Carta abierta al Diário de Not�cias de Lisboa
y a los lectores portugueses en general
Olavo de Carvalho
Publicado en www.olavodecarvalho.org
No s� si la ley portuguesa, como la brasile�a, garantiza
autom�ticamente el derecho de r�plica al ciudadano insultado por un
�rgano de la prensa. De todos modos, los lectores del
Diário de Not�cias merecen
informaci�n exacta, incluso sobre lo que sucede en un lejano pa�s de
ultramar, y no es eso lo que est�n obteniendo del Sr. S�rgio Barreto
Motta, corresponsal del peri�dico en Rio de Janeiro.
En la edici�n del d�a 2 de septiembre de 2002 ese se�or me catalog�
como "uno de los representantes de la extrema-derecha
brasile�a". No contento con eso, encima a�adi� a la mentira el
insulto, afirmando que "Olavo de Carvalho defiende posiciones
radicales de derecha y, por eso, no es visto como un analista
imparcial".
Alertado por un lector lisboeta, que conoce mis ideas y por eso se
sinti� escandalizado ante afirmaciones tan est�pidas y difamatorias,
le concedo al Sr. Barreto Motta el plazo de un mes, a contar desde la
fecha de hoy, para que investigue y localice en mis escritos, si
puede, una �nica palabra en favor de cualquier partido, organizaci�n o
doctrina pol�tica de extrema-derecha. Para eso pongo a su disposici�n
mis doce libros publicados m�s todos los escritos de mi autor�a
transcritos en mi
website (1). Mientras tanto
no llamar� al Sr. Barreto mentiroso, embustero o palurdo. Esperar� a
hacerlo siempre y cuando, examinado ese material con el debido rigor,
no admita que se ha equivocado.
En el �nterin, aclaro a los lectores del DN los siguientes
puntos:
Tras haber sido militante del Partido Comunista en mi juventud,
abandon� esa organizaci�n a los 23 a�os de edad y pas� dos d�cadas
examinando con la m�xima imparcialidad posible, sin ninguna intenci�n
de hacer alarde de mis conclusiones, los pros y contras de esa
ideolog�a y de las pr�cticas pol�ticas a ella asociadas. Esos estudios
tomaron impulso a�n mayor despu�s de 1990, cuando la apertura parcial
de los Archivos de Mosc� puso en conocimiento del mundo, junto con un
retrato m�s completo de los horrores del r�gimen, las pruebas
fidedignas de la acci�n subterr�nea del comunismo sovi�tico en Europa
Occidental y en las Am�ricas.
En 1996, viendo que el ascenso de comunistas y pro-comunistas al
dominio casi completo del
establishment universitario
y de los �rganos de los medios de comunicaci�n hab�a provocado una
ca�da sin precedentes del nivel de calidad de la producci�n
intelectual brasile�a, publiqu� un libro,
El Imb�cil Colectivo: Actualidades Inculturales Brasile�as, que, satirizando sobre el estado de las cosas, aunque lo hiciese
desde un punto de vista m�s cultural que pol�tico, despert�
naturalmente contra m� el odio de la elite izquierdista, que no supo
qu� responder a las cr�ticas que yo le hac�a, por la sencilla raz�n de
que eran verdaderas. M�s furiosas a�n se pusieron las lumbreras del
izquierdismo nacional cuando, en sus intentos de difamarme en la
prensa, recibieron, del ilustre desconocido que las desafiaba,
respuestas que las desacreditaron por completo y las expusieron al
escarnio de millones de lectores. A partir de entonces gan� la
reputaci�n de polemista temible y, hasta el momento, invicto. N�tese
que eso pas� despu�s de un per�odo de quince a�os durante el que esas
personas gozaron de la admiraci�n beat�fica de la prensa, sin que tan
siquiera una leve cr�tica contra ellas hallase lugar en las p�ginas de
peri�dicos y revistas.
Escrib� tambi�n otras obras, de cu�o m�s puramente filos�fico y
acad�mico, que, hartamente elogiadas en altos c�rculos intelectuales
de Brasil y del Exterior, tuvieron su divulgaci�n completamente
boicoteada por los medios de comunicaci�n brasile�os, fieles a sus
viejas lealtades e idolatr�as.
