La l�gica de la Justicia Electoral

Olavo de Carvalho

O Globo, 13 de julio de 2002

 

 

Hay fuertes razones para creer que el Partidos de los Trabajadores [PT] tiene conexiones �ntimas con las Farc y, por tanto, con el narcotr�fico internacional que financia el movimiento comunista desde la d�cada de los 60 (ver Joseph D. Douglass, Red Cocaine, London, 2000). Hay indicios significativos de que es un partido revolucionario, organizado seg�n los moldes leninistas y dotado de un brazo armado, el Movimiento de los Sin-Tierra [MST], que est� preparando a sus militantes para desencadenar una ola de violencia en el momento t�cticamente propicio. Esas dos organizaciones parecen estar bien articuladas con la nueva estrategia cubana de la revoluci�n continental de la que hace alarde el peri�dico Granma. Y la aplicaci�n de esa estrategia en Brasil est�, adem�s, en estado muy avanzado, si se compara con la preparaci�n de revoluciones anteriores registradas en la historia: por ejemplo, a comienzos de 1917, el Partido Bolchevique ni so�aba a�n con tener a su disposici�n, como el PT hoy en d�a, una red nacional de colegios p�blicos donde poder inyectar toneladas de propaganda marxista en los corazones indefensos de millones de ni�os.

 

Nada de esto es una opini�n. Es una descripci�n f�ctica de la realidad, basada en documentaci�n suficiente para fundamentarla, por lo menos, como hip�tesis altamente probable. Es tan cierto que no se trata de una opini�n, que el conjunto mismo de los hechos antes descrito puede ser admitido como real por dos individuos de orientaci�n pol�tica contraria, lo que da como resultado dos opiniones diametralmente opuestas, una que exulta de alegr�a por ese estado de cosas y otra que ve en �ste la antesala del Apocalipsis. Fidel Castro, por ejemplo, cree p�amente en la descripci�n que acabo de presentar. Si no creyese, no podr�a haber anunciado al Foro de S�o Paulo que el movimiento comunista est� a punto de �reconquistar en Am�rica Latina todo lo que perdi� en el Este de Europa�. �l y yo estamos de acuerdo, por tanto, en lo que respecta a los hechos. Podemos disentir s�lo en la opini�n que tenemos sobre los mismos. Una opini�n es un juicio de valor. Dos personas s�lo pueden tener juicios de valor diferentes sobre algo cuando est�n de acuerdo substancialmente con la misma descripci�n f�ctica de ese algo. De lo contrario, su divergencia no ser�a divergencia de valoraci�n, sino de objeto.

 

Un juicio de realidad puede ser avalado con pruebas y documentos que lo confirmen �ntegra o parcialmente. Puede tambi�n ser impugnado como incorrecto o falso. Lo que no se puede es hacer de �l, mediante el artificio l�gico que sea, una �opini�n�, un juicio de valor, la expresi�n de una preferencia subjetiva.

 

Guste o no, la descripci�n general de un estado de cosas es un juicio de realidad, no una opini�n. �La Justicia Electoral tiene, entonces, que impedirme publicarlo, alegando que la emisi�n de ese juicio de realidad favorece una opini�n contraria al candidato �x� o �y�? �Es un problema, no les parece?

 

Semejante prohibici�n implicar�a, ipso facto, la censura a la divulgaci�n de cualquier hecho, o conjunto de hechos, que hiciese da�o a la salud electoral de Fulano o Zutano. Luego, si uno de ellos matase a su madre, el p�blico tendr�a que ser privado de esa noticia hasta despu�s de confirmada la victoria o la derrota del matricida en las elecciones a la Presidencia de la Rep�blica.

 

Ninguna opini�n, por vehemente y exagerada que sea, puede da�ar m�s la reputaci�n de un hombre que la simple exposici�n de hechos que le comprometen. Y no hay ni un solo periodista en este mundo que, teniendo a mano los hechos, prefiera emitir opiniones. No hay ni uno solo que, pudiendo herir de muerte a un personaje mediante una narraci�n o exposici�n substantiva, prefiera limitarse a irritarlo con una retah�la de adjetivos.

 

Luego, una de dos: o la prohibici�n de opiniones sobre los candidatos ser� ampliada a la divulgaci�n de hechos, convirtiendo la censura parcial en censura total, o acabar� pasando de largo de la pr�ctica efectiva del periodismo, sin afectarla en nada excepto en la imaginaci�n de los merit�simos inventores de esa rematada estupidez.

 

O esa ley pretende ser tomada en serio, y est�, por tanto, destinada a transformarse en un instrumento de control totalitario, o es s�lo otro simulacro m�s de la ley, una comedia brasile�a m�s, una fanfarronada c�vica pomposa y huera m�s, cuya �nica utilidad es la de dar a Sus Se�or�as, ante sus respectivos espejos mentales, la pueril satisfacci�n narcisista de creerse los paladines de la democracia. �Una ley que en su enunciado mismo implica la distinci�n entre juicios de valor y juicios de realidad, tiene que abolir esa distinci�n al ser aplicada? �O bien, celosa por respetar la l�gica de su propio texto, no podr� ser aplicada de ninguna forma?

 

No s� cu�l de las dos hip�tesis prevalecer�, paup�rrimo como soy de dones adivinatorios. Reducido a recurrir al m�todo experimental, he escrito, pues, este art�culo para elucidar la cuesti�n: si es vetado por la censura de la Justicia Electoral, valdr� la primera hip�tesis; si es liberado, la segunda. Ninguna de las dos es nada bueno. Y, como dir�an los escol�sticos, parece que tertium non datur: no hay una tercera hip�tesis.

 

Pero no se crean que la trampa l�gica en la que nos ha metido la Justicia Electoral acaba ah�. �La vacuna de los candidatos contra el riesgo de opiniones period�sticas debe protegerles s�lo a ellos o tiene que ampliarse tambi�n a sus correligionarios, ayudantes, socios y �compa�eros de viaje�? �El deber de callarme sobre el Sr. Fulano o el Sr. Zutano me obliga a hacer la vista gorda ante toda la revoluci�n continental que se est� organizando delante de nuestros ojos? �Debo abstenerme de tocar el asunto durante tres meses enteros, sabiendo lo que significa, para los art�fices de un plan revolucionario, el beneficio casi divino de estar protegidos de la observaci�n cr�tica aunque s�lo sea un d�a, cu�nto m�s, pues, durante un mes o dos o tres? Lenin, escondido en Finlandia, jam�s tuvo la osad�a de so�ar con una ayuda tan providencial.