Almas esclavas
Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 4 de julio de 2002
La esclavitud ps�quica jam�s es reconocida como tal por el esclavo.
Reconocerla equivaldr�a a pensar en ella, a exhibirla como un objeto ante los ojos de la mente y, por tanto, a librarse de ella en ese mismo instante. La objetivaci�n es algo imposible para el alma esclava, que se identifica con los deseos auto-destructores inoculados en ella por el esclavizador, hasta el punto de considerarlos suyos y muy personales, rechazando como insultante cualquier insinuaci�n a despegarse de ellos por un momento para analizarlos con cierta distancia y frialdad. Ese rechazo obstinado es inherente al proceso mismo de la esclavitud mental y se basa en un motivo psicol�gico fort�simo: la defensa inconsciente contra el temor a la humillaci�n. No hay humillaci�n mayor, en efecto, que la de caer desde lo alto de una ilusi�n lisonjera, y no hay nada m�s lisonjero, en una �poca de igualitarismo y de odio a todo principio jer�rquico, que creerse libre y aut�nomo. As�, el orgullo mismo que la v�ctima tiene de su libertad refuerza las rejas de su prisi�n invisible.
No piensen que estoy hablando de procesos obscuros, nebulosos y complejos. El uso de t�cnicas de esclavizaci�n ps�quica es una rutina en los movimientos revolucionarios y totalitarios desde la d�cada de los a�os 30. Nos bastar�a tal vez un poco de estudio para librarnos de su influencia. Los libros sobre este asunto son abundantes, desde los cl�sicos de Pavlov y L�on Festinger hasta el important�simo Machiavel P�dagoguez de Pascal Bernardin. Pero, precisamente, ese estudio requiere del sujeto la humildad preliminar de reconocerse vulnerable a las manipulaciones. �Y qui�n, desde la Revoluci�n Francesa, est� dispuesto a admitir que en su alma, como en la de todo ser humano, hay un instinto de sumisi�n? Anta�o, ese instinto hallaba satisfacci�n ritual en la devoci�n religiosa, que, al espiritualizarlo, lo volv�a inofensivo.
Hoy d�a, cuanto menos reconocido, m�s f�cilmente puede ser manipulado desde fuera. Por eso mismo la era de la democracia se ha convertido en la era de la esclavitud mental. Nadie est� m�s sujeto a esclavitud que el que cree que la libertad es su estado natural, inseparable de �l como su herencia gen�tica. De ah� que la esclavitud s�lo pueda ser reconocida desde fuera, por el observador que, consternado, va notando el empobrecimiento vital de la v�ctima, el estrechamiento del horizonte de sus posibilidades de acci�n, el progresivo desplazamiento de su centro de decisiones conscientes hacia el automatismo de una l�gica extra�a y hostil que le lleva a la autodestrucci�n.
Nada m�s n�tido, hoy d�a, que la acci�n de ese mecanismo en el alma de esos l�deres pol�ticos y empresariales que, cuanto m�s se prosternan ante las exigencias del izquierdismo triunfante, m�s son etiquetados como �de derecha� por una izquierda investida as� del poder de crear, a su antojo, la derecha que m�s le convenga.
La docilidad instant�nea con la que esas criaturas copian cualquier t�pico verbal de la izquierda, la rapidez de su adhesi�n ilusoriamente sagaz y oportunista a cualquier nueva corriente de fuerza inyectada en el psiquismo social por una estrategia revolucionaria cuyo perfil general se les escapa por completo, todo eso son, inequ�vocamente, signos alarmantes de debilitamiento vital, de pasividad creciente, de p�rdida de toda capacidad de iniciativa.
Signos, como dir�a Nietzsche, del deseo de morir.
No hace falta hablar, por obviedad excesiva, del Sr. Alencar. Cuando, hace meses, indiqu� que Roseana Sarney, en la que muchos ve�an una pujante l�der liberal-conservadora emergente, no era m�s que una esclava mental del izquierdismo, �cu�ntos no vinieron a decirme que era una exageraci�n, una paranoia, una hip�rbole conjetural? Pues ahora est� ah�: la ex-futura-candidata del PFL est� adhiri�ndose a todo velocidad a la campa�a de Lula, en un ritual de auto-sacrificio masoquista, que le lleva a ofrecerse para soportar, con estoica resignaci�n, todas las extravagancias inevitables, a cambio de no s� qu� migajas imaginarias.
Tal es la �derecha� que tenemos � la derecha que siempre ha so�ado la izquierda, la derecha que, en rigor, ha sido creada por la izquierda misma para su propio uso y deleite.
Una derecha de pragmatistas estrechos, suicidamente orgullosos del practicismo rastrero que lo �nico que hace es convertirlos en esclavos de cualquier estrategia que transcienda su horizonte de visi�n intelectual.
�Hegemon�a�, en resumidas cuentas, es precisamente eso: dominio del espacio a�reo, visi�n que abarca lo que el adversario no ve.