Como resultado del �xito de mi primer libro, que tuvo seis ediciones
agotadas en dos meses, fui invitado, con gran esc�ndalo de muchos, a
escribir art�culos con periodicidad regular en
O Globo (Rio de Janeiro),
Jornal da Tarde (S�o Paulo)
y Zero Hora (Porto Alegre).
En esos art�culos fui volcando las informaciones que hab�a recogido a
lo largo de veinte a�os de investigaciones y las ideas que me hab�a
formado en el estudio de ese material. Si bien es cierto que esos
escritos hac�an� cr�ticas
implacables al totalitarismo comunista y a sus ramificaciones
actuales, nunca expresaron� una
toma de posici�n en favor de ninguna corriente pol�tica determinada,
primero porque realmente no me identifico mucho con ninguna (ni
entiendo por qu� deber�a hacerlo), segundo porque estoy convencido de
que el comunismo tiene que ser rechazado por razones morales,
religiosas y filos�ficas generales, que no presuponen� ninguna preferencia ideol�gica en particular. Est� claro que,
personalmente, prefiero la vieja democracia liberal, pero ni siquiera
eso lo tengo en cuenta en mis an�lisis. No encuentro el menor sentido
en criticar una ideolog�a en nombre de otra, y el argumento mismo de
que no existe un conocimiento supra-ideol�gico es una pura propaganda
ideol�gica.
Para comprender mejor el impacto devastador que mis art�culos est�n
teniendo en los medios de izquierda, hasta el punto de que
nunca han sido respondidos m�s que con insultos e intrigas de una
bajeza sin par que revelan la total impotencia argumentativa de mis
detractores, es necesario estar informado acerca de algunas
peculiaridades de la vida brasile�a.
En la d�cada de los 60, la izquierda brasile�a se dividi� en dos
alas. Una se aventur� en las guerrillas. Otra se repleg� en una acci�n
discreta, profunda y a largo plazo, basada en la estrategia de la
"revoluci�n cultural" de Antonio Gramsci. La primera fue
f�cilmente derrotada por los militares. La segunda tuvo campo libre
para expandirse a placer, porque el gobierno, ya temeroso de
desagradar a la opini�n p�blica con la truculencia de las acciones que
ven�a emprendiendo contra los guerrilleros y terroristas, prefiri�
hacer la vista gorda ante el crecimiento de la llamada "izquierda
pac�fica".
Coherente con la estrategia gramsciana, ese crecimiento se produjo
sobre todo hacia dentro de los medios de comunicaci�n y de las
entidades estatales de educaci�n y cultura, donde se desarroll� una
intensa y obsesiva actividad faccionaria, de la que, por cierto, fui
colaborador y c�mplice durante alg�n tiempo. Al final de la dictadura,
el dominio que la izquierda ejerc�a sobre esos medios era ya completo
e incuestionable. A mediados de la d�cada de los 70, el Partido
Comunista y otras organizaciones afines controlaban ya la totalidad de
las plazas del periodismo de S�o Paulo y de Rio de Janeiro. Una
publicaci�n oficial conmemorativa de los 60 a�os de existencia del
Sindicato de los Periodistas de S�o Paulo,
Jornalistas: 1937-1997 (2),
muestra la progresiva y, en definitiva, total identificaci�n entre
periodismo y militancia pro-comunista en el mayor Estado brasile�o. A
partir de los a�os 80 toda posibilidad de disputa ideol�gica ya hab�a
desaparecido de los medios period�sticos, donde la hegemon�a
izquierdista lleg� a ser tan avasalladora que no quedaban periodistas
suficientes para formar, en las elecciones sindicales, una �nica
candidatura que no fuese de izquierda. Lo mismo suced�a en todas las
universidades. La �nica discusi�n pol�tica posible se daba entre las
diversas facciones de izquierda, que diverg�an meramente sobre
detalles estrat�gicos y ambiciones personales -- una situaci�n que,
progresivamente ampliada desde los c�rculos creadores de opini�n hasta
abarcar a la naci�n entera, acab� por repetirse de modo id�ntico en
estas elecciones presidenciales de 2002, en que todos los candidatos
son de izquierda.
