A los realistas, o as� llamados

Olavo de Carvalho

Zero Hora, 14 de julio de 2002

 

 

Ustedes, que creen poder predecir el rumbo de la historia en base a las cotizaciones de la bolsa de Nueva York; ustedes, que s�lo creen en la fuerza determinante del dinero y de nada m�s; ustedes, que por eso imaginan ser los hombres m�s realistas del mundo, son en verdad unas gallinas est�pidas e indefensas, que se creen a salvo del zorro porque est�n encaramadas en un palo de oro. Como si al zorro le importase eso. Como si la experiencia diaria de los asaltos, de los homicidios, de los secuestros en cada esquina no estuviese gritando, desde lo alto de los tejados, que entre el rico desarmado y el pobre armado es este �ltimo el que tiene las manos en las riendas del destino.

 

Ustedes no saben nada de la vida. No saben si siquiera que, la semana en que Lenin derrib� el gobierno Kerenski y en tres d�as desmantel� toda la m�quina pol�tica, militar, administrativa y policial de Rusia, la bolsa de valores en Mosc� y en Petrogrado no baj� ni siquiera un punto. Todo un mundo hist�rico se desmoronaba, la mayor potencia imperial de la �poca se hac�a a�icos y sobre sus hombros se ergu�a el monstruo totalitario destinado a esclavizar a la cuarta parte de la poblaci�n terrestre � pero las acciones y los t�tulos permanec�an imperturbablemente en sus sitios, sin el m�s m�nimo temblor. Todo aquel que intentase medir por ellos el estado del mundo concluir�a, sin vacilar, que no estaba pasando nada.

 

Nada.

 

�Nada� fue precisamente la palabra, la �nica palabra, que el rey Luis XVI anot� en su diario el d�a de la toma de la Bastilla. En aquella �poca, los poderosos todav�a no se hab�an acostumbrado a valorar la gravedad de los acontecimientos por el term�metro de la bolsa de valores. La med�an por la mayor o menor importancia de las conversaciones diplom�ticas en palacio. Y aquel d�a no hubo ninguna conversaci�n importante. Vuestro term�metro financiero, �oh gallinas!, es tan fiable como el term�metro diplom�tico de Luis XVI. �De d�nde han sacado la idea, ustedes, capitalistas, de que el dinero rige el mundo, a no ser de la filosof�a que cre� esa idea precisamente como arma de destrucci�n del capitalismo? �No se dan cuenta de que esa filosof�a necesita que ustedes crean eso, precisamente porque, al ser una falsa descripci�n de la realidad, adquiere un poder de profec�a auto-realizable en el preciso instante en que sus v�ctimas empiezan a creen en ella y a comportarse como ella quiere que se comporten, para poder derribarlos m�s f�cilmente?

 

�Dios m�o! �No se dan cuenta ustedes de que ning�n comunista serio crey� jam�s en la fuerza del dinero, que Marx, Lenin, Stalin y Mao inventaron esa historia hecha a medida para aprisionarles a ustedes en una ilusi�n de poder, mientras ellos, por su parte, prefer�an confiar en el poder infinitamente m�s real de la violencia y de la mentira? �No se dan cuenta ustedes de que la fuerza del dinero descansa enteramente en la normalidad de la rutina econ�mica que s�lo un Estado constitucional bien organizado puede ofrecer, mientras que en los momentos de precipitaci�n revolucionaria una peque�a dosis de truculencia y de cinismo vale mucho m�s que una fortuna en acciones de la bolsa?

 

�Por qu� les gusta tanto imaginar que son tan listos? Napole�n, que entend�a de esas cosas, ense�aba: �Entre la inteligencia y la fuerza, la fuerza siempre vence.�

 

�Por qu� ustedes se preocupan tanto con los reflejos que ciertos acontecimientos previstos para el futuro inmediato han de tener en la mente de los inversores extranjeros? �Por qu� imaginan, est�pidamente, que el futuro del pa�s depende del estado de �nimo de esas criaturas? �No saben que, en los a�os que siguieron a la toma del poder por los bolcheviques, el gobierno sovi�tico consigui� no s�lo mantener, sino ampliar las inversiones internacionales, us�ndolas para consolidar su poder absoluto, masacrar a la oposici�n, instalar el reinado del terror y crear el m�s eficiente Estado policial de todos los tiempos, mientras que en Par�s y Londres los inversores dorm�an tranquilos, seguros de que nada preocupante pod�a estar pasando en un pa�s que cumpl�a tan fielmente sus compromisos financieros con el Exterior?

 

�Qu� historia idiota es �sa del �riesgo Brasil�? �Ustedes no conciben una cat�strofe m�s que en forma de lucros acabados? �Nunca han o�do hablar de vidas acabadas, de esperanzas humanas acabadas, de derechos y garant�as constitucionales acabados, de libertad acabada? �O imaginan que, si no les pasa nada malo a los Morgans y Rockefellers del mundo, no le podr� pasar nada malo a Brasil? �No conciben que los Morgans y Rockefellers, asegurada su parte, no van a querer perder un buen cliente s�lo por el detalle irrisorio de que es comunista? Durante los �ltimos doce a�os las mayores industrias, bancos y oficinas inversoras de los EUA no han pensado ni de lejos en cometer la groser�a hedionda de molestar a sus socios m�s queridos, los militares chinos, con peticiones impertinentes de que paren de detener y torturar a obispos cat�licos, a base de tres por mes, de condenar a muerte a 3.600 personas por a�o, de fusilar a mujeres embarazadas s�lo porque no quieren abortar. Lo que es bueno para los inversores de Nueva York puede ser bueno para la �nomenklatura� pequinesa, pero no lo es para los dem�s chinos. �Por qu�, entonces, tiene que ser necesariamente bueno para Brasil? �Acaso ustedes no pronostican, bas�ndose en ese presupuesto insano, y s�lo en �l, el futuro de Brasil, brillante o tenebroso, seg�n que los inversores extranjeros est�n riendo o llorando?

 

Despierten mientras est�n a tiempo. L�brense de ese falso realismo. Desh�ganse de ese term�metro financiero loco y empiecen a prestar atenci�n a los hechos de cada d�a, al cambio de los valores morales y de las mentalidades, a la destrucci�n general del lenguaje y de la inteligencia, a la progresiva acomodaci�n nacional a un estado creciente de terrorismo cotidiano, a la propaganda comunista en los colegios, a la tolerancia creciente de la violencia criminal, que es considerada como �protesta social�, a la articulaci�n continental de guerrilleros, traficantes y medios de comunicaci�n c�mplices. Ninguna de esas cosas puede ser adivinada por las cotizaciones de la bolsa. Pero son ellas � y no las cotizaciones de la bolsa � las que constituyen la substancia de la Historia.