El hombre de muchas narices

Olavo de Carvalho

O Globo, 12 de octubre de 2002

�Jos� Dirceu, en los tiempos de la dictadura, estuvo cuatro a�os sin decir a su mujer cu�l era su verdadera identidad. Y, si hizo eso con su propia mujer durante cuatro a�os, �qui�n megarantiza queno est� haciendo lo mismo con el programa de gobierno del PT?�

Teniendo en cuenta que el personaje ah� mencionado es mentor del virtual presidente y �l mismo virtual ministro de algo, esa pregunta esencial deber�a haber sido hecha por todos los peri�dicos, por todos los analistas pol�ticos, por todos los contrincantes de Lula en las elecciones. El �nico que la ha formulado es Agamenon Mendes Pedreira, en su columna del domingo pasado. Volvemos por tanto al cl�sico ambiente palaciego de temor servil y silenciosa complicidad, en el que s�lo el buf�n de la corte tiene la osad�a de proclamar en voz alta la verdad prohibida que todo el mundo conoce. Por favor, Agamenon, no te ofendas porque te llame buf�n de la corte. En las obras de Shakespeare, ese personaje desempe�a la funci�n de hacer presente la sabidur�a, la conciencia interior sofocada por una red de mentiras convencionales. Reprimido y negado por todos, lo obvio s�lo puede volver de nuevo al mundo del lenguaje bajo la forma invertida del chiste y del nonsense.

Pero, dec�a Karl Kraus, en ciertas �pocas no es posible escribir una s�tira, pues ellas constituyen ya la s�tira de s� mismas: para satirizarlas, basta describirlas. La pregunta de Agamenon no es chiste, no es s�tira. Es la fiel expresi�n del peligro al que nos expone la presencia en la pol�tica de un Jos� Dirceu. Es la descripci�n exacta de una situaci�n pat�tica en la que un pueblo entero es inducido a confiar a ciegas en un hombre entrenado para mentir, fingir y embaucar. Ese entrenamiento forma parte del aprendizaje de todo agente secreto, que en los pa�ses totalitarios incluye adem�s el adiestramiento en el arte de estrangular la propia conciencia moral y de enorgullecerse de ello. Jos� Dirceu no s�lo ha formado parte de los altos c�rculos de la inteligencia militar cubana, sino que de ese modo ha tenido acceso a documentos que ni los oficiales de las Fuerzas Armadas pod�an examinar. No es un cualquiera: es una �miembro de elite� del movimiento comunista internacional. Es � literalmente � un hombre de muchas caras, o, si prefieren, de muchas narices.

Y es el colmo m�ximo de la ingenuidad imaginar que eso son cosas del pasado. Como si no bastase el eslogan idiota de que �Lula ha madurado�, quieren obligarnos a tragar que Jos� Dirceu tambi�n es otro, que ha cambiado, que su vida de agente cubano se ha desvanecido en un santiam�n, con un mero cambio de pasaporte. En toda la historia de los servicios secretos comunistas, jam�s ning�n agente se desvincul� de los mismos excepto por la v�a de la jubilaci�n vigilada, de la deserci�n o de la muerte. Jos� Dirceu pretende hacernos creer que un buen d�a dijo adi�s al cargo y sali� tan pancho por las calles, libre y sin compromiso como un office-boy que acaba de pedir el finiquito.

Creerse sin m�s una historia como �sa es abusar del derecho a la estupidez. Y hay que ser mucho m�s idiota a�n para cre�rsela sabiendo que proviene de un hombre capaz de llevar una vida falsa, durante cuatro a�os, al lado de la mujer a quien dec�a amar. Pero, en el Brasil de hoy, la mera sugerencia de poner en duda esa extra�a versi�n de los hechos es considerada como un abuso intolerable. Jos� Dirceu, como los zares, se arroga el derecho irrevocable de ser cre�do por su mera palabra, la inmunidad absoluta ante las preguntas que todo ciudadano, en una democracia, tiene el deber de hacer.

En ning�n pa�s civilizado un conocido agente secreto extranjero jam�s podr�a hacer pol�tica, a no ser que abjurase de su antigua lealtad y demostrase la nueva. Para eso, tendr�a que contar a las autoridades o revelar al pueblo todos los secretos a los que hubiera tenido acceso durante su tiempo de servicio. As� lo hicieron Anatoliy Golitsyn, Stanislav Lunev, Ladislav Bittman y tantos otros ex-agentes comunistas, que se han convertido en buenos y leales ciudadanos de democracias occidentales.

Jos� Dirceu, no. Dice que se ha desvinculado de la inteligencia militar cubana, pero conserva bien guardado su misterio de iniquidad. No es que sea por naturaleza un hombre discreto. Cuando descubre alguna pista, incluso falsa, que pueda incriminar a un hombre de la �derecha�, monta un foll�n de mil demonios. Adora husmear cuentas bancarias, espiar a sus enemigos mediante delatores petistas infiltrados en empresas y departamentos, montar investigaciones y urdir denuncias. Mal consigui� disimular su indecente alegr�a cuando, entre los papeles de una empresa sospechosa de corrupci�n en la CPI de los Presupuestos, en 1993, se encontr� con el nombre de �Roberto Campos�. Y �qui�n no vio su desilusi�n cuando descubri� que se trataba s�lo de un hom�nimo del entonces articulista de O GLOBO? Si mantiene guardados los secretos de Cuba no es por amor a la discreci�n. Es por alg�n motivo que s�lo conoce el servicio secreto cubano.

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En 1917, inmediatamente despu�s de tomar el poder, Lenin se dio cuenta de que sin los capitales extranjeros � entonces predominantemente alemanes � Rusia se volver�a ingobernable. Entonces envi� a Berl�n un embajador, Abraham Yoffe, para calmar a los inversores. Yoffe logr� convencer a los alemanes de que los bolcheviques no eran realmente bolcheviques: eran hombres pragm�ticos, que iban a administrar Rusia como sensatos capitalistas. Con eso garantiz� la paz econ�mica sin la que Lenin no habr�a podido aplastar a las oposiciones e instaurar el reinado del terror. Pero en Brasil nadie conoce la historia nacional y mucho menos la de Rusia. Por eso, pasados 85 a�os, aqu� un discurso igualito al de Yoffe todav�a funciona � con el agravante de que es adornado con el envilecedor llamamiento a los sentimientos pueriles de una platea capitalista mentalmente subdesarrollada, que se conmueve hasta las l�grimas con �Luli�a paz y amor�.