En suma, desde hace dos d�cadas, todas las noticias que podr�an
perjudicar gravemente la imagen del socialismo son excluidas de la
prensa brasile�a. Para hacerse una idea de la extensi�n del bloqueo,
hasta hoy no han sido divulgadas en los medios nacionales de
comunicaci�n las actas del "Foro de S�o Paulo", congreso
convocado por Fidel Castro y por el actual candidato presidencial
brasile�o Luiz In�cio Lula da Silva, que en 1990 puso las bases de la
restructuraci�n comunista y produjo el recrudecimiento de las acciones
terroristas en el continente. Ya se han realizado diez reuniones del
Foro, la �ltima de ellas en La Habana, en el 2001, todas ellas
articulando la acci�n de los partidos izquierdistas legales con la
narcoguerrilla, y pr�cticamente nada de eso se publica en Brasil.
Cualquier menci�n a la relaci�n entre bandidaje y pol�tica de
izquierda se ha vuelto tab�, incluso cuando ese v�nculo es confesado
por los propios agentes criminosos presos, como ha sucedido con el
traficante Fernando Beira-Mar y con los secuestradores de Ab�lio Diniz
y de Washington Olivetto. Tampoco se publica nada sobre el genocidio
comunista en el Tibet (aunque haya millones de budistas en Brasil),
sobre las persecuciones a los cristianos en el mundo comunista e
isl�mico (150 mil muertos por a�o, seg�n el c�lculo de Michael
Horowitz) y, sobre todo, nada referente a las revelaciones de los
Archivos de Mosc�. El "cordon sanitaire" se ha ampliado
tambi�n a los libros. Obras fundamentales como las de Jean-Fran�ois
Revel, Jean S�villia, Christopher Andrew, Bernard Goldberg, Arthur
Herman, que ofrecen hoy a millones de lectores una noci�n m�s exacta
de lo que ha sido y es la acci�n comunista en el mundo, est�n
completamente fuera del alcance del p�blico brasile�o, y quien quiera
que las mencione, hablando solo en el desierto, da la impresi�n de ser
un chiflado o un extremista que inventa historias.
Es verdad que, en los medios period�sticos y editoriales, hay muchas
personas que ya dejaron de ser militantes comunistas -- pero,
involucradas por los lazos de amistad y de lealtad grupal, obedecen
autom�ticamente a la voz de la elite organizada, y por nada de este
mundo arriesgar�an su reputaci�n en un enfrentamiento. Mi propio caso
muestra que basta muy poco para recibir una etiqueta de
"extremista de derecha" -- cosa que la mayor�a teme como la
peste.
Pero la fidelidad residual de ex-militantes no es todo. El 5 de mayo
de 1993, en declaraciones al "Jornal do Brasil", la CUT,
Central �nica de los Trabajadores, federaci�n de los sindicatos
comunistas y pro-comunistas, se fue de la lengua y admiti� tener a
sueldo nada menos que a ochocientos periodistas, m�s del total de la
suma de las redacciones de los dos mayores peri�dicos brasile�os,
"O Globo" y "Folha de S. Paulo". Eso representaba
tal vez la mayor compra de conciencias ya registrada en la historia
del periodismo mundial y, junto con la acci�n faccionaria ya
mencionada, bastaba para explicar la amplitud del bloqueo.
Sin embargo, lo que est� aconteciendo es m�s que un bloqueo. Es la
utilizaci�n activa de la prensa para la destrucci�n de todas las
oposiciones que podr�an ofrecer resistencia al ascenso de la
izquierda. �Ustedes saben, por ejemplo, que el ex-presidente Collor de
Mello, destituido del cargo por acusaci�n de corrupci�n, fue, aunque
tard�amente, absuelto en la Justicia de todas las acusaciones? �Sab�an
que en su contra no queda ya nada sustancial, excepto el odio que le
tributaban los intereses corporativistas (�ntimamente asociados a los
partidos de izquierda) que �l hiri� con sus medidas administrativas?
No, ciertamente no lo saben. Tampoco lo sabe el pueblo brasile�o, pues
la noticia, que no pod�a esconderse totalmente, fue publicada con la
discreci�n necesaria para no poner en evidencia retroactivamente a los
propios medios de comunicaci�n, principales responsables de la
destrucci�n pol�tica del ex-presidente (de quien, por cierto, no fui
elector ni lo ser�a jam�s, pues este tipo no me gusta nada).
