No quiero citar nombres

Olavo de Carvalho

O Globo, 20 de septiembre de 2002

 

 

Las Farc son, al mismo tiempo e inseparablemente, una organizaci�n pol�tica, militar y criminal: partido, ej�rcito y mafia. Se dedican con el mismo empe�o a la difusi�n del comunismo, a la guerrilla (con su imprescindible complemento terrorista) y al narcotr�fico. Esos tres apartados funcionan de modo articulado y convergente de cara a la misma finalidad: la propagaci�n del proceso revolucionario colombiano a todo el continente.

 

El t�pico corriente de que las Farc no participan en el tr�fico, sino que s�lo �cobran impuesto� de los traficantes, es una de esas obras-primas de la hipnosis sem�ntica que s�lo el arte sovi�tico de la novilingua ser�a capaz de crear. Al compactar tres ardides l�gicos entremezclados, esa expresi�n envuelve al oyente medio en una red de confusiones de la que s�lo podr�a librarlo un esfuerzo anal�tico superior a su capacidad. Desde luego, (1) ennoblece con un matiz de imposici�n legal la extorsi�n practicada por un grupo criminal sobre otro grupo criminal, lo que autom�ticamente (2) fuerza la legitimaci�n impl�cita, artificial y anticipada del primero como gobierno constituido, funcionando tambi�n (3) como camuflaje destinado a sugerir que el susodicho, apropi�ndose del dinero del tr�fico, no se ensucia las manos en la operaci�n. Pero es obvio que nadie puede �cobrar impuesto� si primero no reduce al pagador, a la fuerza, a la condici�n de subordinado y siervo suyo. Los hombres de las Farc son m�s que traficantes: son el primer eslab�n y el �ltimo beneficiario de toda la cadena de producci�n y exportaci�n de drogas de Colombia. Pero no se limitan s�lo a mandar desde lejos: meten directamente las manos en la masa. Intercambiando regularmente coca�na por armas, tienen en el negocio de las drogas la participaci�n m�s directa y material posible. Dominando el negocio desde arriba y desde abajo, desde fuera y desde dentro, son traficantes en el sentido m�s pleno y eminente de la palabra.

 

A estas tres v�as de acci�n corresponden tres tipos de asociados y colaboradores. Primero: los combatientes -- planificadores y ejecutores de acciones de guerrilla y terrorismo. Segundo: los proveedores de recursos, una red que comienza con los productores, pasa por una serie de administradores, negociadores y suministradores y termina en los �ltimos agentes de reventa que distribuyen la coca�na a los consumidores, que van desde el beautiful people hasta los ni�os de la m�s humilde escuela de barrio. Tercero: los agentes publicitarios y pol�ticos, encargados de propagar las directrices de la entidad, de legitimar moralmente su actuaci�n, de elevar su status y de embellecer su imagen ante el p�blico.

 

Muchos brasile�os han colaborado con las Farc en esas tres �reas.

 

El menor �ndice de participaci�n corresponde a la esfera militar. Las Farc han conseguido entrar en el territorio amaz�nico y reclutar brasile�os para la guerrilla. Pero, evidentemente, entran como soldados rasos y no participan en la jerarqu�a de mando. La colaboraci�n brasile�a, ah�, se limita al suministro de idiotas.

 

Otra escala importante es la de la contribuci�n brasile�a en el segundo dominio, el del suministro de recursos. Brasil es el mayor mercado latino-americano de las drogas de Colombia, obtenidas a cambio de armas. A trav�s de sus agentes locales las Farc han conseguido ejercer un dominio indiscutible no s�lo sobre ese mercado sino tambi�n sobre amplios sectores de la polic�a y de la administraci�n p�blica. Asociadas a la principal cuadrilla de traficantes locales, las Farc son la fuente esencial de las drogas consumidas en Brasil y el origen de la mayor amenaza organizada que hoy pende sobre la seguridad nacional (supongo que los lectores han seguido las noticias de la semana pasada).

 

No obstante es a�n m�s vital la colaboraci�n pol�tica y publicitaria, pues del Brasil han partido las principales iniciativas a escala internacional para quitar a las Farc su car�cter de organizaci�n criminal y limitar su perfil p�blico a esa imagen de entidad pol�tica, cuando no �tica y meritoria, que le gusta proyectar de s� misma ante el mundo y los medios de comunicaci�n. En la primera reuni�n del Foro de S�o Paulo, en 1991, decenas de organizaciones revolucionarias firmaron con las Farc un pacto de solidaridad basado en la lisonja mutua. Al final del d�cimo encuentro de la misma asamblea, en La Habana, en diciembre del 2001, una declaraci�n oficial �contra o terrorismo�, maravilla de la novilingua, exclu�a de la categor�a de terroristas a las propias entidades firmantes y reservaba esa clasificaci�n para los gobiernos que tuviesen la desfachatez de hacer algo contra ellas... Entre esos dos momentos, tuvo lugar la acogida oficial del gobierno gaucho [del Estado de Rio Grande do Sul] otorgado a los dirigentes de la entidad, la participaci�n de la flor y nata en dos Forum Sociales Mundiales, la intermediaci�n de organizaciones locales para la propaganda hecha por agentes de la narcoguerrilla colombiana en las escuelas brasile�as y, finalmente, la publicaci�n de la revista farquiana �Resistencia�, que circula libremente por los quiscos de este pa�s.

 

Si, ahora, me preguntasen -- �Pero, en resumidas cuentas, �qui�nes son esos brasile�os?� --, dir�a que, en el campo militar, nadie se distingue en especial: son todos an�nimos. En cuanto a los colaboradores principales en los otros dos campos, me niego terminantemente a declarar sus nombres. Me niego a ensuciar reputaciones, tanto la de ese ciudadano que, desde la c�rcel, esparce las drogas y el terror por Brasil, como la de �se otro que, convocando y dirigiendo sucesivos Foros de S�o Paulo, firmando y difundiendo sucesivos primores del eufemismo universal, viene inoculando en la mente del p�blico la creencia mentirosa de que las Farc no tienen la menor parte de culpa en lo que hace el primero. Si uno de ellos es reconocido como enemigo p�blico n�mero uno y el otro como virtual ciudadano n�mero uno de la Rep�blica, eso s�lo muestra que en Brasil el fondo y la cima de la jerarqu�a han llegado a ser indiscernibles.