Mafia gramsciana 2

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 9 de diciembre de 1999

 

 

El motivo por el que no hay ni puede haber debate filos�fico en este pa�s ya ha quedado claro: un grupo de activistas sin escr�pulos se ha adue�ado de los medios de difusi�n cultural para transformarlos en el trampol�n de sus ambiciones pol�ticas, cerrando los canales por los que podr�an hacerse o�r las voces adversarias e imponiendo a todo el Pa�s la farsa gramsciana de la �hegemon�a�.

 

Esta palabra misma, que tanto veneran aparentando tratarse de un t�rmino claro y un�voco, conlleva ya la letal ambig�edad de las grandes mentiras. Designa, en el sentido intelectual, la amplitud del horizonte de una visi�n del mundo que abarca a las otras rivales sin ser abarcada por ellas. Hegel, por ejemplo, es hegem�nico sobre todos los marxismos, que cuanto m�s intentan superarlo m�s se enredan, como ha visto Lucio Coletti, en los compromisos metaf�sicos del hegelianismo, y jurando ponerlo patas arriba s�lo consiguen hacer el pino ellos mismos (ver el excelente estudio de Orlando Tambosi, O Decl�nio do Marxismo e a Heran�a Hegeliana, Florian�polis, UFSC, 1999).

 

La mafia gramsciana, cuando llama hegem�nico a Gramsci, pretende inducirnos a creer que lo es en ese sentido. Pero sabe que no lo es, pues un breve examen de las filosof�as del siglo XX muestra que en ellas hay mundos y mundos inabarcables e invisibles a los ojos de ese pobre sapo filos�fico, esp�ritu esclavo que, fingiendo ser libre y universal, todo lo comprime y reduce a las dimensiones mezquinas de su pozo oscuro y proclama que el cielo no es m�s que un agujerito en el techo. Gramsci nunca fue un fil�sofo; fue s�lo un sistematizador de trucos s�rdidos para falsificar el saber y convertirlo en instrumento de poder en las manos del Partido.

 

Si el gramscismo fuese hegem�nico en el sentido intelectual, se impondr�a por la fuerza de sus demostraciones, como se impusieron, por ejemplo, las filosof�as de Arist�teles y de Leibniz. Pero �stos nunca necesitaron tener a su servicio un ej�rcito de �ocupadores de espacio�, sembradores de un silencio forzado en el que germine la falsa gloria del mon�logo restante. Cuando, en la Edad Media, un aristot�lico deseaba vencer a un adversario, no pensaba en quitarle su empleo, en ocultar su mensaje bajo el griter�o un�sono de una chusma de militantes pagados. Le citaba para un debate al aire libre, aunque eso conllevase, como conllev� para San Alberto, el atraer la ira de los poderosos. Para derrotar a los empiristas, Leibniz no intent� hacerles el boicot en la distribuci�n de las subvenciones para la investigaci�n, omitir su nombre en las publicaciones culturales, monopolizar contra ellos el apoyo millonario de los se�ores de los medios de comunicaci�n. Simplemente escribi� un libro fulminante en forma de debate con el pr�ncipe de los empiristas, John Locke, aunque al precio de verse expuesto a la chacota grosera de los fil�sofos de sal�n.

 

Los escol�sticos y Leibniz desconoc�an la hegemon�a en sentido gramsciano, y de haberla conocido no habr�an visto en ella m�s que la creaci�n enfermiza de una mentalidad obtusa.

 

Para ilustrar de lo que estamos hablando, nada m�s explicativo que el reciente comportamiento de una tal do�a Marilena, que, denunciada por m� como practicante del caracter�stico estilo el�ptico-mistificador del raciocinio gramsciano, se qued� calladita ante el p�blico de la ciudad donde vive, pero se fue a decir all� lejos, en Goi�s, que ni me conoce ni me ha le�do, pero que, seg�n un informe de toda confianza obtenido de una fuente an�nima, soy indiscutiblemente �un mequetrefe�. El periodista Jos� Maria y Silva, del peri�dico Op��o de Goi�nia, ya le dio a esa criatura la debida respuesta, y cito el caso s�lo como muestra de los m�todos gramscianos de conquista de la hegemon�a: juego de poder, maniobra s�rdida para impedir el debate, boicotear al adversario y vencer por una impresi�n postiza de unanimidad espont�nea.

 

Cuando esa gente anuncia a bombo y platillo que una edici�n completa de Gramsci va a �renovar el pensamiento nacional�, lo que anuncia es nada menos que la �renovaci�n por estrangulaci�n�. Pues que estrangulen cuanto les d� la gana. Yo, por mi parte, les digo lo que voy a hacer: voy a burlar el bloqueo, mediante el Jornal da Tarde y todos los dem�s respiraderos que queden a�n en la prensa nacional. A cada nuevo tomo de escritos del enanito chiflado que Uds. publiquen, voy a contestar con argumentos que demostrar�n su total vacuidad filos�fica y la �ndole brutal de su doctrina fingidamente humanoide. Uds., como siempre, se quedar�n mascullando por los rincones y tramando maldades. Y v�yanse a hablar mal de m� muy lejos de Goi�s, pues, como han podido ver, los goianos no son idiotas.