As� como Collor, muchos otros han sido destruidos. Su posterior
absoluci�n o es omitida o es escondida en un rinc�n de p�gina, para
evitar que los pol�ticamente indeseables vuelvan a escena.
Bajo la apariencia de "combate a la corrupci�n", lo que se
cre� fue una dictadura de los medios de comunicaci�n izquierdistas,
apta para destruir de un plumazo cualquier reputaci�n. L�deres de las
famosas CPIs, Comisiones Parlamentarias de Investigaci�n, han llegado
a admitir que no investigaban nada por s� mismos, que se limitaban a
ratificar, por miedo y servilismo, lo que se publicaba en la
prensa.
M�s a�n, gracias a la solidaridad mutua de los grupos de izquierda
formal e informal, el Ministerio P�blico -- nueva fiscal�a federal,
infestada de simpatizantes de la izquierda y dotada hoy de poderes
comparables a los del propio Presidente de la Rep�blica -- act�a en
estrecha colaboraci�n con los medios de comunicaci�n. Cuando se trata
de echar de la pol�tica a alg�n tipo inconveniente, el fiscal llama a
un reportero amigo suyo, le pide que haga alguna denuncia conjetural
contra el sujeto, y acto seguido el recorte de la noticia es usado
como "elemento de prueba" para justificar la apertura de una
investigaci�n contra el infeliz. La investigaci�n es aireada en los
medios de comunicaci�n como prueba del crimen y, si al final el
acusado es absuelto (pues muchos jueces a�n est�n fuera del esquema
izquierdista), eso ya no tiene importancia, pues el p�blico no se
entera de nada y el resultado pol�tico deseado ya ha sido logrado.
Pero la obra de destrucci�n no se dirige s�lo contra pol�ticos
individuales. Los mismos peri�dicos que dan noticia de la presencia de
agentes de la CUT, de los Sin-Tierra y del espionaje izquierdista en
general dentro de la polic�a federal y de los servicios secretos del
Ej�rcito, de la Marina y de la Aeron�utica, tratan ese hecho como si
fuese algo inocente y sin importancia. Pero, en contrapartida,
denuncian como esc�ndalo y conspiraci�n derechista cualquier simple
vigilancia discreta que las Fuerzas Armadas o policiales federales
ejerzan sobre pol�ticos de izquierda sospechosos de relaci�n con el
narcotr�fico. En esa curiosa y general inversi�n, el crimen se vuelve
legal, y el mantenimiento de la legalidad, un crimen. Recientemente,
un grupo de fiscales, conchabados con algunos periodistas, ha logrado
arrebatar a las Fuerzas Armadas un mont�n de documentos sobre la
conexi�n entre partidos de izquierda, narcotr�fico y secuestros. Tras
recurrir a la justicia, los militares obtuvieron la devoluci�n de los
documentos, pero no antes de que algunas copias circulasen por las
redacciones de los peri�dicos y fuesen a parar en manos de los propios
sospechosos. �stos, a su vez, est�n muy bien organizados en materia de
infiltraci�n y espionaje. Noticias sobre la existencia de una red de
espionaje al servicio del PT (Partido de los Trabajadores) aparecieron
en 1993, gracias a una denuncia del gobernador del Estado de Santa
Catarina, Esperidi�o Amin, pero en seguida fueron acalladas y el
asunto jam�s volvi� a los peri�dicos. Lo que daba todav�a mayor
credibilidad a esas denuncias era que el propio presidente del
partido, diputado Jos� Dirceu de Oliveira e Silva, hab�a trabajado
durante muchos anos como agente del servicio secreto cubano, hecho
reconocido p�blicamente por sus compa�eros de militancia izquierdista.
(2) Como el diputado negaba la existencia de lo que humor�sticamente
el gobernador Amin hab�a llamado PTpol, trabamos una pol�mica en la
prensa de la que Su Excelencia sali� con el rabo entre las piernas,
callada y decidida a sofocar el asunto. A lo largo de los a�os, se han
multiplicado los episodios que configuran n�tidamente un intento de
usurpar de las Fuerzas Armadas las funciones de los servicios de
inteligencia, transfiri�ndolos a la militancia organizada en las
redacciones de los peri�dicos y en el Ministerio P�blico.
