Imperio del fingimiento

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 20 de junio de 2002

 

 

La visi�n que la gente tiene de la realidad del mundo depende de lo que le llega a trav�s de los medios de comunicaci�n. Seg�n sea la selecci�n de las noticias, tal ser� el criterio popular para distinguir lo real de lo ilusorio, lo probable de lo improbable, lo veros�mil de lo inveros�mil.

 

Goethe fue uno de los primeros que indic� uno de los efectos m�s caracter�sticos del ascenso de los medios modernos de comunicaci�n. Dec�a �l: "As� como en Roma, adem�s de los romanos, hay otra poblaci�n de estatuas, as� tambi�n existe, junto al mundo real, otro mundo hecho de alucinaciones, casi m�s poderoso, en el que est� viviendo la mayor�a de las personas."

 

No hay duda de que el propio progreso de los medios de comunicaci�n, incentivando la diversidad de puntos de vista, neutraliza en parte ese efecto; pero poco despu�s aparece de nuevo, en las peri�dicas recuperaciones de los medios de comunicaci�n por parte de grupos ideol�gicamente orientados, que imponen su propia fantas�a gremial como la �nica realidad p�blicamente admitida.

 

El control de los medios de comunicaci�n por una clase ideol�gicamente homog�nea lleva inevitablemente a la opini�n popular a vivir en un mundo falso y a rechazar como locura cualquier informaci�n que no combine con el estrecho patr�n de verosimilitud aprobado por los detentores del micr�fono.

 

�Qui�nes son esos detentores? Los periodistas de izquierda siguen haci�ndose los pobrecitos oprimidos por las empresas period�sticas. Pero el hecho es que hoy ninguna empresa period�stica, de Brasil, de los EUA o de Europa, se aventura a intentar controlar el izquierdismo desbocado que impera en las redacciones. La "ocupaci�n de espacios" por parte de la militancia izquierdista ha crecido junto con el poder de la propia clase period�stica, y hoy ambas, fundidas en una unidad indisoluble, ejercen sobre la opini�n p�blica una tiran�a mental que s�lo media docena de inconformistas se atreve a desafiar. Cuando ese estado de cosas perdura el tiempo suficiente, incluso ni los que lo crearon se acuerdan ya de que es un producto artificial: viven en el mundo ficticio que crearon y adaptan a las dimensiones del mismo todas las distinciones entre realidad y fantas�a, convertidas a su vez en pura fantas�a. As�, por ejemplo, todos se han olvidado ya de que el PT y el PSDB fueron esencialmente creaciones de un mismo grupo de intelectuales izquierdistas empe�ados en aplicar en Brasil lo que Lenin llamaba "estrategia de las tijeras": el reparto del espacio pol�tico entre dos partidos de izquierda, uno moderado, otro radical, a fin de eliminar toda resistencia conservadora al avance de la hegemon�a izquierdista y de desviar hacia la izquierda todo el espectro de las posibilidades en disputa. Al haberse olvidado de eso, interpretan el predominio temporal de la izquierda moderada, que ellos mismos instauraron con vistas a la transici�n, como un efectivo imperio del "conservadurismo", y entonces se sienten -- sinceramente -- oprimidos y arrinconados en el mismo momento en que su estrategia triunfa por completo.

 

Pues bien, llamar derechista a un gobierno que propaga el mensaje marxista en los colegios, que premia como h�roes nacionales a los terroristas pro-Cuba de la d�cada de los 70 y que respalda con subvenciones millonarias la agitaci�n armada del MST es, evidentemente, alucinaci�n, pero esa alucinaci�n se ha convertido en el �nico criterio vigente de la realidad, imposibilitando la percepci�n de todo lo dem�s. La �nica cosa que podr�a efectivamente distinguir a la izquierda moderada en el gobierno de la izquierda radical en la oposici�n ser�a, te�ricamente, su leve diferencia en lo que concierne a la pol�tica econ�mica. Pero incluso esa diferencia ya ha sido virtualmente anulada por la promesa del candidato Lula de cumplir los compromisos de la naci�n con los acreedores extranjeros. La negaci�n obstinada de la identidad esencial entre el gobierno �tucano� y la oposici�n �petista� tiene s�lo, por tanto, un fundamento: el deseo de ampliar todav�a m�s la hegemon�a izquierdista, deseo que determin�, en su origen, la creaci�n de uno y de la otra. El crecimiento global de la izquierda se alimenta as� de su propia negaci�n hist�rica por parte del ala radical, complementada dial�cticamente por su camuflaje "neoliberal" tucano moment�neamente en el poder.

 

De ah� la farsa grotesca de las actuales elecciones, en las que todos los candidatos son de izquierda y todos claman contra un inexistente conservadurismo que, no teniendo fuerzas ni siquiera para presentar un candidato, debe, por otro lado, representar nominalmente el papel de poderoso establishment dominante, destinado a ser destruido por cualquiera de los cuatro h�roes que salga elegido. �Qu� cordura, qu� instinto de la realidad puede sobrevivir en un imperio del fingimiento tan completo y perfecto? En su carrera por lograr el poder ilimitado, a la voracidad izquierdista no le importa destruir, de paso, el alma y la conciencia de todo un pueblo.