Vanidad mortal

Olavo de Carvalho

Zero Hora, 16 de junio de 2002

 

 

�La burgues�a trenza la cuerda con la que ser� ahorcada.� (V. I. Lenin)

 

En Brasil, cualquier sujeto que tenga algo de dinero en el bolsillo � y principalmente en la bolsa � ya se considera por eso un conocedor del mundo, un dominador de los secretos m�s �ntimos de la mente humana, de la historia, de la sociedad y del poder. Su triunfo financiero, aunque sea fruto de la casualidad, de la ayuda de los amigos o de un padre generoso, le parece la prueba irrefutable de la veracidad de sus ideas y de la sabidur�a de sus preferencias. Basado en esa convicci�n, cree que puede opinar con razonable certeza sobre un mont�n de asuntos sin necesidad de estudios largos y dificultosos, pues le basta, en la m�s agotadora de las hip�tesis, con una ojeada a las noticias del d�a y una r�pida inspecci�n de los �ltimos best sellers aclamados por el New York Times.

 

Ese es el perfecto idiota opulento que los intelectuales de izquierda utilizan para financiar la �revoluci�n cultural� destinada a preparar la destrucci�n de la clase de los idiotas opulentos.

 

La vanidad suprema de esa clase de individuo consiste en mostrar que no es s�lo un pat�n materialista y voraz, sino un alma superior, una mente abierta -- y, seg�n la l�gica convencional que le inspira, nadie puede ser m�s abierto que el que se abre a lo que le es adverso. M�s a�n, ser hospitalario con el enemigo no es s�lo un signo de tolerancia y de esp�ritu democr�tico: es una prueba del valor y de la altiva tranquilidad de quien, seguro de tener en sus manos el control completo de la situaci�n, se puede permitir el lujo de exponerse desarmado ante quienes tendr�an razones para matarlo.

 

�Puede haber una tentaci�n m�s seductora para un hombre que, saciado su apetito de bienes materiales, ya no desea nada de este mundo m�s que alg�n placer psicol�gico, alguna satisfacci�n del ego?

 

As� pues, el idiota, creyendo rendirse homenaje a s� mismo, corteja, alimenta y fortalece a sus enemigos, que lo adulan por delante mientras le escarnecen por la espalda y, contando los millones que le han sacado para fomentar la revoluci�n cultural socialista, ya se lo imaginan en estado de cad�ver tras la victoria de la causa que financi�.

 

Por m�s patente que sea a los observadores de fuera la peligrosidad de esa causa, permanece invisible para el que la subvenciona. Eso es necesariamente as�, porque ning�n idiota podr�a creerse superior si no se mostrase superior tambi�n a los vulgares conflictos ideol�gicos y partidistas, declarando reiteradamente que izquierda y derecha son estereotipos superados y aceptando, por tanto, como altas producciones culturales, ideol�gicamente neutras por su superioridad misma, las m�s ostensibles y violentas expresiones de la propaganda izquierdista. Cultivar met�dicamente la incapacidad de captar el sentido ideol�gico de lo que lee y de lo que oye se convierte as� en el principio dominante de la auto-educaci�n del idiota opulento, que cuanto m�s se hunde en esa ceguera obstinada m�s es adulado por su entorno como hombre culto y de buen gusto, terminando por creerse de verdad portador de esas dos excelsas cualidades.

 

Pero ning�n gozo de la tolerancia vanidosa ser�a completo si no fuese complementado y reforzado por la asc�tica renuncia a todo lo que pueda parecer una argumentaci�n en causa propia, una vergonzosa sumisi�n de la alta cultura a los intereses de la clase burguesa.

 

As�, el idiota no s�lo financiar� generosamente a los que conspiran contra su clase, sino que se abstendr� de hacer lo mismo con los que desean ayudarla, y negar� incluso la m�s m�dica contribuci�n a personas y entidades que parezcan de alg�n modo pro-capitalistas, liberales o conservadoras.

 

Pero, como no basta que la mujer de C�sar sea honesta, sino que es igualmente importante que lo parezca, �l evitar� hasta el contacto con los sospechosos de derechismo en el grado que sea, complaci�ndose en contar chistes sobre ellos en los c�rculos de la izquierda elegante y en censurarlos como paranoicos, alarmistas, cobardes o radicales, muy distintos de las personas tolerantes, democr�ticas, tranquilas y seguras de s� mismas como, por ejemplo, �l mismo.

 

He ah�, pues, que el idiota opulento no s�lo ayuda a difundir las ideas de sus enemigos, sino que colabora activamente en la censura y supresi�n de las de sus aliados.

 

A partir del momento en que esos comportamientos se consolidan como h�bitos, el idiota opulento se ha convertido, con car�cter probablemente definitivo, en un practicante devoto y guardi�n celoso de esa especie de tolerancia que Herbert Marcuse, al inventarla, denomin� �tolerancia libertadora� y que defini� en t�rminos que no dejan margen a la menor ambig�edad: �Toda la tolerancia para con la izquierda, ninguna para con la derecha.�

 

Una prueba de que la aplicaci�n de esa regla est� obteniendo �xito es que, mientras entidades in�tiles y da�inas como el Viva-Rio y el MST nadan en dinero, el Instituto Liberal de Brasilia est� a punto de cerrar por falta de recursos. Y no faltan imb�ciles que imaginan que los Institutos Liberales representan al poder de las altas finanzas, y que ese par de instituciones perversas y sus innumerables cong�neres personifican al pueblo inerme en lucha contra los poderosos...