Los efectos pol�ticos de este estado de cosas son portentosos. Uno de
ellos es que ya no hay en Brasil un solo pol�tico de relieve o un solo
partido importante que se aventure a asumir en p�blico la defensa de
la econom�a de mercado y de la democracia liberal. Todos los que lo
hac�an est�n hoy acobardados, acosados, replegados en la pol�tica
regional, con miedo de todo. Muchos muestran ya una n�tida disposici�n
a intentar sobrevivir pol�ticamente rebaj�ndose a ser criados y
siervos de la izquierda en ascenso.
Un segundo efecto es el desplazamiento global del eje de los debates
hacia la izquierda. Desaparecida la derecha, se pasa a designar con
ese nombre al ala m�s moderada de la izquierda, o sea, a los
socialdem�cratas, y todo lo que est� un poco a su derecha es
inmediatamente tildado de "extrema-derecha". Este t�rmino,
en Europa, se reserva para los Le Pens y los neo-nazis. Utilizado en
Brasil para designar a personas e ideas totalmente diferentes de esos
tales, conlleva, sin embargo, la misma carga de connotaciones odiosas
asociadas al t�rmino en el contexto europeo y produce en el lector la
misma reacci�n inmediata de repulsa que lo har� sordo, de ah� en
adelante, a todo lo que provenga de la boca del acusado. Es evidente
que, en tal ambiente de confusionismo provocado, yo mismo he acabado
entrando en esa clasificaci�n. Lo que no me esperaba es que un
observador europeo, como el Sr. Barreto Motta, se prestase tan
d�cilmente a servir de pe�n en ese juego p�rfido de transposiciones
sem�nticas difamatorias.
En verdad, las �nicas tres organizaciones de extrema-derecha activas
en Brasil -- el
Movimiento de Solidaridad Latino-Americana
del Dr. En�as Carneiro (filial del movimiento internacional del Sr.
Lyndon LaRouche), la
TFP, Tradici�n, Familia y Propiedad, y la
Asociaci�n Monfort de S�o
Paulo -- me odian tanto como los izquierdistas y compiten con ellos en
la elaboraci�n de escritos difamatorios contra m�.
Para c�mulo de iron�a, en la prensa brasile�a soy el �nico -- sin
exageraci�n: el �nico -- articulista que se opone a la nueva moda de
antisemitismo que, impulsada por la alianza entre la izquierda
internacional y los radicales isl�micos, viene esparci�ndose por el
mundo y por Brasil. En art�culos recientes, he contado al p�blico lo
que sab�a de los or�genes del Sr. Yasser Arafat, disc�pulo devoto del
l�der pro-nazi Hajj Amin Al-Husseini, que antes de la fundaci�n del
Estado de Israel fue a pedir a Hitler que extendiese la "Soluci�n
Final" a los jud�os de Palestina. Eso, obviamente, era
completamente desconocido para el p�blico brasile�o. Tambi�n lo era el
hecho de que, en el atentado de Munich de 1980, los terroristas
palestinos actuaron en conexi�n con los neo-nazis del bando de Karl
Hoffman. Pero, m�s que eso, he mostrado tambi�n al p�blico brasile�o
la perfecta sinton�a entre el nuevo discurso anti-israelita de la
izquierda y la predicaci�n de los movimientos neo-nazis.
�Qu� hacer con un inoportuno que conoce todas estas cosas y, con
enorme perjuicio para la santa alianza sellada en el "Forum
Social Mundial de Porto Alegre", las divulga entre el p�blico
brasile�o? Contra un sujeto de esos, s�lo queda una medida radical:
marcarlo con el ep�teto infamante de "extremista de
derecha", para que pierda la respetabilidad y las personas dejen
de prestarle atenci�n.
