
versi�n nacional de �lvaro Uribe, con derecho a bombas y a todo lo
dem�s. Las Farc ya han mandado al otro barrio a varios miles de
socialistas y comunistas reacios a colaborar con sus empresas
narco-belicosas, y no les costar� nada hacer lo mismo con el hombre
que intente traicionar el
pacto firmado en La Habana.
Por otro lado, si es cierto que ha subido al podio de la victoria
atado a ciertas obligaciones de �ndole continental, no lo es menos que, ya antes de
su toma de posesi�n, estar� atado tambi�n a compromisos supra-continentales, incluso con el
gobierno George W. Bush, sin cuya colaboraci�n Brasil puede volverse
econ�micamente inviable en muy breve plazo. Si Bush tuviese un poco
de inteligencia -- y estoy persuadido de que tiene infinitamente m�s
que los comentaristas pol�ticos locales que fingen despreciarle --,
ofrecer� a Brasil todas las ventajas comerciales que le fueron negadas por la administraci�n
Clinton, dando a Lula la oportunidad de lograr un �xito f�cil en el
campo econ�mico y a s� mismo la de brillar como el genio diplom�tico
que arranc� a Brasil de las garras del "Eje del Mal".
Para Bush, ese �xito no tendr� contraindicaciones, pero para Lula
ser� de una ambig�edad dilacerante, ya que aproximarse a los EUA equivaldr� a desmantelar, de un solo
golpe, toda la articulaci�n arduamente urdida desde 1990 para hacer de
Brasil el baluarte regional del antiamericanismo y la meca de la
reconstrucci�n comunista en el mundo. A las Farc, a Fidel Castro y a
Hugo Ch�vez, eso no les va a gustar nada. Finalmente, es obvio que
toda generosidad americana en el campo comercial ir� acompa�ada de una
oferta -- o imposici�n -- de ayuda en el combate al narcotr�fico, algo
que Lula no podr�, sin grave prejuicio, ni rechazar ni aceptar.
En el ejercicio de la presidencia, Lula tendr�, en definitiva, que
optar entre su propio pasado y el futuro de Brasil. Y no me refiero a
un longincuo pasado de militante: me refiero al 7 de diciembre del
2001. Si se mantiene fiel al pacto macabro que firm� ese d�a, nada
podr� detener la ca�da de Brasil en el abismo de la narco-revoluci�n,
abierto ya ante nuestros pies por la presencia activa de las Farc en
Rio de Janeiro (ver
O Globo del 14 de
noviembre). Si, en cambio, prefiere salvar el futuro del pa�s, dando
una en�rgica media vuelta en el trayecto planeado por el Foro de S�o
Paulo, entonces la narco-revoluci�n no habr� sido evitada del todo,
pero se har� contra �l -- y �l la aplastar�, echando al pa�s contra
ella. Habr� sido un gran hombre, con el peligro de convertirse en un
gran hombre muerto. Tal vez sea menos insalubre seguir siendo
peque�ito -- muy peque�ito al lado de Fidel Castro. Pero eso le
alinear� en el "Eje del Mal", con las peores consecuencias
diplom�ticas y b�licas previsibles.
No creo que ni �l mismo tenga una visi�n clara de su situaci�n. Es
tan insostenible, tan temible, que sus amigos de los medios de
comunicaci�n no se preocupan lo m�s m�nimo de ilustrarle al respecto.
Prefieren mantenerlo en la
embriaguez de la ilusi�n, insistiendo en prolongar el efecto
estupefaciente de la ret�rica de la campa�a. Lo llenan de diminutivos
cari�osos, hacen de �l la encarnaci�n de todas las virtudes morales y
teologales, invocan a Nostradamus y a Don Bosco, y uno de ellos, en el
paroxismo de la adulaci�n, llega hasta la caricaturizaci�n blasfema y
demon�aca de saludar a la progenitora de su h�roe con las palabras de
Isabel: "Bendito el fruto de tu vientre." Eso no ayuda
para nada al presidente
electo ni al pa�s. Todo lo contrario: da una tremenda mala suerte. En
la historia de las naciones, toda gran tragedia ha ido siempre
precedida por un ataque de auto-mistificaci�n.