El ambiente mental brasile�o, trabajado por d�cadas de
"revoluci�n cultural" gramsciana, ya est� maduro para
aceptar, como verdad banal e incuestionable, que "liberalismo es
fascismo" -- una sentencia cuya absurdidad ahorra cualquier
comentario, pero que hoy es repetida diariamente en los medios de
comunicaci�n y en c�tedras acad�micas como el
nec plus ultra del
pensamiento humano. En ese ambiente, la simple defensa de la econom�a
de mercado, de la democracia liberal o del derecho de Israel a la
existencia es suficiente para colocar a un periodista en la
"extrema-derecha", atrayendo sobre �l la sospecha de todas
las personas de bien.
Una vez establecido que la �nica forma de democracia admisible es la
competencia entre los partidos de izquierda, que es precisamente lo
que tenemos en el Brasil de hoy, evidentemente cualquiera que se
revuelva contra eso debe ser un extremista de derecha, un fascista, un
nazi, un malvado y un chupador de sangre humana.
Nadie comprender� nada de la situaci�n pol�tica nacional si no tiene
en cuenta que Brasil ha sido el �nico pa�s del mundo donde la
aplicaci�n pertinaz y continua de la estrategia gramsciana de la
"revoluci�n cultural", de la "ocupaci�n de
espacios" y de la "larga marcha hacia el interior del
aparato de Estado", a lo largo de cuarenta a�os, ha obtenido
pleno �xito, transformando los medios de comunicaci�n por entero en
agentes de la revoluci�n socialista. El hecho de que algunos sectores
de la izquierda se ataquen unos a otros en los peri�dicos � y en la
campa�a electoral misma -- es usado como prueba cabal de pluralismo y
normalidad democr�tica, pero la realidad es que no se tolera ninguna
oposici�n frontal, que una clara defensa de la econom�a de mercado y
de la democracia liberal est� virtualmente prohibida excepto en las
p�ginas especializadas de econom�a y que, como mucho, hay espacio para
un enfrentamiento entre socialistas radicales y socialistas moderados,
con exclusi�n del resto.
En este ambiente opresivo y enloquecedor, incluso los liberales y
conservadores m�s apegados a las instituciones democr�ticas son
f�cilmente difamados como "extremistas de derecha", sin que
el p�blico -- principalmente el extranjero -- se d� cuenta
inmediatamente del sutil y perverso cambio de significaci�n que el
t�rmino ha sufrido, cambiando de objeto material sin perder su
connotaci�n negativa.
Tan completa y meticulosamente ha sido excluida del escenario toda
oposici�n frontal al izquierdismo, que, no teniendo ya una derecha
pol�ticamente organizada a la que perseguir, y encontrando en su
contra s�lo la voz de un hombre aislado y sin partido, pobre, sin
recursos y sin apoyo partidario de ninguna especie, ha decidido hacer
de �l el fantoche derechista, el portavoz y el
"representante" de corrientes y poderes con los que no tiene
nada que ver y que, en su modesta opini�n, son tan despreciables como
la izquierda misma.
La opini�n p�blica de un pa�s necesita haber llegado al �ltimo
estadio de la "estupidizaci�n" colectiva cuando se adapta
pasivamente a una situaci�n de esas. Pues gran parte de la nuestra ha
llegado. Claro que hombres cultos e ilustrados no caen en cualquier
a�agaza. Conocen al menos la diferencia entre extremismo de derecha y
conservadurismo democr�tico, entre Goebbels y Tocqueville, entre
Mussolini y Churchill, entre Le Pen y Ronald Reagan. Pero mencionar
esa diferencia, en Brasil, se ha convertido en algo prohibido: es
prueba de "fascismo".
Tal es el estado de estupidez a que hemos llegado. Y nada m�s eficaz
que la estupidez.
La cosa funciona tan bien, que el Sr. Barreto Motta, admitiendo que
al menos en parte mis diagn�sticos de la situaci�n brasile�a puede que
sean exactos, da por supuesto, como si fuese la cosa m�s obvia del
mundo, que mi opini�n, aunque digna de "an�lisis atento", no
puede ser merecedora de "respeto". Mis palabras, dice,
"han pasado a ser o�das si no con respeto, al menos mereciendo un
an�lisis atento". Pero bueno, �qu� diablos es eso? �Habr� algo
m�s digno de respeto que la verdad? �O es que el encasillamiento
previo de quien la ha proferido vale m�s? �Acaso "an�lisis
atentos", si revelan que he dicho la verdad, han de hacerla
indigna de respeto?
Adem�s, �de d�nde ha sacado ese se�or la idea de que no soy o�do con
respeto? Los mayores escritores brasile�os, un Josu� Montello, un
Herberto Sales, un Jorge Amado, un Ant�nio Olinto, un Bruno Tolentino,
un Carlos Heitor Cony han declarado que me escuchan no s�lo con
respeto, sino con admiraci�n. Pensadores de la envergadura de un
Miguel Reale, de un Paulo Mercadante, de un Vamireh Chacon han dicho
exactamente lo mismo, as� como hombres de gobierno, entre ellos dos
ex-presidentes de la Rep�blica -- Itamar Franco y Jos� Sarney -- y
varios ex-ministros, como Jer�nimo Moscardo, Delfim Netto y Karlos
Rieschbieter. En la propia izquierda nacional, los mejores hombres,
como el historiador Carlos Guilherme Motta, el hist�rico l�der
comunista Jacob Gorender y el candidato presidencial Ciro Gomes, han
expresado m�s respeto por m� de lo que la m�s insana vanidad podr�a
exigir. En el Exterior, he recibido las mayores manifestaciones de
aprecio de intelectuales de Francia, de Ruman�a y de EUA. �Y ser� que
el Sr. Barreto Motta se imagina que soy tan desconocido en Portugal
que puede hablar de m� como si su opini�n, ocupando un vac�o, tuviese
que imperar sola en el espacio a su alrededor? Pues sepa que al menos
dos intelectuales portugueses de primera magnitud, J. Pinharanda Gomes
y Mendo Castro Henriques, conocen muy bien mi obra y tienen de ella el
m�s alto concepto. El prof. Pinharanda, en el prefacio a la edici�n
portuguesa de
La coherencia de las incertidumbres, de Paulo Mercadante, se refiere a m� en los t�rminos m�s
lisonjeros, y el prof. Henriques, comentando mi
Arist�teles en nueva perspectiva, dice nada menos que lo siguiente: "Desde Giambattista Vico no
hab�a aparecido una interpretaci�n tan luminosa para acabar con la
mistificaci�n de las �dos culturas�."
Despu�s de eso, �me faltar�a la escucha respetuosa de qui�n? �De
alg�n Barreto Motta? Pues no la necesito de manera alguna.
Paso, pues, por encima de ella, y me dirijo sin intermediarios al
pueblo portugu�s, pueblo de mis antepasados, al que amo m�s que a
cualquier otro en el mundo, y le pido que no consienta ser inducido,
por palabras maliciosas, a pensar mal de m�. No soy extremista de
nada, no "represento" nada a parte de mi propia opini�n
personal, no estoy vinculado ni de cerca ni de lejos a ning�n
movimiento y, sobre todo, aprecio mi independencia de pensamiento. He
adoptado como divisa los versos de Antonio Machado,
a mi trabajo acudo,
con mi dinero pago
el pan que me alimenta
y el lecho donde yago,
y no tengo que dar explicaciones a ninguna corriente u organizaci�n
pol�tica de este mundo ni, si las hay, del otro.
Petr�polis, RJ, 20 de septiembre de 2002
NOTAS
(1) La direcci�n es
http://www.olavodecarvalho.org. Tambi�n hay escritos m�os en el peri�dico electr�nico que publico
en la direcci�n
http://www.midiasemmascara.org.
(2) Jos� Hamilton Ribeiro,
Jornalistas: 1937 a 1997. Sessenta Anos da Funda��o do Sindicato
dos Jornalistas Profissionais no Estado de S�o Paulo, S�o Paulo, Imprensa Oficial do Estado, 1998. (En entrevista a la TV Cultura, el autor, con aparente orgullo,
confes� que, cuando era corresponsal de guerra en Vietnam, casi todo
lo que retransmit�a a los peri�dicos era pura propaganda vietcong, y
admiti� que lo mismo hac�an, consciente y deliberadamente, muchos
otros corresponsales extranjeros.). Ver Lu�s Mir,
A Revolu��o Imposs�vel. A Esquerda Armada no Brasil, S�o
Paulo, Best-Seller,